Pulpo en el fondo del mar

Conciencia animal: ¿Por qué es hora de replantearnos nuestro enfoque centrado en el ser humano?

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Aunque disfrutemos de la compañía de animales domésticos o de un encuentro fugaz con la fauna salvaje, mucha gente cree que los humanos tenemos una conciencia superior del mundo en que vivimos.

De vez en cuando, sin embargo, los hallazgos de nuevos estudios sobre la sorprendente inteligencia de otros animales reavivan este debate. Recientemente, dos filósofos alemanes, el profesor Leonard Dung y el doctorando Albert Newen, han publicado un artículo en el que se preguntan si estamos abordando la cuestión desde el punto de vista correcto, o incluso si nos estamos planteando la pregunta correcta.

En su artículo, los autores afirman que deberíamos dejar de plantear la conciencia animal como una cuestión de «¿son o no son? En su lugar, sugieren que deberíamos medir la conciencia no humana en un espectro junto con la conciencia humana.

En mi investigación, he analizado si deberíamos dejar de intentar comparar a otros animales con los humanos para calibrar cuáles son «merecedores» de un trato mejor. Mi trabajo no se opone al estudio de la conciencia animal, simplemente pide a la gente que reflexione sobre las razones por las que nos hacemos estas preguntas.

Es posible que existan otras formas de conciencia que no podamos comprender. La relación precisa de los animales no humanos con la conciencia humana no los hace menos importantes.

Una perspectiva diferente

Aún no sabemos qué es lo que marca la diferencia entre estar vivo y tener conciencia.

En los seres humanos, la definición de conciencia es vaga y especulativa. Por ejemplo, la escala de coma de Glasgow mide la expectativa de que un paciente recupere la consciencia, en lugar de definir su presencia o ausencia. Los neurólogos no se ponen de acuerdo sobre en qué parte del cerebro se genera la conciencia, y sin embargo intentamos medirla en animales no humanos.

Incluso dentro del movimiento por los derechos de los animales, existe un conflicto entre quienes defienden a los animales basándose en su similitud con los humanos (teóricos morales) y quienes afirman que los animales no humanos tienen derecho a existir independientemente de nuestra opinión sobre ellos (abolicionistas).

El problema es que ambas perspectivas discuten nuestro trato a los animales desde una perspectiva humana. En su libro Ni hombre ni bestia, la abolicionista Carol J. Adams llama a esto el «ojo arrogante» del antropocentrismo: la distorsión de nuestra comprensión del mundo en modelos adecuados para los humanos.

Por supuesto, como humanos sólo podemos ver el mundo desde una perspectiva humana. Pero el antropocentrismo presupone que sólo hay una perspectiva «objetiva», la humana, y que los demás organismos de la Tierra deben estar a la altura de los humanos para tener derecho a existir. Esto implica que muchos animales no humanos no requieren ninguna consideración ética cuando se trata de su bienestar.

Una paradoja de larga data es la situación de los animales utilizados en investigaciones. Son lo bastante parecidos como para sustituir a los humanos, pero mucha gente no quiere pensar en lo que esto significa para su conciencia del dolor y el sufrimiento. Parece una incoherencia incómoda.

Del mismo modo, muchos científicos que trabajan con IA, células madre y otros campos están intentando reducir la explotación de animales no humanos en el desarrollo médico; por ejemplo, el Dr. Hadwen Trust, cuyas investigaciones no implican ensayos con animales.

Es importante entender los motivos que nos llevan a medir la conciencia animal. Mucha gente parece querer medirla para aliviar su sentimiento de culpa, «diferenciando» a los animales que dañamos de aquellos que nos parecen atractivos o similares a nosotros. Estudiar la consciencia animal puede ayudarnos a empatizar con los animales no humanos, pero también puede ayudar a la gente a evitar enfrentarse a la ética de la experimentación con animales.

Un mundo totalmente nuevo

Creo que tenemos que dejar de hacer preguntas sobre la conciencia animal basándonos en jerarquías.

Los pulpos y otros cefalópodos tienen sistemas nerviosos en todas sus extremidades. Sus cuerpos no son una cosa separada controlada por un cerebro o un sistema nervioso central.

Por lo tanto, medir la conciencia utilizando un sistema nervioso central como el nuestro puede llevarnos a pensar que no tienen capacidad de sentir dolor o incluso sintiencia. Sin embargo, los estudios de comportamiento demuestran que expresan ambas cosas, aunque de forma diferente a los humanos.

Muchos animales expresan su comportamiento reproductivo de formas completamente ajenas al ser humano. Por ejemplo, la hembra topo tiene un ovotestículo y, fuera de la época de apareamiento, se comporta como un macho (los ovotestículos de los topos liberan óvulos como los ovarios típicos, pero también tienen tejido testicular a un lado que libera grandes cantidades de hormonas sexuales masculinas). Del mismo modo, el pez payaso cambia de macho a hembra y el pez kobudai cambia de hembra a macho.

Estas especies muestran lo rico y diverso que es el reino animal. Considerarlos a ellos y a otros animales como versiones «menores» de nosotros mismos niega la rica y compleja diversidad del reino animal.

Estamos en una época que, hasta cierto punto, abraza el feminismo, el antirracismo y el anti-habilismo. Quizá también haya llegado el momento de incluir el «especismo» en nuestros debates sobre ética, ya que valorar a unas especies por encima de otras es una forma de prejuicio.

Con el tiempo, la opinión pública ha ido ampliando poco a poco sus críticas a la experimentación con animales, pasando de los grandes simios a los babuinos, los ratones e incluso las pulgas de agua. Esto demuestra que hemos situado a los animales en una jerarquía que hace que experimentar con algunos sea aceptable y con otros no tanto. Los filósofos llevan desde el siglo VI a.C. planteando problemas éticos al respecto.

Esta es también la era del Antropoceno, el periodo durante el cual las actividades humanas han afectado al medio ambiente lo suficiente como para crear un cambio geológico distinto. Vivimos en una crisis climática y natural provocada por nosotros mismos.

Si queremos revolucionar nuestro uso de la Tierra, es hora de replantearnos nuestra necesidad de clasificar todas las formas de vida. Quizá descubramos que no se trata de curiosidad, sino de un deseo por reivindicar nuestra historia de dominio sobre la Tierra. ¿Qué tal si cambiamos jerarquía por cuidado? El futuro puede depender de ello.

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