Se cuenta que sus amigos retaron a Emerson a escribir un ensayo sobre un tema arbitrario, por ejemplo, los «círculos».
El reto, claro está, fue aceptado. El tema es demasiado sugerente, demasiado propicio: quizás en esto consiste su dificultad. Un camino que va del ojo al horizonte, del horizonte al mundo, del mundo a ese Dios que es una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. Un ensayo cuyas ideas ejecuten la danza circular de las auras tiñosas, una vorágine que a medida que crezca lo asimile todo, incluido el escritor, y termine escribiéndose a sí mismo, sin principio ni fin, o donde todo momento sea alfa y omega a un tiempo. En definitiva, un texto como un cataclismo, una fuerza de la naturaleza, pero con un ojo quieto en su centro de huracán.
Cuando terminamos de leer este ensayo, un gran sosiego nos domina, y apenas nos percatamos de que ya no somos los mismos, de que apenas somos. Pero luego, al leer otros textos, nos resultan extremadamente «familiares», como si nosotros mismos, de algún modo inconcebible, los hubiésemos escrito -y ello independientemente del tiempo o del espacio-, y es que luego de haber leído el ensayo de Emerson nos sentimos ubicuos.
Y todo originado en una provocación arbitraria.
Foto por Chaitanya Tvs