En 1807 es publicada la «Fenomenología del Espíritu». Esta obra ha llegado hasta nuestros días como una muestra de lenguaje difícil. A simple vista se caracteriza por el desborde conceptual y la complejidad. Leerla pude llegar a ser un verdadero suplicio; traducirla, un imposible.
Tiene un tono entre lo poético y lo narrativo. La intención de Hegel era lograr una exposición del devenir del espíritu absoluto, presentando cada momento y figura en un lenguaje interesante, atractivo, bello en el sentido romántico. Facilitar la identificación del lector con la obra era indispensable para su éxito. Pero, a fin de cuentas, su beldad sin par limitó grandemente la conservación del mensaje: las profundísimas abstracciones a las que recurre asfixian al lector contemporáneo.
Dada la urgencia de los editores, Hegel tuvo que escribir la Fenomenología a gran velocidad lo cual incidió en los niveles de abstracción. Le faltó tiempo para poder emplear referencias o repensar la forma de los planteamientos. La premura hizo que priorizara la coherencia lógica. Lo más curioso del asunto es que Hegel, se esforzaba por evitar abstraerse demasiado; las excelentes dotes para el pensamiento en este filósofo retan al sentido común; en el presente todavía resulta una lectura de alto nivel de complejidad.
Este estilo de la primera obra de Hegel sentó precedente en la interpretación de su figura siendo catalogado como «romántico», cuestión en extremo discutible. Si bien es cierto que Hegel vivió una etapa de identificación con los ideales románticos, no podemos encajar categóricamente sus obras en tales divisas. Su filosofía se auto contempla como una superación del romanticismo y que, en consecuencia, lo contiene en sí.
No obstante, sin que ello signifique circunscribirlo, la influencia romántica es palpable. El pensamiento de Hegel quedó marcado por el romanticismo alemán. Beiser (2005), sintetiza la esencia de la ética romántica: la totalidad, la unidad, y la individualidad; mandatos que demandaban el emerger del individuo en su máxima plenitud a través de la unidad consigo mismo.
La Fenomenología fue la primera y la última obra escrita con un estilo semejante. Es, por ende, de todas sus publicaciones, la más compleja de traducir. La necesaria deformación del lenguaje original que implica una traducción termina por destruir la coherencia semántica y pragmática. Wenceslao Roces[1] calificó de «espinosa experiencia» su labor de traductor al español[2].Por fortuna el resto de las obras resultan si bien complicadas mucho menos difíciles de interpretar.
Incluso consultada en alemán ha resultado compleja. Se lidia con una estructura lógica enrevesada, con montones de florituras que fuera de contexto hacen que de su lírica un lastre. Marx, alumno de Hegel, llegó a calificar el estilo de su maestro de «poesía pétrea».
Sea que se estudie la obra en su lengua original o como traducción se precisa de una preparación intelectual. Hay que avituallarse cultural, contextual y filosóficamente. No es una exageración decir que su estudio consciente requiere años. Ahora bien, una vez que el lector ha logrado vencer los obstáculos iniciales, sentirá que leer esta obra tiene el efecto de emprender un viaje espiritual.
Desde el punto de vista narrativo, la Fenomenología tiene una estructura sistémica increíble. Prácticamente, ninguna obra filosófica ha llegado tan lejos en coherencia interna y formal. Así como el espíritu debe recorrer cada uno de los momentos para reencontrarse con su esencia, la obra exige que sea leída por completo. De hecho, es imposible separarla o fragmentarla.
Toda la estructura de las oraciones, párrafos, epígrafes y capítulos responde a la dialéctica. Cada juicio se nos presenta acabado. Entonces, al continuar la lectura encontramos una refutación perfectamente coherente de aquello de lo cual casi se nos tenía convencidos, y más adelante una nueva negación de esta negación que deviene en una conclusión que contiene los momentos anteriores.
En consecuencia, si no se han leído las ideas anteriores no es posible entender cómo se llegó a tal o más cual resultado; aún peor, puede el lector creer que cada tesis es auto conclusiva; empiécese por donde se empiece, cada epígrafe cuenta parte de una historia; mas, no se tiene idea de qué va la historia o cómo va a acabar hasta que se lean todos.
Quizás el ejercicio literario más similar dentro de la lengua española sea Rayuela, de Julio Cortázar. Ambas obras, aunque comparten naturalezas bien diferentes, son semejantes en su efecto: dan la sensación de que la historia que cuentan es infinita. Así como nadie se baña dos veces en un mismo río, ningún libro genera la misma impresión cuando se lee por segunda vez. La Fenomenología del Espíritu eleva este axioma literario a la enésima potencia. Cada vez que se lee revela nuevos misterios, pero a su vez no se pierde la sensación de estar leyendo lo mismo.
La paradoja más grande a la que el lector contemporáneo se enfrenta con esta obra radica en que, aunque se repute de desacertada su propuesta central, los razonamientos parciales son perfectamente aplicables a la praxis actual. Hegel resulta un filósofo capaz de tener razón incluso estando equivocado.
La sensación de estar leyendo un tratado infinito hace de la Fenomenología del Espíritu una obra sobre la cual hay que volver constantemente; no importa cuántas veces o desde qué enfoques se estudie, no hay manera de asegurar que todas sus interpretaciones y salidas hayan sido sondeadas: he ahí su virtud y su magia.
Notas
[1] Wenceslao Roces es el autor de la versión traducida al español de la” Fenomenología del Espíritu” que ha sido consultada para este trabajo.
[2]“Al abordar inicialmente los problemas de esta traducción, había abrigado yo la ilusión de poder infundir al texto español una mayor claridad y una mayor soltura, adoptando una actitud más libre en la reproducción del pensamiento hegeliano. Pronto hube de comprender, en el transcurso del trabajo, los peligros de este modo de proceder, en obra tan oscura y difícil como la Fenomenología”. Hegel, J. G. F., Fenomenología del Espíritu, Ob. Cit., N. de T.
Foto Maxime Lebrun