Sin embargo, el veredicto de la historia en cada periodo se ha dado de las maneras más misteriosas. Es probable que el enunciado «In God we trust», funcione a la perfección y para enero de 2021, la oficina oval deje a un lado el compromiso político y se convierta en una casa productora musical bajo la administración de Kanye West.
En marzo de 1960, un artículo de la revista Bohemia, hacía referencia a una de las narrativas más controvertidas de la historia estadounidense: la carrera por la presidencia.
En tan tortuoso período de condicionamientos exteriores y comienzo de guerra fría, el protagonista caricaturesco en el centro de atención era el presidente Eisenhower quien buscaba su reelección. Paradójicamente, y en consecuencia con los venideros acontecimientos, el texto parafrasea un tanto la afirmación con que Marx inicia El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: la historia tiende a repetirse y en noviembre próximo las opciones serán comedia o tragedia.
Cuando se asiste a mapear las intrínsecas facetas de un candidato presidencial en EE. UU., no sólo se alude al pretérito y ya manido debate entre la izquierda y la derecha, sino que en la época contemporánea significa un pacto con lo universal.
Esto es síntoma propio de una enfermedad llamada relaciones exteriores, y que en el nuevo juego del neoliberalismo postmoderno sólo llega a visualizarse desde la limitación de la miopía con que el ciudadano de a pie concibe la política y las relaciones sociales.
Además de los aspectos legales que rememora el artículo de Al Toffler —como el rango de edad por encima de los 35 años—, la tradición destaca que el sujeto en cuestión debe ser varón y ciudadano residente durante al menos 14 años, como dicta el Artículo II de la Constitución estadounidense.
Llegado a este punto, es harto probable que la legislatura de Barack Obama (2014-2017) haya sido vista como la más ilegítima en toda la historia de la unión por ser el primer presidente afroamericano en llegar al poder, cuestión esta del árbol genealógico y la descendencia que fue y ha sido manipulada también por Donald Trump. Sin embargo, a pesar de estos inconvenientes, Barack Obama desplegó una de las campañas electorales más brillantes y positivas de la historia, captando así la atención del electorado más joven y condenando desde el marketing los patrones más reaccionarios y conservadores de la comunicación política.
Ser un notable y reluciente candidato a presidente significa saber desenvolverse en los espacios y debates públicos; no importan los insultos, injurias y ofensas, eso es sublime y deja ver con claridad cómo funciona la proclamada libre expresión americana.
Los followers no pueden ser decepcionados, siempre tendrán un buen comentario para las redes sociales, o un video con respuestas absurdas que se baraje con extrema audacia, mentiras, rumores y haga vista gorda a lo obvio para simplemente llenar un espacio en Youtube.
También puede darse el caso de que —como con el presidente Trump— se vengan abajo algunos esfuerzos claves en la gestión de campaña por un simple comentario en Twitter. Esto no solo es impulsar el show que escolta a la campaña, sino también una manera de mercantilizar al candidato, de venderlo en su forma más simple: mediante el escándalo.
No es suficiente con ser multimillonario, tener el apoyo del partido y el empuje de un programa sólido y coherente; también es necesario vender la imagen, hacer sentir al ciudadano promedio estadounidense como parte del proceso, además de convencerlo de que su gestión administrativa es lo que necesita el país para los próximos cuatro años.
Este esfuerzo es el trabajo del asesor público o promotor de campaña, convertir un titán en semidios y presentarlo de manera que no solo garantice su confianza personal en la victoria, sino que sea capaz de transmitir esa misma energía.
En función de ello, las encuestas funcionan como otro de los factores que ayuda en la candidatura. Aunque está demostrado que es erróneo dar por sentado su fiabilidad, constituyen un mecanismo preciso que sirve de apoyo a fortalecer el perfil de cada nominado: «un candidato trata de formar la imagen de sí mismo como un gran acaparador de votos»[1]. Las estadísticas y las cifras resultan los guerreros en las sombras que cimientan las bases del imperio.
Pero el aspirante a señor de la Casa Blanca no solo se construye desde su individualidad, también repercuten en él los aciertos o desaciertos de su gabinete. Por tanto, tiene que tomar precauciones extremas para no cerrarse la puerta por accidente.
En este sentido, es imposible pasar por alto el bochornoso papel de la candidata a vicepresidenta por la facción republicana y gobernadora de Alaska, Sarah Palin, en 2008. Visto esto, se deduce que la carrera a la presidencia de John McCain (candidato presidencial y compañero de Palin) ha estado condenada desde los inicios. No solo sufrió la aplastante derrota de los comicios del año 2000 frente al Gobernador de Texas George W. Bush por falta de liquidez y apoyo del partido republicano, sino que además tuvo que lidiar con las torpezas de una inexperta e invisible aspirante a vicepresidenta que en cada instancia consolidó su incompetencia y falta de precisión para el cargo.
¿Trump o no Trump? Ahí está el dilema
Si la carrera por el máximo puesto de la Casa Blanca ha sido el mejor de los reality, en lo que va de 2020 se ha alzado con grandes preestrenos y nominaciones a mejor circo.
El significativo número de tropiezos imprevistos, atracciones y malabares han abarrotado pieza por pieza el guion de la precuela electoral. Como si de las siete plagas de Egipto se tratase: el asesinato del general Qasem Soleimani, la propagación del coronavirus, la crisis económica, la muerte de un afroamericano y su repudio, la ira desatada contra las estatuas y símbolos racistas, el descorche de secretos familiares-políticos, la brutalidad policial y la lucha tripartita por la oficina oval, vienen a ofrecer el toque de gracia a unas elecciones cada vez más definidas por la incertidumbre.
Tras este escenario el pulso de la escena electoral indica infarto del miocardio.
Inverosímil resulta que el devenir mundial se encuentre en manos de unos pocos. El día del juicio final se acerca y con ello la incertidumbre de cuál candidato jugó con mayor destreza la sarta de ingredientes, cartas bajo la manga, estrategias, promesas de cristal, pugnas, injurias y posverdades.
Aunque el senador de Delaware, Joe Biden, será la última esperanza de los demócratas, la sentencia final dista de ser favorable para esa fracción: Trump utiliza las mismas maniobras de Julio César el romano, él no conquista, él somete.
Con la administración Trump no ha habido tiempo para el hastío y el aburrimiento: ya sea por los escándalos de la sospechada injerencia rusa en los comicios de 2016, la construcción del muro en la frontera con México, el impeachment, y el caso de Jeffrey Epstein por tráfico sexual de menores.
Sin embargo, el veredicto de la historia en cada periodo se ha dado de las maneras más misteriosas. Es probable que el enunciado In God we trust, funcione a la perfección y para enero de 2021, la oficina oval deje a un lado el compromiso político y se convierta en una casa productora musical bajo la administración de Kanye West.
«Es un tributo al sentido común norteamericano el hecho de que, a pesar del proceso de postulación despilfarrador, a veces idiota, siempre ruidoso, por lo general sobreviven hombres excelentes para correr la recta final. Desde ahora hasta las elecciones de noviembre, no pasará una hora sin noticias abundantes y confusas sobre la campaña electoral»[2].
Referencias
[1] Toffler,Al: ¿Cómo se hace un candidato a presidente de los Estados Unidos? en Revista Bohemia, 20 de marzo de 1960,pág.12.
[2] Toffler,Al: ¿Cómo se hace un candidato a presidente de los Estados Unidos? en Revista Bohemia, 20 de marzo de 1960, pág.10.