Siete puntos de Rodrigo Rey Rosa

Siempre teje la historia a medida que la escribe y él mismo no conocería el final hasta poner el punto final.
abril 29, 2021

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«Bajó la mirada: era borroso el contorno de sus manos y sus muslos. Casi dormido, recordó un viejo presentimiento: “En el momento de mi muerte sabré lo que soy”. Cerró los ojos, o se le cerraron ellos solos. Un círculo de cuatro o cinco hombres tomados de la mano giraba lentamente. Advirtió que esos hombres estaban con él en el cuarto. Se dijo a sí mismo, con ironía: «Como quiero morir, no moriré». Se distraía con ese pensamiento, cuando la mano de uno de los mendigos lo sorprendió. “Ayúdame”, le decían sus ojos. Él, sabiendo ya que no tenía nada, hizo como quien busca en los bolsillos».

Con este fragmento comienza a desarrollarse silenciosamente la trama esencial del cuento El cuchillo del mendigo, del escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa.

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Resulta imposible recomendar o detenerse a comentar un cuento por encima de otros en cuanto a narrativa breve de Rey Rosa se refiere. No obstante, trago en seco y me atrevo a mencionar El lecho del río, La señal, Una creencia popular, La niña que no tuve y el citado El cuchillo del mendigo, como algunos de los más destacados dentro de la edición de Cuentos Completos que ha publicado la editorial Alfaguara en 2014.

Dentro del libro también se halla, a mi juicio, uno de los textos más logrados en cuanto a forma y estructura y que se resiste en todos los sentidos posibles, a ser clasificado en los géneros literarios que conocemos hoy. Me refiero al título Nueve ocasiones, un conjunto inquietante de nueve párrafos breves que, al igual que el resto de los cuentos, obligan al lector a, uno: replantearse el fundamento de eso que llamamos cuento y dos: a detenerse a escuchar el rumor de la propia sangre en la cabeza después de haber corrido por alguna ciudad persiguiendo la sombra de lo amado. Nueve ocasiones para vernos frente a valles infértiles de alguna comunidad perdida, o ver los pasos sin fuerza que vamos dejando por una tierra árida, tal vez en un desierto latinoamericano, tal vez en el desierto de Atacama. Desiertos, ciudades y senderos salvajes que Rey Rosa ha transitado sin prisa y sin preocuparse por lo que pueda haber al final del recorrido porque en realidad el final del recorrido no es lo importante.

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Rey Rosa es un escritor que escribe sobre Guatemala, pero también sobre Nueva York y selvas perdidas en algún rincón del mundo. Estudió en una escuela de cine en EEUU un tiempo a inicios de 1980 y la abandonó. Ha hecho periodismo y traducciones. Según sus propias palabras, jamás ha hecho un esquema previo de sus escritos. Siempre teje la historia a medida que la escribe y él mismo no conocería el final hasta poner el punto final. Un método también usado por César Aira, aunque con un espíritu mucho más prudente por parte del argentino.

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Se puede decir, sin lugar a la duda, que el escritor guatemalteco es uno de los pocos escritores contemporáneos que ha logrado la difícil tarea de construir historias, personajes y situaciones de la manera más clara y con un lenguaje a la vez que simple; estudiado, cuidadosamente utilizado. Lamentablemente la contemporaneidad presume de profundidad adentrándose en una escritura medio dadaísta y con frases inconexas, pero autores como Rey Rosa, desde la arquitectura sutil de diferentes tramas, desde la forma simple y concisa con ciertas pausas claves entre palabra y palabra, logra la certera profundidad que hace del ejercicio literario un oficio riguroso, pero también sincero.

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Es preciso señalar que al igual que sucede con otros autores como Bukowski y Cortázar, los cuentos de Rey Rosa alcanzan una perfección estilística y autosuficiente que no aparece en sus novelas. Quizá, sea justo esa la intención de su autor.

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Es muy fácil encontrar en el cine el tratamiento de la naturaleza desde dos puntos opuestos, lo amigable y lo hostil. En ese sentido, los filmes de Tarkosvki muestran claramente cómo los personajes pueden encontrar abrigo y muchas respuestas en la naturaleza y son capaces de crecerse a sí mismos en su interacción con ella. En dirección opuesta, el cine de von Trier, por ejemplo, trata lo natural como hostil y alienante, donde los personajes no encuentran nada en ella salvo su propio absurdo o muerte total. Los mismos escenarios aparecen en la literatura. La naturaleza en Whitman, por ejemplo, conforta, alivia y en Quiroga desgarra, es destructora. En cambio, en la obra de Rey Rosa no es ni lo uno ni lo otro. Los escenarios naturales de sus cuentos se manejan en una estructura más allá de lo amigable y hostil, más bien representan un espacio neutro, gris, árido, solitario y único que no golpea, no acaricia y se limita a estar ahí como niño testigo de las locuras, sueños, y deseos de sus personajes. Un contexto donde sencillamente no puedes extraer nada bueno ni nada malo porque esas categorías no entran en tal manera de hacer literatura.

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No tiene sentido describir con más cuartillas de las necesarias la obra de este escritor que ha apostado por el momento breve en su narrativa. Sólo resta instar al lector a que lea a uno de los más interesantes autores vivos hoy. Podemos terminar estos siete puntos con otro fragmento de las Nueve ocasiones que se puede hallar en la colección de Cuentos Completos:

“Recuerdo su silueta blanca contra el vano de la puerta, y recuerdo, al fondo, bajo el sol, la llanura de arena y el rumor del río. Le oía reflexionar. A medida que sus pensamientos avanzaban, me parecía que la iba conociendo mejor y, al mismo tiempo, me daba cuenta de cuán extraña me era. «¿Quién soy?», se preguntaba en voz alta. La duda la atravesaba, y era imposible adivinar lo que pasaba en su interior. Decía que el tiempo no existe. Quería transformar el pasado en presente, el presente en futuro, y el futuro en presente y pasado. Y exclamaba con una especie de rencor: «¿Para qué somos?» Luego hablaba de su juventud y su niñez. «Yo no soy más que mi cuerpo, y su luz ya está apagada —murmuraba—. Nunca he sido, nunca seré otra cosa». Se quedaba mirando la forma de las nubes, y creía que lo que en ellas se veía (una turba de ilógicos jinetes) valía tanto como nosotros.”

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