El lenguaje de la protesta en Cuba

abril 10, 2021

 

Cuba, un país cuya Carta Magna declara tener un «estado socialista de derecho» tiene una policía que se dice de las mejores del mundo, pero es asidua a los arrestos arbitrarios, especialmente por motivos políticos. A ninguna autoridad parece importarle que la Constitución de 2019 en su artículo 54 declare el derecho de libertad de expresión; igual, se practican represalias en contra de aquellas personas que ejercen una posición política diferente a la del Partido Comunista. Represalias que van desde acoso policial, privación de libertad, secuestros, juicios amañados, actos de repudio (eufemismo para actos fascistas) y toda clase de violaciones de los derechos fundamentales con absoluta impunidad por parte de los funcionarios al servicio del gobierno.

El pasado domingo 4 de abril (domingo de resurrección), acontecía uno de estos tristes episodios que desde hace cinco meses se han vuelto cotidianos. Oficiales de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), habiendo identificado al artista y opositor Maykel Castillos (Maykel Osorbo) saliendo de su casa a comprar pan procedieron a su detención arbitraria. Pero algo insólito ocurrió.

Sus vecinos acudieron en defensa de Maykel impidiendo su detención. Pero la cosa no paró ahí; tuvo lugar una movilización espontánea. Los habitantes de La Habana Vieja previendo una represaría política se congregaron en las proximidades de la sede del Movimiento San Isidro. Un acto de repudio fue frustrado y la policía no le quedó más remedio que recular ante los gritos de «Diaz-Canel, singao».

Esta ha sido la segunda vez desde el 27 de noviembre de 2020 en que ocurre una manifestación y no puede ser sofocada por la fuerza. Pero como si esto fuera poco, a raíz de la victoria del Equipo Granma en la sexagésima serie nacional de Béisbol el pueblo de Bayamo se lanzó a las calles. Y la celebración devino protesta cuando al son de conga se cantaba «oye policía pinga».

Muchas personas han celebrado estos acontecimientos calificándolos como el despertar del pueblo. Atendiendo a la situación de crisis sanitaria, política, económica y social que enfrenta el país esto podría parecer algo previsible; que los pueblos protesten cuando tienen necesidades es tan elemental como que 2+2 es 4. Pero el caso es que, en Cuba, desde 1959, 2+2 es 5 por decreto del gobierno; toda intensión de manifestación o protesta ha sido satanizada, ocultada o ahogada a golpe de tonfas.

De ahí que estos acontecimientos que rompen el mito de la unidad monolítica representan hitos; indican que la capacidad represiva del sistema cubano está mermando por día. Para algunos, esta es la señal de un cambio y por ende legitiman la protesta; pero otros, han rechazado los acontecimientos esgrimiendo que sus protagonistas son «gente marginal» y que han empleado un lenguaje «vulgar».

Ello ha destapado un debate en redes sociales que puede resumirse en «¡pinga y bien!» vs «¡qué vulgaridad!». Puede parecer algo trivial, máxime si se trata de un asunto de redes, pero en realidad, lo que me motiva a abordar el tema es lo que subyace tras este conflicto lingüístico.

El punto más radical de enfrentamiento al gobierno está siendo protagonizado por los sectores más humildes. Literalmente, la policía se ha llevado las «pingas» en lugar de las palmas. Ante un contexto donde el ejercicio de la crítica y la opinión están vedados (salvo que se trate de criterios favorables a la gobernanza o ejercicios de autocrítica, que no es lo mismo, pero es igual) estas consignas sin tapujos representan rebeldía. Una rebeldía que inesperadamente ha brotado del vulgo, del sector poblacional más sometido.

Lo cortés no quita lo valiente. En efecto se trata de una vulgaridad, es el grito de la marginalidad ¿y qué? ¿Es acaso la trivialización del asunto suficiente argumento para minimizarlo? Me vienen a la cabeza esos memes donde el personaje ante una situación extrema en vez de proferir una mala palabra dice cosas como «permítame remitirle al genital de su progenitora», ahí el chiste se cuenta solo. Cuando uno se choca el dedo meñique del pie contra la pata de la mesa, lanzar un improperio o al menos una maldición es la cosa más común del mundo. Las palabras obscenas son transgresiones, es cierto. Pero también es cierto que cuando lo correcto es opresivo la transgresión es libertad.

Reducir un grito de protesta política a vulgaridad es decir que el ejercicio de libertad de expresión debe ceñirse a estándares «decentes». Por ese camino se llega a posiciones reaccionarias.

No sólo se trata de una mojigatería lingüística y cultural, sino una forma de marginación del lenguaje del marginado; o lo que es lo mismo, que la opinión del marginal no vale porque es marginal. ¿a qué viene el repentino puritanismo? Desde hace 61 años el discurso del poder legitima la doctrina del populismo, de la masa. ¿Acaso la frase «aquí no se rinde nadie, carajo» no ha sido celebrada mil veces? ¿En dónde quedan las incitaciones a ofender con lenguaje «vulgar» y soez a los «enemigos»? Pero ahora que las licencias lingüísticas que tanto se han promovido como máxima expresión de idiosincrasia no favorecen a la gobernanza han de ser descalificadas; se dice «¡qué vulgaridad!» como si con tal afirmación desaparecieran todas las demandas y carencias de los más necesitados.

Ese caminito lleva a conceptos como «antivalores, contracultura y marginalidad», tras los cuales históricamente se maquillan fobias al negro, al gay, al religioso y especialmente a lo nuevo. En una palabra: conservadurismo.

Aquí se han parapetado algunos intelectuales para ejercer una crítica que se parece a la envidia; aun siendo parte de una oposición al régimen cubano parecen sentirse relegados en su protagonismo. Su orgullo herido pondera la masa. No han sido capaces de llamar al mal por su nombre ni han tomado al toro por los cuernos. Si el presunto intelectual tiene tiempo para mirar la forma en la que se habla es porque no tiene que emplear su jornada en colas, hospitales, derrumbes, carencias, violencia, abusos; es decir, no viven con los pies puestos en la realidad del pueblo, sino en un mundo imaginario o de privilegios. En tiempos de crisis, los eufemismos son solo tibieza y bruma.

No obstante, algunos críticos del «¡pinga y bien!» han esgrimido argumentos sensatos. No se debe confundir rebeldía con revolución; se parecen, se complementan, pero no son lo mismo. Pretender hacer el grito de la protesta popular el lenguaje oficial del enfrentamiento al régimen es quedarse corto. Hay que conjugar masa con proyecto para poder tener un resultado verdaderamente revolucionario. Detenernos en el «grito» es equivalente a sostener una oposición sobre la doctrina que Antonio Guiteras llamó «todos para destruir».

No se le puede exigir a la masa un plan o que elabore un discurso político renovado, de la misma manera que no se le puede exigir a alguien que se ha golpeado el dedo meñique del pie con la pata de una mesa, que no diga algún improperio.

La masa es la masa, emotiva, visceral, instintiva, directa. La construcción de un lenguaje transversal y de un programa del «todos para crear» es trabajo de los intelectuales. ¿Si el intelectual no es capaz de planificar y conducir el sentido de una protesta cuál es su función entonces? ¿Cuál es la función de una lámpara que no alumbra salvo un objeto decorativo? Tan inútil es la pólvora sin mecha como la mecha sin pólvora. Un genuino proceso revolucionario se constituye de ambos elementos, pueblo e intelectualidad, pólvora y mecha.

El diferendo lingüístico, fuera de los casos de manipulación por parte del gobierno, viene dado por la diversidad de los sectores de oposición. El guajiro, el solariego y el poeta no se expresan igual. Los sabios de la contemplación deberían saber esto. Desestimar un reclamo por el código que emplea es equivalente a desestimar al emisor y su mensaje.

Una actitud muy diferente sería asumir la necesidad de construir un nuevo lenguaje, transversal e inclusivo. Con ello no me estoy refiriendo a que hablemos de tal o más cual manera, sino en la urgencia de crear un código político capaz de abarcar todos los factores de cambio en Cuba. Eso es lo que significa un proyecto político: un nuevo lenguaje.

Ello me lleva pensar que el verdadero problema no está en el léxico, el método o el sector social, sino en las incertidumbres sobre «el qué» y «el cómo» de las protestas en Cuba. Tales inquietudes tienen pronta solución. Del grito al diálogo va solo un paso, un proyecto. Las condiciones están dadas, basta que se haga.


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