Don’t look up y psicoanálisis
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Don’t look up: Sobre el apocalipsis y sus negaciones

Lo importante de la película no es lo que dice, sino lo que no dice e implica, esto es, el morboso miedo al otro, y el carácter inerte de la estupidez humana
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Decía Marx en su Dieciocho Brumario que la historia se repetía primero como tragedia y luego como farsa. Ahora y en vista de los tiempos que corren, se podría decir que se repite una tercera vez en forma de síntoma. Se me ocurren, al menos, tres películas que tratan el tema de un meteoro apocalíptico y que, por su trama, encajan perfectamente en esta idea.

Tenemos, en primer lugar, a Armagedón (1998), en donde el protagonista, Bruce Willis, se sacrifica para hacer estallar en el espacio un cometa que amenaza la vida en el planeta. Esta es la tragedia, y es también la película de los remanentes del proyecto ilustrado y su confianza en las capacidades humanas. En segundo lugar, tenemos a Buscando un amigo para el fin del mundo (2012), una comedia familiar con la misma trama, y en donde se acepta estoicamente el destino que nos impone la dinámica interestelar; he aquí la farsa. Y, en tercer lugar, tenemos a Don’t look up (2021), que describe a la posverdad posmoderna en su apogeo, y que constituye el síntoma del carácter verdaderamente distópico y apocalíptico de los tiempos que, por desgracia, nos toca vivir.

Lo importante de la película no es lo que dice, sino lo que no dice e implica, esto es, el morboso miedo al otro, y el carácter inerte de la estupidez humana

La película cuenta un relato de lo posible, un simulado escenario de lo que podría ocurrir si ahora mismo existiera un cometa en dirección de colisión con el planeta.  Con un elenco estelar conformado, entre otros, por Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence y Meryl Streep, se sabe a priori que la entrega no puede ser otra cosa que genial. Pero como muchas veces sucede, lo importante de la película no es lo que dice, sino lo que no dice e implica, esto es, el morboso miedo al otro, y el carácter inerte de la estupidez humana.

Antes de comenzar el análisis, presentaré dos conceptos: objet petit a y jouissance, pues son indispensables para entender la obra. Por objet petit a (utilizaré en lo sucesivo “objeto a”), entiende Lacan varias cosas, pero en general se define como un objeto de deseo, como el foco delirante del sujeto, aquella cosa que es causa del deseo (Evans, 2007, p. 141; Homer, 2005, p. 88).

Jouissance o goce es también un concepto central en el pensamiento lacaniano. Para Evans (2007)

“…el sujeto intenta constantemente transgredir las prohibiciones impuestas a su goce, e ir “más allá del principio de placer». No obstante, el resultado de transgredir el principio de placer no es más placer sino dolor, puesto que el sujeto sólo puede soportar una cierta cantidad de placer. Más allá de este límite, el placer se convierte en dolor, y este “placer doloroso” es lo que Lacan denomina goce…” (p. 103).

El psicoanálisis freudiano había dejado claro que la medida del placer es el principio de vacío, o orincipio de nirvana” (Freud, 1976, p. 200), o sea, que mientras menos pulsión se acumule en nuestro cuerpo, más placer sentimos: el placer es la descarga de la pulsión. Sin embargo, y esto es una de las ideas más brillantes de Lacan, es que en realidad las personas eligen objetos de descarga que no les son accesibles, de tal forma que no hay alivio, sino que la búsqueda del placer es, a la larga, puro sufrimiento.

Ahora bien, ¿de qué nos sirve el psicoanálisis para entender Don’t look up? En primer lugar, dejemos en claro un hecho: la vida, tal como la conocemos, va en camino de su extinción. DiCaprio, más allá de su carrera como actor, es un conocido ambientalista, y ha realizado varios documentales para concientizar sobre el cambio climático. Tenemos, por otro lado, la COVID-19, para algunos una simple gripe, para otros la muerte de ellos mismos o de sus familiares. Entonces y en vista del panorama, es mucho más fácil para la psique estabilizarse negando todos estos signos apocalípticos que, lo que sería correcto, ocuparse de enmendar lo mal hecho al planeta.

De ahí que esta película sea una película de negación, de delirante goce por encima de las capacidades del cuerpo, siendo, en este caso, el cuerpo el propio mundo. ¿Qué mejor forma de contar una historia que concientice sobre el tema que una comedia? Desde sus inicios, el psicoanálisis ha reconocido el valor terapéutico del chiste como una forma momentánea y efectiva, de levantar la represión ejercida por la parte consiente del aparato anímico.

El filme trabaja entonces en dos niveles: el real y el imaginario. Tenemos, por una parte, un cometa que va a destruir el planeta, ello está confirmado por datos científicos. Y tenemos, por otra parte, el nivel imaginario o simbólico de relaciones políticamente enajenantes del día a día. Es más fácil no pensar que pensar, y en una suerte de sapere aude invertido, elegimos autoridades que nos cuenten la (su) verdad en vez de pensar por nosotros mismos.

Ocurre, por supuesto, que pensar por nosotros mismos también tiene sus fallas. Suele suceder que los estudiantes universitarios tendemos a estudiar sólo el día antes del examen, lo que implica, por ejemplo, en matemáticas, que el día de la prueba se pretende resolver la ecuación tratando de descifrar 5000 años de matemáticas que no se estudió en su momento. Y ese es el problema del “atrévete a pensar” contemporáneo, que se reduce a “veo en lo que creo”, de tal forma que se olvida que las ciencias necesitan partir de lo real, elevarse al reino de las abstracciones, para después volver a lo real, a la verdad. De ahí que solo nos “acordamos de San Pedro cuando llueve” y la COVID-19 sólo existe cuando me afecta a mí, y un cometa apocalíptico solo existe cuando lo veo. Sucede, en ambos casos, que ya es tarde cuando lo ves.

De ahí la incredulidad del personaje de Meryl Streep cuando recibe la noticia. Vivimos en un mundo tan delirante y enajenado que una certidumbre de muerte en seis meses no es suficientemente actual para ser considerada. Existe, y en su universo imaginario esto es lo importante, mucha politiquería y “prensa del corazón” de la cual ocuparse antes.

Con el científico ocurre una situación curiosa: constituye el motor del modo de producción, pero es ridiculizado por la superestructura. El científico, que debería ser el rey filósofo platónico de la modernidad, es reducido a un sujeto inadaptado, marginado, destinado a ser un “perdedor” en la maquinaria de éxito del capitalismo. En el filme no podía ocurrir lo contrario, el mundo está tan ocupado en su goce desmedido, en la búsqueda de un objeto a insostenible, que le importa poco la posibilidad casi absoluta de perecer.

La herramienta que garantiza el jouissance en el filme es el celular BASH LIIF, pues como dice el eslogan nos brinda una “vida sin el estrés de vivirla” (McKay, 2021, p. 0:25:15) Esto constituye una crítica a las redes sociales y sus capacidades enajenantes, pero es también una reflexión sobre la desconexión ética entre ciencia y tecnología, y la creciente capitalización mediática de la última, en forma de tantos carismáticos gurús tecnológicos que asolan nuestros días.

Lo real, con su palpitante verdad, al final siempre se impone. De ahí que el Gobierno decida tomarse en serio los datos de la ciencia, y tomar cartas en el asunto del cometa. Pero no lo hace, por supuesto, mediante un reconocimiento honesto del carácter inalcanzable de su objeto a, sino mediante el sacrificio de un mesías que muera para liberar a los hombres de los pecados de su jouissance. Pero los mesías se parecen a su tiempo, y era esperado y sintomático que el mesías a elegir fuera un perfecto idiota (interpretado por el magistral Ron Perlman).

Si la película hubiera acabado aquí, sería una propuesta interesante pero poco a tono con su tiempo. Pues resulta que el verdadero signo de la contemporaneidad no es el reconocimiento de la naturaleza inalcanzable del deseo, sino que en los tiempos que corren hasta lo real es devorado por el jouissance. De ahí que ahora no baste con destruir el cometa, sino que el Capital en su gula busca devorar incluso aquello que lo extinguirá con certeza.

Como esas serpientes que acaban reventadas por devorar presas más grandes que su cuerpo, el verdadero y delirante jouissance del Capital es continuar reproduciéndose frenéticamente sin importar el coste para el planeta. Planeta que poca o ninguna culpa tiene de la avaricia de la humanidad, que busca a toda costa violar la máxima moral kantiana.

Y es por todo esto que la película, a la larga, divide a sus personajes entre aquellos que ven lo real y aquellos que lo niegan, realizando un diagnóstico a posteriori de estos dos años de pandemia y conspiranóia. El objeto de la trama es un cometa, pero se podría aplicar a la COVID-19, al cambio climático, a la industria bélica, o a un gran etcétera. Todas ellas, por supuesto, advertidas y denunciadas por los científicos mucho antes de que fueran un problema.

Por todo ello, más allá de muchas muestras de apoyo, esta película es el homenaje a los científicos que algunos artistas de Hollywood han decidido realizar. Resulta, por supuesto, que representa una plataforma demócrata, y que podría ser que este homenaje no fuera otra cosa que propaganda electoral. Pero no sigamos esa línea, cedamos asiento a la poesía y aceptemos el filme por lo que puede ser: un cronista excepcional de la contemporaneidad y sus contradicciones. Como afirma el personaje de DiCaprio: “si lo pensamos bien, al final lo teníamos todo y no lo sabíamos” (McKay, 2021, p. 2:05:50). Aplique Don’t look up a su situación nacional y valore lo que tiene, por encima de lo que podría tener en un futuro incierto: no desee por encima de su cuerpo, pues no existe otra libertad que la conciencia de la necesidad, siendo esta necesidad, la existencia del mundo en sí.

Referencias

Evans, D. (2007). Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano. Paidós.

Freud, S. (1976). Obras Completas (2 ed., Vol. 23). Amorrortu.

Homer, S. (2005). Jacques Lacan. Routledge.

McKay, A. (2021). Don’t look up. Netflix.

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