Un viaje al pasado: la Antigüedad clásica en América Latina

junio 21, 2023
El Templo de Isis en Pompeya. Grabado realizado por Francesco Piranesi, coloreado a mano por Louis Jean Desprez, 1788. The Cleveland Museum of Art., CC BY-SA
El Templo de Isis en Pompeya. Grabado realizado por Francesco Piranesi, coloreado a mano por Louis Jean Desprez, 1788. The Cleveland Museum of Art., CC BY-SA

Laura Daniela Buitrago Santana, Universidad Carlos III

En 2019, el Parque Arqueológico de Pompeya recibió la visita de 3 800 000 turistas, 200 000 más que en 2018. Pese al notable descenso del turismo ocasionado por la pandemia, en 2022 llegaron más de 2 900 000 visitantes. Las cifras del 2023 parecen apuntar a que se igualará o incluso se podrán superar los registros prepandemia. Por su parte, la Autoridad Estadística Helénica contabilizó en septiembre de 2022 más de 1 500 000 visitantes en la totalidad de sus doce sitios arqueológicos registrados.

Igual que estos turistas, cientos de viajeros pertenecientes a la aristocracia europea estuvieron interesados desde el siglo XVIII en conocer el yacimiento napolitano. Su descubrimiento, llevado a cabo en 1748 por Carlos de Borbón, posteriormente conocido como Carlos III, llamó significativamente la atención entre la élite de la época. Esto se debió a que las pinturas y los objetos hallados permitían a los visitantes conocer la vida cotidiana del imperio romano, una civilización antigua que algunos admiraban y que para otros generaba curiosidad.

Los avances tecnológicos, particularmente en medios de transporte, fruto de la Revolución Industrial facilitaron a lo largo del siglo XIX que el grupo de visitantes se ampliara. También algunos miembros de la burguesía europea y americana, educados bajo los ideales de la cultura clásica, llegaron a admirar los restos de un pasado del cual se consideraban herederos o que relacionaban con cierto prestigio intelectual.

En Latinoamérica, cientos de viajeros procedentes principalmente de México, Colombia, Argentina y Chile atravesaron el Atlántico y dejaron por escrito sus experiencias en correspondencia privada, diarios y periódicos. A través de estas fuentes podemos analizar la recepción y el eco social de la antigüedad clásica en la región.

El viaje americano a la Antigüedad

El relato de viaje fue un género literario muy popular en el siglo XIX debido al auge del turismo. Este fenómeno permitió que un reducido grupo de personas se movilizara entre países y continentes y, al regresar a su punto de partida, se animaran a escribir un texto sobre su travesía.

Los relatos de autores como el poeta y dramaturgo alemán Goethe o el escritor norteamericano Mark Twain fueron muy populares en su época, y llegaron a convertirse en itinerarios para otros viajeros. No obstante, las narraciones de viajes escritas por latinoamericanos permanecieron en las sombras debido, tal vez, a que hasta hace relativamente poco se consideró a la región como un espacio de exploración más y no como un espacio de exploradores.

Sin embargo, investigaciones recientes han puesto de manifiesto la existencia de un importante número de viajeros y viajeras que visitaron desde mediados del siglo XIX Europa, Estados Unidos, Oriente Próximo y, en menor medida, Asia, y dejaron por escrito el testimonio de su periplo.

Son múltiples los perfiles de los viajeros –clérigos, diplomáticos, estudiantes, comerciantes y turistas que visitaron Nueva York, París o Londres–, pero es destacable la presencia de lugares relacionados con la antigüedad clásica como Itálica en España, Marsella en Francia o Pompeya en Italia.

No es casualidad que visitaran estos sitios. La antigüedad clásica fue una constante en los programas académicos de los antiguos virreinatos para aprender sobre historia y ciencia, y durante los procesos de independencia se usaron en los discursos políticos autores como Cicerón o Licurgo para justificar la creación de las nuevas repúblicas.

Influencia en la arquitectura y el arte decorativo

Incluso durante la conformación de las naciones latinoamericanas, los edificios de gobierno adoptaron diseños que evocaban el mundo grecorromano, como columnas, templetes, frisos o mosaicos, para romper con el pasado colonial y exponer el establecimiento de un modelo político libre y civilizado.

Por tanto, no resulta extraño que quisieran conocer el mundo material de civilizaciones que habían estado tan presentes en sus vidas de múltiples formas.

El arte decorativo fue otra vía para acercarse al pasado. Algunos de los viajeros que habían visitado Pompeya y que habían admirado y posteriormente descrito lugares reconocidos por su rica ornamentación, como la casa de los Vetti o del Poeta Trágico, decoraron sus hogares con los motivos de estas estancias.

Para muchos otros, incluir esas decoraciones, así como otras que se asociaban con el mundo clásico, fue una forma de proclamarse como herederos de la clase y el buen gusto, tal y como hicieron Maximiano Errázuriz Valdivieso en Chile o la familia De Teresa, en México.

Mujeres viajeras

Las viajeras también encontraron en la antigüedad una forma de validación intelectual. Escritoras como Clorinda Matto de Turner en Argentina o María Teresa de Arrubla en Colombia expusieron a través de sus textos su conocimiento sobre la antigüedad clásica, así como también cuestionaron los códigos morales de la época.

Para Turner, el arte erótico resguardado en el Gabinete Secreto de Pompeya no implicaba mayor misterio entendido en su contexto. Para Arrubla, Roma podía ser admirada sin contradicciones tanto desde el punto de vista histórico como religioso.

En definitiva, el mundo clásico fue decisivo en la configuración de la región. Su pervivencia se distingue claramente hoy en día en textos como los relatos de viaje y las decoraciones de edificios públicos y residencias privadas.

Pero, además, sirvió como modelo político y sociocultural a las diversas sociedades latinoamericanas que, en pleno proceso de construcción nacional, viajaron al pasado para buscar un modelo de belleza, orden y progreso que les permitiera convertirse en ciudadanos de un nuevo mundo.


Laura Daniela Buitrago Santana, Contratada Predoctoral, Universidad Carlos III

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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