¿Qué quiso decir Sigmund Freud con «lo ominoso»?

enero 15, 2021
lo ominoso en Sigmund Freud

Primera escena: El hombre de Arena de E.T.A. Hoffmann

Como es bien conocido, Sigmund Freud fue un escritor muy prolífico. Sus obras completas en 24 tomos recogen miles de páginas sobre temas variados que van de lo estrictamente científico hasta lo más especulativo de la filosofía. El ensayo Lo ominoso de 1919, es una de estas obras de segundo tipo. Un tema tan complejo y en apariencia alejado del psicoanálisis, no podía ser abordado desde el canon básico del sistema freudiano. Debía ser abordado de otra forma, esto es, explorando las diversas manifestaciones de lo ominoso en la literatura y la historia. ¿Qué es, entonces, lo ominoso?

La respuesta podría venir de la estética, pero ello escapa a las pretensiones de Freud. Prefiere mejor indagar en su etimología. La palabra unheimlich es, como suele acontecer en alemán, una palabra con significados contrarios. Se compone de la palabra heimlich que designa a lo familiar, y el prefijo un que significa en este caso «no», o sea, umheilich es lo no familiar. El tema se complica cuando lector que indaga en las definiciones se encuentra con que puede designar tanto lo familiar como lo no familiar. Pues «…lo ominoso es aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo» (Freud, 1976a, p. 220) pero que, de cierta forma, ha sido negado o reprimido: de ahí lo vagamente familiar en lo no familiar.

Sobre El Hombre de Arena

Evidentemente, encontrarnos con un familiar que no habíamos visto hace mucho tiempo, no posee nada de ominoso. Lo ominoso se refiere aquí a cierto orden de experiencias internas reprimidas, que emergen reflejadas en los objetos de nuestra vida presente. Para abordar el trauma del retorno de lo reprimido, rescata Freud el cuento de terror El hombre de Arena del prolífico E.T.A. Hoffmann, que narra la trágica vida del estudiante Nathaniel y las experiencias que lo llevaron al suicidio.

El cuento narra la historia del joven personaje, y las consecuencias fatídicas de un trauma infantil. De niño, su madre lo amenazaba con el hombre de arena (el equivalente al coco en el folklore hispano), especialmente cuando espiaba el cuarto de trabajo del padre. Con el tiempo comenzó a identificar la llegada del hombre de arena con pasos que oía en los pasillos tarde en la noche. Nathaniel le temía profundamente, pues una vieja nana le había dicho que la criatura lanzaba arena en los ojos de los niños curiosos, luego se los sacaba y se los llevaba a la luna, para alimentar con ellos a sus hijos, una suerte de monstruos con pico de lechuza.

Nuestro personaje crece, y a la edad de diez años ha abandonado ese miedo infantil por uno real: la presencia del enigmático Doctor Coppelius. Esta persona, torva y desagradable, era quien caminaba a altas horas de la noche y realizaba experimentos de alquimia con su padre. Cabe resaltar el miedo irracional que despertaba el Doctor en los niños de la casa, en especial sus largas y huesudas manos. Pues para los niños corrompía todo lo que tocaba y, además, se ufanaba de molestarlos tocando los alimentos de los niños para ver su reacción.

Un día, a Nathaniel le vence la curiosidad y se esconde en el cuarto del padre para expiar sus actividades herméticas. Aquí el germen de la neurosis comienza a crecer, pues ve que su padre, desde dentro de un caldero alquímico, extraía un objeto pequeño e incandescente que forjaba al rojo vivo. Mientras alrededor de Nathaniel se reflejan miríadas de rostros con órbitas oculares vacías. No puede evitar mostrar algunos signos de terror, por lo que es descubierto por Coppelius que lo zarandea violentamente y le dice: «¡Ahora tendremos ojos, ojos, un lindo par de ojos de niño!» (Hoffmann, 1979, p. 188). Tanto el niño como el padre están aterrorizados, se evidencia aquí que hay una relación de subordinación del padre hacia Coppelius, mientras le ruega que le perdone los ojos a su hijo. Este acepta, pero comienza a experimentar con las articulaciones del niño, poniendo sus brazos en sus piernas y viceversa (¿locura o fantasía infantil?). Nathaniel pierde el conocimiento y despierta en brazos de su madre, que le asegura que el abominable doctor ya se ha ido. Al año vuelve a aparecer. El padre le asegura a la familia con tristeza que éste será el último experimento, y así lo es, pues la caldera de alquimia explota y muere el padre, mientras Coppelius se fuga.

Pasa el tiempo, y nuestro Nathaniel es un estudiante de ciencias comprometido con Clara, «…un espíritu profundo y delicadamente femenino, y una inteligencia clara y aguda…» (Hoffmann, 1979, p. 197). Ha abandonado su neurosis y recibe clases de un afamado profesor de física. Cierto día llega a su casa un vendedor de aparatos ópticos de apellido Coppola. El protagonista puede reavivar el fuego de su trauma infantil, pero intenta calmarse al conocer que el vendedor es amigo de su profesor, y no una encarnación de Coppelius.

Su romance iba bien hasta que, cierto día, recibe de nuevo a este vendedor. Para liberarse de él de la manera más educada, decide comprarle unos prismáticos (pues su inventario de espejuelos le recuerdan el trauma anterior). Recién mudado al frente del estudio de su profesor, comienza a espiar a su hija con los prismáticos. La joven Olimpia era una belleza perfecta a sus ojos, pero le resultaba extraño que nunca abandonara su posición sentada, y que mirara fijamente con una mirada perdida y sin vida: aún así, se enamora totalmente de ella. La joven destaca por su belleza y su agilidad para el baile, si bien producía en todos un sentimiento de desagrado por sus movimientos automáticos y por emitir muy pocas palabras.

Nathaniel decide pedirle la mano de Olimpia al profesor. Pero para su espanto, al arribar a la habitación se encuentra al profesor forcejeando con el desagradable vendedor de espejuelos Coppola: entre sus manos tienen al autómata sin vida que una vez fue Olimpia, y en donde estaban sus ojos solo había cuencas vacías. Esto colma el cupo de estabilidad emocional del protagonista, que entra en un arrebato de locura y no deja de repetir «¡Uy uy uy! Círculo de fuego… fuego… gira… lindo… lindo… Muñequita de madera, oh, ¡gira, gira, muñequita de madera!» (Hoffmann, 1979, p. 211).

Pasa el tiempo, y el protagonista vuelve a retomar su cordura y su relación con Clara. Un día caminaban por el centro de la ciudad y la joven decide subir a la torre del ayuntamiento. Allí, como por impulso mecánico, saca del bolsillo los prismáticos de Coppola y observa a lo lejos cómo se acerca el viejo y olvidado Doctor Coppelius. De repente cobra todo sentido: ¡El vendedor Coppola sí es Coppelius! Nathaniel comprende la farsa que a sido su vida, la inefable condición del retorno de lo reprimido, y se lanza desde la torre no si antes gritar: «¡Ah, lindos ojos, lindos ojos!» (Hoffmann, 1979, p. 214).

Dos posibles interpretaciones

¿Que nos quiere indicar Hoffmann con esta historia? Evidentemente hay dos motivos primarios: el de los ojos y el del autómata. Freud se decantará por el primero, y después se analizarán aquí algunos elementos del segundo. De tal forma que, para Freud: «…el estudio de los sueños, de las fantasías y mitos nos ha enseñado que la angustia por los ojos, la angustia de quedar ciego, es con harta frecuencia un sustituto de la angustia ante la castración» (Freud, 1976a, p. 231). No podía caber sorpresa alguna, al final todo el trauma de Nathaniel es un irresuelto Complejo de Edipo. Examinemos con la historia desde este punto de vista.

Es muy posible, sí, que su padre y Coppelius sean una misma figura paterna polarizada. El padre es la parte (digamos) «buena», la figura del padre cálido y bonachón que cuenta historias a sus hijos bajo la hoguera. Coppelius, por su parte, es la paternidad autoritaria y tirana más consecuente con el Complejo de Edipo. No cabe aquí ampliar en el Complejo, baste decir que se define ya claramente en La interpretación de los sueños de 1900, aunque no se mencione claramente hasta 1910 (Freud, 1976b, p. 164). Por regla general es la situación en que el niño compite simbólicamente con el padre por el amor de la madre, ganando siempre el padre en términos de autoridad y fuerza física[1]. ¿Podría todo este fantástico trauma alquímico resumirse a esto? De hecho, sí, pues la muerte del padre marca en la historia una suerte de elipsis cinematográfica en donde reaparece Nathaniel como un joven adulto, dispuesto a demostrar interés sexual por otra mujer que no es su madre (resolución par excellence del complejo de Edipo).

Por otra parte, todo la temática de lo oculto podría explicarse como el temor de Nathaniel de iniciarse en las practicas sexuales adultas o, como sugiere Bouville (2020), como una iniciación prohibida en deseos incestuosos homosexuales. De la forma que sea, el Doctor Coppelius funge como un ingente sensor del Complejo de Edipo que amenaza, como se ve, toda posibilidad de una relación sexual saludable en el protagonista. Visto así, el cuento se empobrece, pero adquiere un sólido sentido freudiano y es totalmente accesible a la metodología psicoanalítica.

Pero veámoslo de una forma, si se quiere, más real u ontológica. ¿Qué significa realmente el miedo al retorno de lo reprimido? ¿Y si el miedo es, en verdad, una resistencia a un conocimiento revelado? Recordemos que Freud no le da ninguna importancia al tema de la alquimia. El ojo podría significar, también, una forma de acceso a lo oculto. Desde este punto de vista los ojos adquieren otro significado.

Habría que indagar en el folklore real. Pero no es ocioso que el hombre de arena solo arranque los ojos (el modo de acceso al conocimiento) a los niños curiosos para llevarlos a la luna (la mística y alquímica Selene) para alimentar a sus hijos con picos de lechuza (signo universal de sabiduría). Esto, dicho de otra forma, significa que el propio conocimiento arcano es capaz de devorar a los sujetos que se acerquen a él sin tener la iniciación requerida. A la luz de este punto de vista la muñeca Olimpia es tan importante como el tema de los ojos: ¿No es, sino, la creación de vida el magnum opus de un alquimista? ¿No es, sino, una de las atribuciones de la piedra filosofal? Aquí tiene mucho más sentido la fascinación de Nathaniel, cuyo nombre significa en hebreo «regalo de Dios», por la muñeca Olimpia como ideal de belleza y perfección. Ante ella, la pragmática Clara puede resultar el equivalente del sentido común (pues durante la historia es ella quien rescata al personaje de sus ataques de neurosis), y contraponerse así el conocimiento cotidiano al conocimiento arcano.  A la luz de esta lectura, el Doctor Coppelius aparece más como una nefasta figura de corte mefistofélico, que como un simple y pedestre padre autoritario.

Pero el razonamiento de Freud nunca toma este rumbo intencionalmente. Toda la trágica historia de Nathaniel no tiene nada de especial, es solo una neurosis que se levanta del Complejo de Edipo, y nada más que eso. Hasta este punto lo ominoso estriba en el retorno de un complejo reprimido. Sin embargo, la propia naturaleza del tema lleva a Freud a mayores profundidades filosóficas. Y nos llevará a preguntarnos si no es acaso lo ominoso una reacción del sujeto ante la posibilidad de acceso un acceso a lo real.

Referencias

Bouville, V. (2020). The uncanny double. En C. Bronstein & C. Seulin (Eds.), On Freud’s «The Uncanny». London: Routledge.

Freud, S. (1976a). Obras Completas (2 ed. Vol. 17). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1976b). Obras Completas (2 ed. Vol. 11). Buenos Aires: Amorrortu.

Hoffmann, E. T. A. (1979). The Best Tales of Hoffmann-Dover Publications. New York: Dover Publications.

Notas

[1] Para mayor comprensión del término en una primera etapa ver Cinco conferencias sobre psicoanálisis de 1910.

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