Fernando Checa García, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
Recientemente, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha anunciado que deja la red social Twitter “con carácter indefinido”. De forma paulatina, cada vez más usuarios abandonan la red social hastiados ante comportamientos incívicos.
Afrontar en esta plataforma un ataque, enfrentarse a insultos o amenazas no resulta sencillo. Obviar una conversación con un perfil agresivo, que veje o falte al respeto, genera en muchos casos una sensación de desazón que, a la postre, acaba llevando a lograr los objetivos de aquel que falta al respeto.
Twitter no está siendo capaz de poner freno a esta situación, lo que afecta cada vez más a su credibilidad.
A su vez, el abandono por parte de personas, algunas de ellas con gran repercusión mediática, puede acabar suponiendo un efecto de arrastre que haga que Twitter pierda cada vez mayor influencia. De hecho, sus ingresos publicitarios son muy inferiores al de otras redes sociales. No es fácil para muchas empresas confiar sus acciones publicitarias a una plataforma que cada vez está más marcada por el odio.
El nacimiento de Twitter
Hace quince años, en el mes de marzo de 2006, un pequeño grupo de emprendedores digitales del entorno de lo que entonces se denominaba Web 2.0 desarrolló Twitter. Idearon la red social como un sencillo sistema de comunicación que emulaba a los sistemas de mensajería SMS y que permitía la comunicación rápida entre usuarios.
A los pocos meses, la plataforma fue puesta libremente a disposición de la comunidad de internet con un sencillo y a la par interesante propósito: responder a la pregunta “what are you doing?”. Pasó así a ocupar un hueco en los pujantes entornos de microblogging que, en esos momentos, ofrecían una vía sencilla y rápida para poder publicar en internet cualquier contenido.
La comunidad de usuarios de Twitter se desarrolló en los primeros momentos entre profesionales digitales, desde consultores de marketing hasta docentes, que veían en la nueva plataforma una herramienta ágil y con la que resultaba sencillo establecer redes de comunicación con usuarios de cualquier parte del planeta.
No obstante, el incremento de las cifras de la plataforma siempre era opacado por los números de usuarios de Facebook, nacido apenas dos años antes, pero con un crecimiento en todo momento superior.
Los políticos entran en la red social
En 2008, cuando Twitter contaba con apenas cuatro años de vida, el equipo electoral de Barack Obama decidió utilizar la plataforma como apoyo a su candidato. El futuro presidente de los Estados Unidos publicaba mensajes y participaba en conversación con usuarios. Así, Obama se convirtió en uno de los principales impulsores del uso de las redes sociales como una nueva forma de llegar a los electores.
Al llegar a la presidencia del país, Obama dejó de gestionar su cuenta de Twitter directamente, y un equipo especializado comenzó a escribir sus mensajes. Pero el cambio en la comunicación política ya se había instalado en el imaginario de gobiernos y ciudadanos.
La función de Twitter como elemento amplificador de mensajes políticos fue clave también en la Primavera Árabe de 2011 y en los diferentes movimientos político-sociales que se produjeron en el comienzo de la década, como el 15-M u Occupy Wall Street. A partir de ese momento, la mayoría de los líderes políticos comenzaron a utilizar la red como una vía sencilla y rápida para llegar a los ciudadanos.
En 2016, Donald Trump, el siguiente presidente de los Estados Unidos, no solo aprovechó Twitter durante su campaña electoral. Al contrario de su predecesor, en ningún momento dejó el uso de la plataforma en manos de su equipo de comunicación. Abrió de esta forma una vía inédita en cuanto a la gestión de la comunicación entre un líder político y los ciudadanos.
Donald Trump utilizó de forma continuada Twitter desde el momento en que alcanzó la presidencia de los Estados Unidos hasta que la red social suspendió su cuenta en enero de 2021.
El problema con los mensajes de odio
Actualmente, Twitter cuenta mundialmente con aproximadamente 350 millones de usuarios activos, una cifra muy alejada de los 2 500 millones de usuarios de Facebook o los más de mil millones de Instagram.
En España, Twitter tiene cerca de 7 millones y medio de usuarios, también muy lejos de los más de 20 millones de usuarios de Facebook. El porcentaje de inactividad por parte de los usuarios de Twitter es mucho más elevado que en el resto de redes sociales. Es importante tener presentes estas cifras, ya que en ocasiones se magnifica la importancia que tiene esta red social.
La creación de una cuenta de Twitter es extremadamente sencilla. Empleando una cuenta de correo electrónico y eligiendo un alias y una contraseña, el nuevo usuario puede comenzar a utilizar la red social. No hay un proceso de verificación, más allá de que el correo electrónico sea real. Se permite el anonimato tanto en el nombre de perfil como en el avatar o imagen representativa utilizada. En el caso de que una cuenta sea bloqueada o cerrada, el proceso de apertura de un nuevo perfil solo requiere un nuevo correo electrónico y en pocos minutos el usuario expulsado puede volver a la red.
Desde los comienzos de internet, siempre ha existido la figura del trol, un tipo de usuario cuyo principal objetivo en una comunidad virtual es molestar o faltar al respeto. El conocido paradigma de “don´t feed the troll” (“no alimentes al trol”) siempre se enlazó en la idea de que cuanta más atención se presta a los mensajes agresivos lanzados por este tipo de sujetos, más crecen y continúan faltando al respeto. Ante la falta de respuesta y el ostracismo por parte de la comunidad, el trol pierde el interés.
Pero en Twitter el trol ha dejado de ser un usuario solitario. La dificultad de la red social para poner freno a estas actitudes hace que la retroalimentación entre usuarios con este tipo de comportamiento se haya convertido en algo habitual.
A lo anterior se suma la generación de redes de bots, cuentas falsas y automatizadas manejadas para amplificar determinados mensajes. Pueden llegar a publicar o republicar cientos o miles de mensajes en pocas horas, generando un incremento en el alcance del mensaje agresivo.
Además, también influye el tiempo que Twitter tarda en bloquear una cuenta que no cumpla con los criterios de la plataforma. La facilidad para abrir un perfil nuevo tras un cierre por sanción genera una sensación de impunidad e incluso cierto orgullo por haber conseguido lo que se buscaba, de forma que el usuario castigado puede volver sin mayores problemas a actuar en la plataforma.
La red social sigue siendo muy interesante y su uso para la conversación política se mantiene como uno de sus principales activos. Pero si tanto la empresa como los usuarios no son capaces de poner freno a los comportamientos de violencia verbal y de apología del odio, puede llegar a convertirse en un actor responsable del cada vez más polarizado entorno político que se vive en las sociedades occidentales.
La anécdota de que un determinado dirigente político decida abandonar la red puede estar ocultando un problema de fondo mucho más grave: la falta de mecanismos que apoyen un debate sensato de las ideas en el entorno digital.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.