Calvino, entre la lectura de sí y la lectura del mundo. Ilustración: Ivana Calamita.
Calvino, entre la lectura de sí y la lectura del mundo. Ilustración: Ivana Calamita.

Calvino, entre la lectura de sí y la lectura del mundo

En el centenario del nacimiento del escritor italiano Italo Calvino (1923-1985), la revisión de algunas de sus principales obras confirman una producción multifacética y sorprendente. En esta, una de las trayectorias intelectuales más relevantes del siglo XX, es posible confirmar, siempre, la confluencia del Calvino lector y escritor pero también del editor
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«Tenemos que expresarnos a nosotros mismos identificándonos con los demás, este ha sido siempre el secreto de la gran narrativa. O bien: hablar de uno mismo con la distancia con que se hablaría de los otros, que es todavía más difícil.

Carta a Rolando Viani, 28 de mayo de 1963 (Calvino, 1994)

Entre la segunda mitad de los años cincuenta y los primeros años de la década de los sesenta, Italo Calvino concibió tres textos –como se verá luego, podría agregarse por su espíritu, un cuarto- y que en algún momento imaginó bajo el título común de «A mitad de siglo».  Se trata de La especulación inmobiliaria, de 1957; La nube de smog, del año siguiente y La jornada de un escrutador, publicado en 1963 aunque la primera idea de este relato data de diez años antes. Aquella denominación –la asignación de títulos suele ser una potestad que se reservan para sí, vaya a saber por qué, los editores- resume, de modo más que emblemático, el tránsito creativo por el que atravesaba el escritor que, por ese tiempo, ingresaba en la cuarta década de su vida.

Auto-reflexivo como lo fue siempre respecto de su propia producción, aquel título no daba solo cuenta de un momento axial de la arbitrariedad de un calendario secular. Era, fundamentalmente, expresión consciente de una búsqueda expresiva y estilística que podría denominarse sociológico-ensayística y que, según su propio juicio, no constituía un giro respecto del carácter fantástico que había predominado en sus obras anteriores. Interrogado en 1963 acerca justamente de ese presunto giro, el escritor respondió contundente: «No se trata de un giro, en la medida en que mi trabajo de representación y análisis de la realidad contemporánea no ha comenzado hoy» (Calvino, 2012, p. 93, traducción del autor).

Si bien son de sobra conocidos los permanentes pronunciamientos público-políticos de Calvino sobre el mundo que le tocó vivir y, en particular, sobre la vida italiana (para esa altura el escritor había logrado consolidarse como una de las más destacadas figuras de la intelectualidad de su país), las obras en estas líneas objeto de análisis dejan traspasar, tal vez como pocas, dos encrucijadas fundamentales y decisivas del eje privado-público de Calvino. Por un lado, su desencanto con y la deserción del comunismo y, por el otro, el impacto cognitivo que representó su primer viaje a los Estados Unidos.

Su deserción de las filas partidarias comunistas son bien conocidas ya que él mismo se encargó de volver públicas no solo sus disidencias sino incluso, conocedor como pocos del entramado burocrático que los partidos comunistas habían comenzado a asumir, se encargó de darle plena formalidad a su renuncia mediante una carta. Entre sus considerandos, afirmó en esa misiva con fecha 1 de agosto de 1957:

«… la línea seguida por el PCI en la preparación y seguidamente en el VIII Congreso, atenuando los propósitos renovadores en un sustancial conservadorismo, poniendo énfasis en  la lucha contra los llamados “revisionistas”, en vez de contra los dogmáticos, me dio absolutamente la impresión (sobre todo por parte de nuestros dirigentes más jóvenes, y en quiénes depositábamos más esperanzas) de la renuncia a una gran ocasión histórica. (…) Mi decisión de abandonar mi condición de miembro del Partido ha madurado sólo cuando he comprendido que mis discrepancias con el Partido se habían convertido en un obstáculo para toda participación política por mi parte. Como escritor independiente, podré tomar posiciones a vuestro lado sin reservas interiores en determinadas circunstancias, al igual que podré (siempre consciente de las limitaciones de un punto de vita individual) plantearos lealmente críticas y entrar en discusión con vosotros»

Carta a la Secretaría del Partido Comunista, Turín, 1 de agosto de 1959. Calvino, 2010, p. 222.

Respecto de su viaje a Estados Unidos, las cartas enviadas a sus amigos y colegas y en especial la remitida al matrimonio Einaudi, editorial para la que seguía editando y escribiendo sostenidamente, son más que elocuentes:

«Vine aquí estableciendo como primera regla el no dejarme llevar en ningún caso por el antinorteamericanismo tradicional, por la polémica contra la cultura industrial de masas, etc., pero lo cierto es que acabo siempre de descubrir en la práctica cotidiana, en las editoriales, en la forma de considerar la literatura, esa falta general de personalidad, de genialidad, de la que tantas veces has oído quejarte en teoría, que al toparse con ella día tras día, aunque al principio no te des cuenta, sientes de repente que te sofoca»

Carta a Giulio y Renata Einaudi, New York, 22 de noviembre de 1959. Calvino, 2010, p. 260.

Pero para ese entonces y tal como lo ha sostenido Citati, se opera en Calvino entre fines de los años cincuenta y los sesenta (en 1962 vive una hospitalización de cuya recuperación da cuenta en un artículo de ese año; en 1964 se casa con la argentina Chichita Singer y nace su hija, etc.) un conjunto de metamorfosis personales que lo llevan a una transformación introspectiva que es paralela a aquella social y política respecto del mundo y del modo de «leerlo».

Según Citati: «…en torno a los cuarenta años, Calvino cambió completamente. El que había vivido “desde afuera”, comenzó a ver con sus grandes ojos, repentinamente perdidos y melancólicos, dentro de sí». El amor por la línea recta y por la precisión geométrica fue sustituido por el interés espasmódico, por «todo aquello que es infinito, multiforme, desarmado, discontinuo, atravesado, impensado». Fue así que su mente se vuelve «la más compleja, la más laberíntica, la más envolvente, la más sinuosa, la más arquitectónica mente que un escritor italiano haya poseído» (citado por Perrella, 2010, p. 86).

Es el propio Calvino el que identifica en este proceso las huellas que le dejó su paso por los Estados Unidos donde –afirma en una entrevista concedida a poco de volver- «…fui prisionero de un deseo de conocimiento y de posesión total de una realidad multiforme y compleja -y que nada tenía que ver conmigo- como nunca antes me había sucedido» (Calvino, 2012, p. 71).

Testimonios variados de un mismo tránsito

En las cuatro obras aquí abordadas, pues, están presentes, de alguna manera, todos los procesos sociales y tránsitos personales aludidos más arriba.

Así, Quinto, uno de los personajes centrales de La especulación inmobiliaria, es un intelectual comunista que regresa a su ciudad natal donde todavía, a caballo entre un modo de vida rural y otro urbano, habita su madre, y vuelve a sus pagos atraído por el boom inmobiliario que incentiva la especulación desenfrenada cayendo en las redes del inescrupuloso contratista Caisotti. Calvino inviste de esa transformación a su personaje pero sin duda en su persona se condensa buena parte de lo que ocurría en la Italia de entones: «Por primera vez, Quinto se sintió no culpablemente extraño a este mundo hereditario, sino parte de otro desde el que podía mirar a ese otro mundo con superioridad e ironía: el mundo de la gente nueva, sin prejuicios, acostumbrada a manejar el dinero» (LJE, p. 53), «… un mundo de pequeñas empresas, tentativas, ambiciones y naufragios flotaba en aquellas columnas de impresión descolorida: embaladores y floristas, heladeros, constructores, dueños de casas de huéspedes… y la más espesa morralla de los que ni siquiera se sabe qué es lo que quieren, de los que intentan agarrarse al flujo de dinero, de los que van tirando a base de deudas, condenados a la vergüenza…» (p. 92).

Por su parte, Amerigo Ormea es el fiscal acreditado por un partido de izquierdas en el famoso Cottolengo de Turín, también conocido con el nombre de Piccola Casa della Divina Providenza (un «enorme hospicio, asilo, entre tantos infelices, inválidos, tarados y deformes, hasta llegar a las criaturas ocultas que a nadie se permite ver»), en unas cruciales elecciones que Calvino se encarga de explicitar que tuvieron lugar en 1953, en pleno proceso de consolidación de la Democracia Cristiana en el poder.  Casi una verdadera pieza de antropología política –la experiencia es la catalización de Calvino de una bastante similar que le tocó protagonizar-, el relato es un eficaz juego de confusión entre realidad y fantasía y, desde esa deliberada fusión, la postulación de un interrogante radical al funcionamiento y sobre todo a la esencia de la democracia y al estatus de las personas en ella. El siguiente pasaje podría ser uno autobiográfico y junto con otros, el caldo de cultivo ficcional de su posterior decisión de abandonar el Partido Comunista: «Amerigo había aprendido que los cambios en política se producen por caminos largos y complicados, y que no era cosa de esperárselos de un día para el otro, por un giro de la fortuna. Para él, como para otros muchos, la experiencia había significado volverse un poco pesimista» (La jornada de un escrutador, p. 128).

Calvino mantiene en el anonimato al protagonista del tercero de los relatos, La nube de smog, un periodista que se traslada a otra ciudad para asumir el puesto de redactor en el periódico La Purificazione, órgano del EPAUCI (Ente para la Purificación de la Atmósfera Urbana de los Centros Industriales). Aunque rápidamente se encarga de aclarar que «… habría aceptado aquel trabajo como hubiera aceptado cualquier otro, y ahora tenía que representar el papel de quien no ha pensado en otra cosa en toda su vida» (p. 204). Lo cierto es que a medida que el redactor va cayendo en la cuenta que el ingeniero Cordá, su jefe, a diferencia de lo que la revista dice profesar, es el dueño de una de las fábricas más contaminantes de la región, el polvillo insistente de una cada vez más intensa nube de smog comienza a depositarse sobre todos los intersticios de la vida del periodista. «Una neblina –dice Calvino- que, a medida que iba pasando el otoño, iba perdiendo su olor a la intemperie y se convertía en una especie de cualidad de los objetos, como si cada cual y cada cosa fuese teniendo día a día menos forma, menos sentido y valor…» (La nube de smog, p.220). Como siempre en Calvino, la denuncia de un estado de cosas social no dejaba nunca de combinarse con la reflexión en torno a la condición humana misma, y entonces la historia de la nube se convierte en magistral metáfora sobre la condición humana en una sociedad que transitaba por profundos cambios. Así, el escritor Calvino le hace reflexionar (es decir, escribir) al periodista a la hora de procesar el dilema que se le instala entre realidad y «lectura» de ella: «… todavía había gente que vivía fuera de la nube de “smog” y que, posiblemente, siempre habría quien pudiera atravesar la nube y detenerse en medio de ella y salirse sin que la mínima humareda o granito de carbón tocase su persona o turbase su ritmo diverso, su belleza de otro mundo; pero lo que importaba era todo lo que había dentro del “smog”, no lo que estaba fuera; solo sumergiéndose en el corazón de la nube, respirando el aire brumoso de estas mañanas (…) se podía tocar el fondo de la verdad y, quizás, liberarse» (Idem, p. 240).

Calvino, entre la lectura de sí y la lectura del mundo. Ilustración: Ivana Calamita.
Calvino, entre la lectura de sí y la lectura del mundo. Ilustración: Ivana Calamita.

Finalmente, Marcovaldo o sea las estaciones en la ciudad tal vez pueda ser leído como el corolario de salida de este proceso de radical introspección personal y social que Calvino protagoniza por estos años. Y lo hace, tal vez, mediante una obra –publicada en 1963 con ilustraciones de Sergio Tofano y que Einaudi imaginó para llegar a los pupitres escolares- portadora del mismo espíritu crítico, escéptico y si se quiere nostálgico de las anteriores, solo que llevando la parábola y la alegoría al rellano mismo de lo que serán sus siguientes obras. Así presenta Calvino a su protagonista en los primeros párrafos antes de reparar en las setas que ve emerger al bode de la parada del ómnibus que cotidianamente toma rumbo al trabajo y que dan forma al primero de estos imprevisibles relatos: «Tenía este Marcovaldo un ojo poco adecuado a la vida en la ciudad: carteles, semáforos, escaparates, rótulos luminosos, anuncios, por estudiosos que estuvieran para atraer la atención, jamás detenían su mirada que parecía vagar por las arenas del desierto. En cambio una hoja que amarilleara en una rama, una pluma que se enredase en una teja, nunca se le pasaban por alto: no había tábano en el lomo de un caballo, taladro de carcoma en una mesa, pellejo de higo escachado en la acera que Marcovaldo no notase, y no hiciese objeto de cavilación, descubriendo las mudanzas de las estaciones, las apetencias de su ánimo y la miseria de su existencia» (Marcovaldo, p. 18).

En una nueva estrategia de solapamiento de la ciudad a la vez como escenario y protagonista, hay también en esta maravillosa novela (¿novela? ¿Ciclo de fábulas contemporáneas?) un doble proceso: por un lado, de nueva vuelta de tuerca para sin abandonar su espíritu crítico, tomar distancia de la impronta sociológica que lo venía tiñendo, para ingresar en una nueva etapa más puramente literaria. Por el otro y en estrecha relación con este proceso, otro solapamiento: el del Calvino protagonista y el Calvino observador/narrador. Como en El sendero de los nidos de araña pero en sus antípodas, Marcovaldo estaría dando cuenta de un “nuevo” Calvino, aquel que a diferencia de este “peón no calificado” que con su presencia constante y casi exhaustiva escruta los modos en los que la Naturaleza se presenta en el ciclo infinito de las estaciones, se volverá definitiva y virtualmente invisible –aunque no precisamente irreconocible- detrás de su prosa, tal como podrá constatarse en el Calvino de Las ciudades invisibles. Un «no dejarse ver» en su literatura que, de ninguna manera, será un renunciar al «mirar», un punto de vista cognoscente en el que lectura, la escritura y la edición confluían, tal como se lo hacía saber en 1960 a Francois Wahl desde su escritorio de editor de Einaudi, en ocasión de hacer pasar por su propia historia su mirada sobre la obra de su colega: «…aquello a lo que tiendo, lo único que quisiera poder enseñar es un modo de mirar [destacado en el original], es decir, ser en el mundo. En el fondo es lo único que la literatura puede enseñar» (Calvino, 1994).

Un alto en el camino

Ahora bien, también en la tematización de la naturaleza que aparece en esta obra y también en las otras analizadas aquí vuelve a aparecer el tránsito de un Calvino hacia esa expresión que no cesaba de expresar aquella combinación entre la mirada del entorno y la mirada sobre sí. En efecto, junto a un cada vez más que evidente posicionamiento crítico hacia un proceso de acumulación capitalista basado en el consumo y, finalmente, en el deterioro de las condiciones de vida urbana, hay en este tiempo también una reelaboración de su pasado y, en especial, de un pasado firmemente encarnado en unos padres, en tanto profesionales de la botánica, estrechamente vinculados con un entorno natural del cual también el escritor buscó alejarse. Lo había hecho –al igual que los protagonistas de La especulación… y La nube…-dejando atrás su Liguria y marchando al Piamonte en el que Turín emergía como el centro urbano y fabril por excelencia de la Italia del norte. Y fue por esta misma época y mediante el relato autobiográfico El camino de San Giovanni, que Calvino saldaría sus cuentas con aquel “pasado natural” reafirmándose, concluyente, en su identidad urbana y literaria. Luego de una pormenorizada descripción de los campos que junto con su padre atravesaba cotidianamente siguiendo aquella senda como Calvino alcanzó aquella comprensión definitiva: «Frente a la naturaleza permanecía indiferente, reservado, por momentos hostil. Y no sabía que yo también estaba buscando una relación, tal vez más afortunada que la de mi padre, una relación que la literatura me daría, restituyendo su significado a todo, y de pronto todas las cosas resultarían verdaderas y tangibles y posibles y perfectas, todas las cosas de aquel mundo ahora perdido». (El camino de San Giovanni, p. 46).

Aquel camino de San Giovanni –vuelto a recorrer y publicado en 1962- no expresaba sino un alto en una senda mucho más significativa: implicaba detenerse para mirar a la vez su pasado pero también su presente de un modo crítico y, luego, retomar la senda plenamente seguro de sí y confirmando su identidad plena como escritor. Como en tantas ocasiones antes y después, habría de dejarlo traslucir en sus lecturas, en los textos de los otros y desde ya, en todos y cada uno de los propios.


Bibliografía

Belpolitti, Marco (2006). L’occhio di Calvino. Nuova edizione ampliata. Torino. Piccola Biblioteca Einaudi.

Calvino, Italo (1985). La especulación inmobiliaria. La jornada de un escrutador. La nube de smog. Madrid. Alianza Tres.

Calvino, Italo (1991). El camino de San Giovanni. Barcelona. Tusquest. Colección Andanzas.

Calvino, Italo (1993). Marcovaldo o sea las estaciones en la ciudad. Buenos Aires. Ediciones Destino Áncora y Delfín.

Calvino, Italo (1994). Los libros de los otros. Correspondencia (1947-1981). Barcelona. Tusquets.

Calvino, Italo (2010). Correspondencia (1940-1985). Madrid. Siruela.

Calvino, Italo (2012). Sono nato in America. Interviste 1951-1985. Milano. Mondadori.

Perrella, Silvio (2010). Calvino. Bari. Editori Laterza.

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