Marcel Proust no es un escritor de lectura fácil. Primero, uno debe acostumbrarse a sus largos periodos sintácticos, esas famosas oraciones de varias páginas plenas de compuestas y subordinadas. Después hay que dejarse llevar por las múltiples ramificaciones y entrecruzamientos de sus ideas, acceder a perderse y reencontrarse en ellas una y otra vez. Finalmente, es necesario aceptar que el disfrute completo de las siete partes de En busca del tiempo perdido requiere dos cosas que parecen haberse esfumado de la vida moderna: tiempo y concentración. Solo así ocurrirá la epifanía, los velos caerán y por fin veremos, entre esos tantos lugares comunes del paisaje, los signos inequívocos de los mundos de Proust.
Si para Stendhal, como para la mayoría de los escritores del siglo XIX, la novela era un espejo que se pone en el camino, Proust no dudó en dejar de lado al camino y sostener el espejo frente a él. Por eso, aunque su obra no contiene ningún elemento sobrenatural, ella supera con creces el realismo clásico de sus predecesores al asumir un punto de vista que niega la pretendida universalidad de lo objetivo.
«En busca del tiempo perdido» de Marcel Proust
En busca del tiempo perdido narra la vida tal como la experimenta cada persona desde su cuerpo y su espiritualidad únicas. Se desenvuelve, por tanto, en el ámbito de las emociones, de lo subjetivo y lo irracional.
Por otra parte, debido a la presencia en ella de dos de los grandes tabúes de su época, el judaísmo y la homosexualidad, las tramas de la novela están construidas de manera magistral alrededor de esos ambientes cuya existencia se conoce, pero no se acepta, y de los cuales, ya sea por miedo o por prejuicio, nada más se habla mediante alusiones y siempre bien bajito.
En ambos sentidos, uno de los rasgos que más impresiona de esta obra es la habilidad de su autor para erigir a base de palabras aquello cuya expresión escapa usualmente a ellas. Esto hace de En busca del tiempo perdido una experiencia incomparable, que se distingue por la intensidad y violencia de las sensaciones que provoca, capaces de subvertir al mismo tiempo el inconsciente y la razón. A medida que se avanza en su lectura va cuajando en certidumbre lo que al inicio apenas se sospecha: el espejo de Stendhal de nuevo se ha movido: ya no es el escritor, sino uno, quien está frente a él. Y es que leer a Proust es, a la larga, leerse a uno mismo, un ejercicio tan doloroso como placentero, un acto puro de pasión…
Marcel Proust no es un escritor de lectura fácil. ¿Pero acaso no tenía razón José Lezama Lima cuando dijo que «solo lo difícil es estimulante»?
Me. encantaria leerla si puedo pues mis ojos. cada día. se apagan más
Excelente reseña y una sublimé definición de pasión, plasmada en las palabras que la conforman y en su expresión en este articulo.
Magnífica reseña …
En pocas palabras, la síntesis magistral de una colosal obra literaria