Estimado lector, si usted es de los que todavía cree ciegamente en la fantasía azafranada que nos impuso durante años la tradición religiosa acerca de un anciano barbudo llamado Moisés que escribió la Torá bajo el influjo de un ángel, le recomendaría que estudie los análisis hermenéuticos realizados por Julius Wellhausen acerca de las cuatro fuentes que dieron origen a las narraciones bíblicas como las conocemos en la actualidad.
Si usted es de los que prefiere encontrar respuestas a las contradicciones de las sagradas escrituras escudriñando en los versículos, lo invito a que revise la descripción de la muerte de Moisés que aparece en Deuteronomio 34; no se conoce hasta la fecha ningún ejemplo de obra literaria que haya sido escrita por un muerto. Los primeros cinco libros del Antiguo Testamento ni fueron escritos por Moisés ni constituyen los fragmentos textuales más antiguos del canon bíblico. El libro Génesis no es la génesis de las biblias.
¿Entonces cómo podríamos identificar los documentos bíblicos más antiguos…? Le propongo, querido lector, realizar un ejercicio de razonamiento. Imaginemos que el calentamiento global desencadena una espiral de incendios que destruyen todos los libros de la humanidad, excepto dos ejemplares: Don Quijote y Cien años de soledad. Supongamos que el fuego consume inclusive las carátulas donde aparecen registrados los datos sobre los autores y las fechas de impresión. Aunque ambas obras literarias describen historias que ocurren en el mundo real, escarchadas de fabulaciones, con un acento dramático impregnado de humorismo, cualquier hablante de la lengua castellana identificaría las diferencias en la construcción de estructuras gramaticales, la presencia de arcaísmos y otras frases en desuso en la obra de Cervantes, o la mayor complejidad de la narrativa de García Márquez. Las novelas Don Quijote y Cien años de soledad no fueron escritas en el mismo lenguaje, aunque ambas obras fueron concebidas en castellano. Evidentemente Cervantes usó una variante más antigua del idioma con el que nos comunicamos los hispanohablantes.
Si el idioma que predomina en el Antiguo Testamento es el hebreo, entonces cualquier fragmento de dialecto paleo-hebreo nos ofrece evidencias contundentes sobre los documentos más primitivos de la narrativa bíblica. Y uno de los textos escritos en paleo-hebreo que mejor ha sobrevivido el asalto corrosivo del tiempo sería El cántico de Débora, ejemplo de poesía lírica que aparece compilado en el capítulo 5 del Libro de los Jueces.
En su monumental Guía Asimov para la Biblia, el afamado autor de ciencia ficción nos señala lo siguiente:
«El Libro de los Jueces, que describe la historia de Israel inmediatamente después de la conquista, tiene un carácter bastante heterogéneo y (…) constituye una serie de documentos antiguos sin una relación necesariamente muy estrecha entre sí. Aunque en el texto hay señales evidentes de modificaciones, el relato no está pulido hasta el punto de ser un conjunto brillante y unificado (…) Aquí no hay un solo ejército bajo un mando unificado que logra una victoria rápida y completa. Por el contrario, se perfila un cuadro de tribus desunidas; cada una de ellas lucha en solitario contra el enemigo»[1].
La palabra sofetim (שוֹפְטִים), traducida como jueces, designa a líderes que guiaron a las desorganizadas tribus israelitas en una etapa primigenia de la historia; téngase en cuenta que en la cultura hebrea el verbo juzgar equivale también a gobernar. En el Libro de los Jueces se agrupan valiosísimas leyendas que fueron transmitidas como relatos populares para robustecer la identidad cultural de las tribus de Israel y de Judá. La más conocida de todas relata el tormentoso amor entre Sansón y Dalila. En ese entramado caótico de intereses tribales sobresale una mujer que asumió el liderazgo de su pueblo: la profetisa Débora.
Lo que se conoce de Débora se circunscribe a la descripción que se hace de ella en las biblias. Su historia se narra en el capítulo 4 en prosa y luego se repite en el capítulo 5 en verso. Incluso estando casada con Lapidot, gobernó como la cuarta jueza de los israelitas antes del surgimiento de la monarquía, un caso excepcional en un pueblo donde los hombres ostentaban todas las responsabilidades sociales y religiosas. Débora fue además una poetisa e intérprete de sueños arropada en un aura de carisma que la consolidaba en su rol como líder teocrática. Su vida y su nombre se han enlazado para la posteridad con la victoria que obtuvieron los israelitas sobre el ejército cananeo.
Débora le comunica al jefe militar Barak el mandato de Yavé de reclutar a diez mil soldados para combatir contra las hordas cananeas comandadas por Sísara, que habían consolidado su poderío mediante el uso de carros de batalla. Barak vacila inicialmente, pero luego acepta la orden, con la condición de que Débora lo acompañe al frente de las tropas, por lo que la jueza presagia que, aunque Barak vencerá a los cananeos, la gloria de la victoria final recaerá sobre otra persona. El combate entre ambos ejércitos se desarrolla a orillas del río Quisón. Se desata una tormenta repentina que provoca una inundación del torrente fluvial y que afecta la movilidad de los carros de batalla del enemigo cananeo. Sísara presiente la derrota de su ejército y se refugia junto a Jael, la esposa de un fabricante de tiendas. Jael aprovecha el descuido de Sísara cuando se queda dormido para clavarle una estaca en la cabeza.
El cántico de Débora constituye un himno que incorpora formas literarias como la salmodia, la teofanía[2], la épica, la imprecación, la bendición y la oda a la victoria. En sus versos se vivencia una atmósfera guerrerista y se alude a Yahvé como una deidad que influye en los eventos meteorológicos, un aspecto que refuerza aún más las hipótesis de los antropólogos que sitúan los orígenes del judaísmo en el culto a una deidad cananea primitiva asociada con el caos y las tormentas[3].
Pero El cántico de Débora es, sobre todo, una obra literaria protagonizada por la profetisa homónima y una justiciera llamada Jael, lo cual nos aporta una potente señal acerca de la influencia que ejercían las mujeres en las sociedades tribales de la antigüedad. Para disgusto de los defensores a ultranza del conservadurismo patriarcal, las biblias nos regalan un poema lírico donde los varones son comandados hacia la victoria sometidos al liderazgo de mujeres astutas y valientes.
Notas
[1] Asimov, Isaac. 1994. Guía de la Biblia: Antiguo Testamento. Barcelona: Plaza y Janés.
[2] Alabanza a la manifestación de un dios.
[3] del Olmo Lete, Gregorio. 2018. «Yahweh. Dios de la tempestad. Dios de la historia.» Astarté. Estudios del Oriente Próximo y el Mediterráneo 127-132.