Ilustración Calvino: la utopía, entre series numéricas y colecciones
Ilustración de Ivana Calamita.

Calvino: La utopía, entre series numéricas y colecciones

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“Yo trabajo a ratos, fragmentariamente, en la medida en que las distintas dispersiones y obstáculos, la insatisfacción general y la hipocondría individual me lo permiten y, mientras tanto, sueño con componer obras enciclopédicas, historias universales, teogonías, mapas del orbe terráqueo y del firmamento, utopías…”

Carta a Mario Socrate y Vanna Gentili, 26 de junio de 1970 (Calvino, 2010)

Del mismo modo en que la trilogía Nuestros antepasados encuentra buena parte de su comprensión en el monumental trabajo de recopilación que derivó en la publicación de Cuentos populares italianos en 1956, las principales obras que Italo Calvino concibió entre 1964 y 1979 hallan claves importantes para una interpretación posible en otros trabajos de envergadura encarados por el escritor en tanto editor de la casa Einaudi. En efecto, obras como Memoria del mundo y otras cosmicómicas (1965), El castillo de los destinos cruzados y La taberna de los destinos cruzados o, incluso, Las ciudades invisibles (1972), recibieron la luz proyectada por algunos de los emprendimientos editoriales de los que estuvo a cargo. Así, la reescritura de un texto particularmente querido por Calvino –Orlando furioso de Ludovico Ariosto- pero, asimismo, el trabajo –también monumental- que llevó a cabo entre 1968 y 1971 sobre los escritos de Charles Fourier (1772-1837), filósofo y una de las figuras más representativas del llamado «socialismo utópico», o el lanzamiento de una colección de largo aliento de novelas, son indisimulablemente contemporáneos de aquellas creaciones propias. De allí que una vez más, también en esta particular etapa creativa del escritor italiano, resulte meramente conceptual todo intento por separar al Calvino editor –aquel que «trabaja (además de en sus propios libros) en hacer que la cultura de su tiempo tenga este carácter y no otro»[1]– del Calvino lector y del autor, un trípode que, como en tantas otras oportunidades, se potenciaría para dar forma a una de las trayectorias intelectuales más originales de la cultura del siglo XX.

Hacia el sustrato de la utopía

Convencido como editor avezado que era de la vacancia en Italia pero también en Francia de una antología que reuniera los textos más significativos de Fourier, Calvino arremetió –siempre con la complicidad de Einaudi, la editorial turinesa en la que se destacó junto a un grupo de destacados intelectuales- con los doce tomos de sus escritos y también con el inédito El mundo nuevo amoroso. Luego de un trabajo artesanal de gran lector y curador, en 1971 vería la luz una antología de cuatrocientas páginas que contaría con un prólogo de su propia autoría[2].

En una entrevista sostenida poco antes de la aparición del volumen, Calvino daba una pista certera de las razones que lo asistían para ocuparse de Fourier, y en qué medida ese trabajo sobre un «libro de otro», estaba proyectando luz sobre algunos de los propios: «Fourier es uno de esos casos raros en los que espíritu visionario y exactitud matemática coinciden. La realización de los deseos no se le aparecen como una nube indiferenciada y luminosa, sino más bien como una pizarra llena de fórmulas» (Calvino, 2012, p. 161, traducción del autor). Tal como lo afirma Benussi, Calvino lee a Fourier «…como poeta y como alquimista social capaz de manipular la materia lingüística y mítica con la esperanza, por medio de ellas, de «cambiar la vida» (…) Resulta evidente que Calvino se divierte mucho potenciando las contradicciones de un pensamiento que por un lado busca construir un proyecto científico y, por el otro, es frenado por los ángulos oscuros de nuestro ser (…) disfrutando de una utopía pulverizada y suspendida, nacida de la búsqueda de una moral antirrepresiva fundada sobre la exactitud y sostenida por una extraordinaria alianza entre eros y cibernética; espíritu visionario y matemática; ocultismo e iluminismo, es decir, por la fusión de las dos almas de su tiempo» (Benussi, 1989, p. 125).  

Lo cierto es que su preocupación por escrutar órdenes posibles, regularidades numéricas en el caos indeterminado de las cosas, el pensamiento serial y combinatorio, la posibilidad de resumir en un cierto «universal» el infinito de las «particularidades» y, desde luego, el carácter ineludiblemente utópico de un orden tal y, junto a todos eso, sus lecturas de ciencia ficción, fueron condimentos presentes en toda esta etapa creadora. No es casual, pues, que en un mundo en el que las expediciones espaciales y la llegada misma del hombre a Luna en 1969, contribuyeran a recrear una vez más –aunque luego de abandonar el realismo, con nuevos tintes- aquella distancia saludable del mundo para, de alguna manera, asirlo. De hecho, en carta a Domenico Rea (Calvino, 2010, p. 336) afirmaba Calvino en 1964 que «…hace tiempo que solo leo libros de astronomía» y, algo más tarde, que «… la Luna sería un buen punto de observación para mirar la Tierra desde una cierta distancia. Hallar la distancia adecuada para estar presente y a la vez distante…» (Calvino, 1994 p. 209). La utopía calviniana no fue solo un punto inalcanzable a ser divisado en un horizonte, sino a la vez uno desde el cual divisar mejor.

Lo cósmico y lo cómico

En el entrecruzamiento entre la exploración de los orígenes, propio de las cosmogonías, y lo cómico como estrategia cognoscitiva de aproximación a la realidad mediante el filtro o la pantalla del humor, Calvino fragua entre 1964 y 1965 una colección de cuentos a los que denomina con el neologismo de cosmicómicas. Mediante un procedimiento, a su juicio inversoala science-fiction, que juega a prefigurar el futuro en el presente, las cosmicómicas, justamente por su impronta cosmogónica, ponen su vista en el pasado remoto. Pero Calvino es aún más preciso en el prólogo a la hora de definir la especificidad de sus nuevos textos: «La ciencia contemporánea ya no nos da imágenes que se pueden representar: el mundo que nos abre está más allá de toda imaginación posible», de allí que Calvino postule «una relación diferente entre datos científicos e invención fantástica». Para concluir explicitando su intención: «Yo quisiera servirme del dato científico como de una carga propulsora para salir de los hábitos de la imaginación y vivir incluso lo cotidiano [una vez más lo cotidiano en Calvino] en los confines más extremos de nuestra experiencia». Y así, en todos y en cada una de sus cosmicómicas, el escritor lleva al extremo esa experiencia, en primer lugar incluyendo la figura de Qfwfq, un nombre que además de impronunciable ni siquiera llega a ser un personaje sino «… una voz, un punto de vista, un ojo (o un guiño) humano proyectado hacia la realidad del mundo que parece cada vez más refractario a la palabra y a la imagen» (Calvino, 1994, p. X). Pero también dando lugar a historias cuyos disparadores son, en cada caso, un dato o un principio científico pero que mediante alucinantes tramas llevan el hecho fantástico (¿científico?) virtualmente a explotar, no sin pasar en algún momento por situaciones en las que la gracia –y también lo poético-, asumen plena expresión.

Se suceden así historias en tiempos y espacios inauditos en los que, por ejemplo, la Luna se encontraba muy cerca de la Tierra y que era posible arrimarse hasta su superficie escamosa por mar para extraer de ella con cuchara una leche que por su densidad simulaba un requesón (La distancia de la Luna). Otra en la que la fijación de un signo en el espacio para poder encontrarlo doscientos millones de años después se vuelve algo imposible, porque el paso del tiempo había provocado que solo pudieran concebirse «…fragmentos de signos intercambiables entre sí, esto es, signos interiores al signo, y cada cambio de esos signos en el interior del signo cambiaba el signo en un signo completamente diferente, es decir, que yo había olvidado del todo cómo era mi signo y no hallaba manera de recordarlo» (Un signo en el espacio). O incluso uno en el que la ausencia de colores impone una vida regida por los contrastes entre blancos y negros. O aquel que transcurre en un momento en que toda la materia del universo estaba concentrada en un solo punto hasta que uno de los protagonistas postula cuán feliz sería si, de contar con más espacio del que no dejaba la co-presencia de todos en aquel punto, pudiera hacer unos tallarines…

Relatos (y destinos) cruzados

En 1968, ya imbuido del interés por la semiótica que estaba progresivamente tiñendo buena parte de las perspectivas del mundo intelectual de los años sesenta, Calvino asiste a un seminario en el que toma contacto con la cartomancia y su relación con las funciones narrativas. Desde hacía una buena cantidad de tiempo, el escritor venía probando, sin demasiado éxito, plasmar una nueva creación propia a partir de las posibles combinaciones de las cartas del tarot -que finalmente devendrían en la posterior La taberna de los destinos cruzados-, cuando recibe la propuesta del exquisito editor Franco Maria Ricci para escribir un texto acerca de los tarots de Visconti para una edición especial que reproduciría a escala y a todo color, las cartas del juego. Fue así que antes incluso ante de La taberna… surgió El castillo de los destinos cruzados, cuyo título original en la edición de lujo fue Tarocchi, Il mazzo visconteo di Bergamo e New York, publicado por Ricci en 1968.

Con los mismos objetivos y respondiendo a la misma estructura, aunque utilizando en el segundo de los libros el mazo más conocido del Tarot marsellés, El castillo… y La taberna… fueron publicados finalmente en 1973, en un solo volumen y con una nota aclaratoria final del autor. Y Calvino encontrará, una vez más, en la fragua de un texto propio, algo del proyecto en el que venía trabajando como lector y editor: el poema épico Orlando furioso de Ludovico Ariosto. En efecto, entretejida entre las historias que se suceden en El castillo… a partir del progresivo descubrimiento –siempre bajo determinadas reglas pero fundamentalmente producto de las inspiraciones narrativas que las cartas van suscitando- de algunas de las peripecias caballerescas del Orlando. Oculto entre los pliegues de las fantasiosas asociaciones que habilita el azar sistemático de las cartas, el lector puede encontrar, más o menos escondido, otro lector: el Calvino-lector (y más tarde, editor) de Ariosto.

Una «colección» de utopías

Las ciudades invisibles, uno de los libros más difundidos de Calvino, también podría ser postulado como una creación -si no epifenómeno literario de otra operación editorial de envergadura-, desde ya indisolublemente ligada a ella.  Se hace referencia aquí al lanzamiento en 1971 de una colección que resultaría emblemática no solo para Einaudi sino incluso para la cultura literaria italiana: «Centopagine» y que Calvino dirigirá hasta dos años antes de su muerte.  De su propio puño y letra fue el texto preparado para su lanzamiento: «Centopagine» es una nueva colección de Einaudi de grandes narradores de todos los tiempos y de todos los países, presentados no en sus obras monumentales, no en sus novelas de gran calado sino en textos que pertenecen  a un género no menos ilustre y en absoluto menor: la «novela breve»  o el «relato corto» […] más que en su dimensión, el criterio de selección se basará en la intensidad de una lectura sustanciosa que pueda encontrar un hueco incluso en los días menos tranquilos de nuestra vida cotidiana» (Calvino, 2006, p.62).

También este de algo más de cien páginas y publicado en 1972, Las ciudades invisibles funde la recurrente obsesión de Calvino por las ciudades con la construcción de escenarios utópicos. Y aunque no perceptible a simple vista, este volumen podría ser postulado también como expresión de la fascinación por las construcciones numéricas, las regularidades y los juegos clasificatorios, una predisposición bien propia del oficio editorial y que encuentra su expresión más emblemática en las colecciones que dan forma a sus catálogos. Al igual que estos, este es un libro que «… hay que leer abriéndolo por cualquier página, como poemas, saltando de un lugar a otro, así como fue escrito…» (Carta a Natalia Ginzburg, París, 21 de julio de 1973, Calvino, 2010, p. 427). En efecto, una rápida visualización de su índice permite constatar que el libro se compone de cincuenta y cinco descripciones de ciudades imaginarias reunidas en nueve grupos, todos ellos separados por diálogos entre Marco Polo y Kublai Kan, el emperador de los tártaros. A su vez, en esos agrupamientos, el autor va incluyendo de modo secuenciado una serie de temas: la memoria, el deseo, los signos, las ciudades tenues, los ojos, los cambios, el nombre, los muertos, el cielo, las ciudades continuas y las ciudades ocultas. De ese modo, junto con la clasificación de la que da cuenta cada agrupamiento de relatos, a lo largo de todo el volumen existe una regularidad de aquellos aspectos que para Calvino constituyen el cemento de la impronta utópica de estas alucinantes ciudades. Ya en el primero de los diálogos, el autor anticipa algo de ese entramado: «Sólo en los informes de Marco Polo, Kublai Kan conseguía discernir, a través de las torres y las murallas destinadas a desmoronarse, la filigrana de un diseño tan sutil que escapaba a la mordedura de las termitas» (Calvino, 1984, p. 16). De allí en más, las ciudades-utopías, todas ellas investidas con nombre de mujer, se sucederán una tras otra, describiendo sus fabulosas y únicas características, en un clima poético inédito que anticipa en buena medida el del posterior Palomar.

Sin sospechar que entraría, en unos años, en la última etapa de su vida, Calvino parecía haber alcanzado aquella «… firmeza de pulso del escritor que posee su propia personalidad estilísticamente acabada…» y que le sugería a Primo Levi, hacia 1961, buscar: «…como Borges, que utiliza las sugestiones culturales más disparatadas y transforma toda invención en algo que es exclusivamente suyo, con ese clima refinado que es como la rúbrica que hace reconocibles las obras de todo gran escritor» (carta a Primo Levi, Turin, 22 de noviembre de 1961, Calvino 2010, p. 292).

Bibliografía

Benussi, Cristina (1998). Introduzione a Calvino. Bari. Edizioni Laterza.

Calvino, Italo (1984). Las ciudades invisibles. Buenos Aires. Minotauro.

Calvino, Italo (1989). El castillo de los destinos cruzados. Madrid. Siruela.

Calvino, Italo (1994). Ermitaño en París. Páginas autobiográficas. Madrid. Siruela

Calvino, Italo (1994). Los libros de los otros. Correspondencia (1947-1981). Barcelona. Tusquets.

Calvino, Italo (1994). Memoria del mundo y otras cosmicómicas. Madrid. Siruela.

Calvino, Italo (2006). Mundo escrito y mundo no escrito. Madrid. Siruela.

Calvino, Italo (2010). Correspondencia (1940-1985). Selección de Antonio Colinas. Traducción de Carlos Gumpert. Madrid. Siruela Biblioteca Calvino.

Calvino, Italo (2012). Sono nato in America. Interviste 1951-1985. Milano. Mondadori.

Ferretti, Gian Carlo (1997). Le avventure del lettore. Calvino, Ludmilla e gli altri. Lecce. Piero Manni.


Notas

[1] Carta a Antonella Santacroce, 22 de abril de 1964. Calvino, 1994.

[2] Teoria dei Quattro Movimenti. Il Nuovo Mondo Amoroso e altri scritti sul lavoro, l’educazione, l’archittetura nella societád’Armonia, selección e introducción de Italo Calvino, traducción de E. Biasevi. Torino. Einaudi. 1971.

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