El franquismo imaginó que había dejado todo atado -y bien atado- que ya no tendría que pensarse más el mito del cuerpo de Cristo, ese que Fray Luis de Granada premonitoriamente llamó «la esencia de lo español». Sin embargo, siguió el camino de sus predecesores en la búsqueda de una explicación: un general de la periferia buscaba en la cultura de Castilla la identificación con una realidad que le debió parecer lejana. En esta esencia costumbrista, que ya Ramón María del Valle Inclán o Antonio Machado acogían reconociendo sus rasgos negativos, Franco buscó implantar queriendo ocultar estos mismos rasgos, que le salían a flor de piel: el atraso en la autarquía, la ignorancia en la censura, la envidia en la persecución política, el cainismo sistemático en la represión contra los vencidos, la brutalidad durante las purgas.
Las líneas evolutivas de la dolencia española ni siquiera se limitan a dividir un ser del otro por estar en el bando nacional o el republicano durante la Guerra Civil. En el periodo hubo instituciones, doctrinas, movimientos y pautas culturales, que bien pueden asociarse a una u otra España; pero que no necesariamente implicó una asociación física o una separación trágica cuestionadora del origen del conflicto.
El novecentismo, cuyos miembros vivieron durante el franquismo tanto en España como en el exilio, jugó un papel importante en la percepción política de los procesos de mediana y corta duración, nacidos en la economía, la religiosidad institucional y la política exterior. Estos nuevos polemistas tuvieron la peculiar circunstancia de construir un debate desde dentro y fuera del territorio nacional.
La significación de Franco para los españoles pasa por ser cambiante y controvertida en dependencia del contexto histórico y de la persona que lo percibe. Cuando pregonaba la vuelta a un pasado siempre glorioso achacaba el atraso acumulado con respecto a Europa que muchos entrevistados denuncian en el documental, encontraba el origen de sus males en el abandono de España frente a la idea de Europa. La misma idea de Europa que triunfó en la transición y que Juan Eslava Galán, prestigioso escritor español enuncia en el capítulo final: «ya nos veíamos a nosotros mismos como Europa».
Europa representaba y representa para el español de a pie el progreso que tanto tiempo España se negaba a sí misma. El uso del «ya» medra ante un concepto del debate africanista de principios de siglo: la España estancada y tradicional que encarnaba Francisco Franco, que el cambio de la percepción externa sobre la situación del país logró deshacer parcialmente.
Franco era en sí mismo y contextualmente la idea del progreso a través del fascismo, la promisoria frente a las democracias débiles. Su figura se erigió como la única alternativa fuerte capaz de lidiar manu militari con la creciente polarización social y de enfrentar la crisis económica. Su programa político fue la solución, al igual que en el resto de Europa a esta problemática. Pero en España venía de la mano con un fuerte conservadurismo. La fórmula política se agotó en Europa en 1945; en España desde 1939 debieron variar sus componentes, ligada ahora a un tradicionalismo rampante y con una percepción nueva: la de la España de siempre. Después de la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, los exóticos estados de la Península Ibérica se anquilosaban en una vieja ideología readaptada que ya no era vista como una variante solucionadora. Mirando entonces en la ardua y tensa relación de Europa y España durante la dictadura entre complacencias y críticas, dilucidamos el omnipresente ser nacional: progreso contra atraso.
Las complejas estructuras psicológicas en torno a Franco empeoran el análisis de un proceso en el núcleo de lo nacional sumamente complejo y que probablemente esté vinculada al propagandístico hispanismo romántico del que se hizo eco. La urdimbre de su figura y su mandato divino para salvar una nación que finalmente logró superar su atraso relativo e insertarse dentro del concierto de los países altamente industrializados durante su mandato, juega indiscutiblemente con la idea del duelo a garrotazos que propugnaba el regeneracionismo.
¿Qué rol juega el Franquismo en la división de los españoles? ¿Cómo la percibe el exiliado? ¿Qué opciones o ideas desembocaron, debido a los derroteros históricos, en la reconstrucción nacional en esos 40 años?
La narrativa histórica reinterpreta el papel de la conciencia nacional y social durante los años de la dictadura de una postura inmovilista a una de decisiva conceptualización de sí mismo en cuanto a la propia expresión de un «qué somos» y «qué sociedad construiremos». La existencia de una memoria histórica sesgada y una percepción de la realidad parcial provocaron que su figura sea considerada por la mayoría de los españoles la única solución posible para un país triplemente fracturado entre las posturas antónimas que en él convergían: derecha-izquierda, catolicismo integrista-anticlericalismo, centralismo-nacionalismo periférico.
El principal valor político del pueblo español en la etapa fue, tras los traumas de la guerra, el anhelo de preservar la paz. Hacia el fin del Franquismo el pueblo español dejaba de definir las dos Españas en un dicromo; exploraba entonces la escala de los grises. El nuevo lenguaje de libertad, igualdad y tolerancia que se abría paso evidenciaba la evolución del pueblo español. La toma de conciencia social implicó un revisionismo histórico y una reelaboración de la memoria, que pasó por reubicar y responsabilizar al tirano por la manera en que había conducido el gobierno.
Algunos intentando marcar distancias, hablan de identificarse con una Tercera España: intermedia, moderada… En la raíz de creerse en esta categoría entra el profundo deseo de paz; pero jamás el desentendimiento de pertenencia a una de las Dos Españas que no fueron.
Más allá de lo objetivo, Franco fue un personaje frío, calculador y sin presencia, sumamente oportunista, que hizo de su historia tragedia. Rigió los destinos de su país apoyado en las propias contradicciones que lo explicaban. Un hombre amado por media España y odiado por la otra mitad, supo bregar en un mar de lealtades unipersonales y utilizar una parte contra otra. Mucho de su apoyo popular se basaba en el miedo y otro tanto en beneficios. A los vencedores les pareció el hombre que los sacó de la guerra, los condujo al progreso económico y los salvó de la debacle, mientras veían a los vencidos como un mal menor que había que conllevar y cuyas desgracias eran pocas.
El contencioso tema de la opinión pública, categoría surgida en el seno de los mentideros durante el siglo XVII, queda marcado por las más arduas disputas, tal y como demuestran algunos intelectuales durante el documental. En ella se basa la historiografía para hablar del apoyo al régimen; pero lo cierto es que las dictaduras, por cuanto carecen de libertad de expresión, provocan la inexistencia de esta y la sustituyen por la opinión popular. Es decir, lo que probablemente la gente pensaba.
La Guerra Civil había segado el dinamismo y pluralidad de la Edad de Plata y las esperanzas del pueblo español depositadas en el progreso. La propaganda del régimen fue consciente en satisfacer esas demandas y expectativas, sustentada en la coartación a la libertad de información y las condiciones psicológicas creadas por la guerra.
La clave del documental está en reconocer en su discurso los múltiples discursos sobre la figura de Franco. Cuando los entrevistados hablan de la memoria del dictador siempre lo hacen amparados bajo una diversidad de opiniones, que en muchos casos justifica los mitos del Franquismo, lo que demuestra la pervivencia de la mitología asociada al Caudillo, si bien ambigua, en el imaginario colectivo.
Entre 1964 y 1971 la España del atraso se desmoronaba desde dentro: se reconectaba con Europa, se insertaba en el mercado internacional, adoptaba patrones culturales y de consumo alejados del ideal del régimen. Mientras el turismo abanderaba la esencia de avance —su motivo era el atraso, la idea de una España diferente.
Un viejecillo cansado se asomaba en 1969 a dar un discurso sobre cómo todo el progreso de los años anteriores era el resultado de su plan maquiavélico, mientras muchos españoles le veían como el abuelo que hizo triunfar a España. La imagen de la senectud bien puede asociarse a la tradición, que paradójicamente se congraciaba en la modernidad. Dos Españas reunidas en una sola esencia. Sin embargo, durante la última década el divorcio desde la generación del 27 entre intelectualidad y política se patentizó dentro de las fronteras del reino.
Tal y como lo demuestra el debate de 1949 en torno al ser nacional, Franco encararía a España hacia el progreso compatibilizándolo con su esencia tradicional. La historia hagiográfica no se cansó durante estos años de eludir su responsabilidad ante los hechos, de infundir miedo, de obviar, de olvidar. Fue esto lo que reclamaban los desafectos universitarios en 1956 al régimen, lo que derribaba en cada protesta la idea de uniformidad nacional, de inexistencia de esa otra hermana tantas veces mutilada en fratricidio y resucitada en abarrotada protesta.
La petición unamuniana de intrahistoria fue respondida como la invención de una esencia divina fabricada que muchas veces vedó las inmersiones en realidades, imágenes y visiones del periodo por parte de los interventores. Tiende a ser una extraña mezcla de amor, respeto y odio en ellos a lo largo del documental, si bien muchos marcan decisivamente la superación del debate identitario.
El reconocimiento público que la complicada historia de la etapa ha dado al Generalísimo se debe más bien a la forma continuista en que se realizó la transición y la manera en que ha fomentado el olvido, la impunidad, la represión y la forma en que obvia la memoria histórica de los vencidos. De esta manera solo se replanteó el problema al amparo de la democracia, cambió de pieles.
En conclusiones, el problema de España ha sido una recurrencia latente a lo largo del documental. Si bien es un tema descuidado y prácticamente intratado en los estudios del Franquismo por el profundo peso que tiene la figura de Francisco Franco para los estudiosos y las múltiples aristas que ha reinventado la metodología para analizar el personaje histórico, ha dejado fuera de la polémica este enfoque sumamente importante por su trascendencia en el devenir de la nación española. Definitivamente, como se ha querido hacer creer, no es un debate terminado. Se filtraba a través de la divergencia de posturas abiertamente enfrentadas y beligerantes de los entrevistados sobre cualquier tema, como lo demuestra la vehemencia con que defendió sus posiciones el eminentísimo catedrático Julio Aróstegui en cada capítulo en que intervino. Ciertamente, el debate se ha actualizado, ha mudado las formas; pero las bases, el contenido, son entes actuantes dentro de la sociedad española y por tanto, uno de los mayores valores del documental es la habilidad con que dibujó la sociedad española del Franquismo y su evolución hasta la actualidad a partir de las autorizadas voces que utilizó en su edición.
Bibliografía
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