Apuntes para una estética martiana

octubre 21, 2020
estética José Martí

“A pesar de que no se expusiera en una obra orgánica, el de Martí es un pensamiento orgánico, riguroso, en el cual los distintos aspectos —sentido de la vida, de la historia, de la política, de la moral, de la estética (…)— no son sino eso: aspectos parciales de un mismo pensamiento, creciente pero unitario” (Fernández Retamar 1995, pp. 35-36). Efectivamente, a Martí no se le puede encerrar en etiqueta alguna; no es un “filósofo” en el sentido estricto de la palabra; y como tal, no dejó libros de filosofía ni tratados de estética. Sin embargo, la unicidad que caracteriza su obra no deja espacio a la exclusión del valor estético de la vida. En su extensa obra aparecen muchas ideas estéticas. Tuvo una constante preocupación por el arte: la pintura, la música, el teatro y, sobre todo, la literatura, fueron algunas de las principales expresiones que lo ubican en torno a una nueva teoría estética.

La estética tiene muchas definiciones y su objeto de estudio se torna ambiguo. Proveniente del griego aisthetikê, que significa “percepción”, “sensación”, la Estética es la doctrina filosófica del arte; también se concibe como la “ciencia de lo bello o filosofía del arte”, según Ferrater Mora. El problema de lo bello, lo feo, lo sublime, lo trágico, lo grotesco y lo cómico ha ocupado al hombre desde sus comienzos. Al respecto, Martí expone su idea de la estética:

A eso venimos los estetas: a mostrar a los hombres la utilidad de amar la belleza, a excitar al estudio de los que la han cultivado, a avivar el gusto por lo perfecto, y el aborrecimiento de toda fealdad; a poner de nuevo en boga la admiración, el conocimiento y la práctica de todo lo que los hombres han admirado como hermoso (Martí 1972, p. 82).

Ahora bien, como pensador y revolucionario de su época Martí fue un profundo cuestionador de los valores estéticos “occidentales” y/o “clásicos” que se imponían de tiempos anteriores y que calaban la sociedad del siglo XIX. “Se imita demasiado” —pensó alguna vez, no sin afirmar después, “la salvación está en crear” (Martí 1991, t. 6, p. 20). Crear, tal era la empresa de la estética martiana, así como su proyecto de vida. Oponía la creación a imitación. Existen varias críticas al Naturalismo, al cual veía como un “defecto” y carente de imaginación (t. 22, p. 71); entiéndase “naturalismo” como la exageración de lo natural en la creación, que muchas veces poco o nada tenía de lo humano.

Martí entendía la estética en tres direcciones, que se interrelacionaban como un todo dialéctico. Para el intelectual cubano, “el arte, [era] el modo más corto de llegar al triunfo de la verdad, y de ponerla a la vez, de manera que perdure y centellee en las mentes, y en los corazones” (t. 13, pp. 395-396). Al respecto, el filósofo puertorriqueño Carlos Rojas Osorio presenta dicha trilogía estética como el bien, la verdad y la belleza (Rojas Osorio 2012, p. 42). De este núcleo estético se desprenderá una cuarta dimensión: la utilidad. La trilogía estética es expresada cuando dice: “Quiere, por la pesquisa tenaz de la belleza en todo lo que existe, hallar la verdad suma, que está en toda obra en que la naturaleza se revela. Quiere que por el aborrecimiento de la fealdad se llegue al aborrecimiento del crimen. Quiere que el arte sea un culto, para que lo sea la virtud” (t. 9, pp. 222-223). El concepto griego de verdad, alétheia, adquiere una connotación de patentizar, puesto que buscar la verdad implica hacerla patente, mostrarla, descubrirla, desvelarla, quitarle el velo que la encubre, la falsa apariencia que la enmascara y sacarla a la luz. La teoría estética de Martí adquiere una notable función cognitiva y epistémica de la realidad. Así, la estética martiana se asemeja a este concepto griego de verdad cuando dice:

“En forma de precepto da la verdad el raciocinio filosófico. En forma de imagen da la verdad la poesía” (t. 15, p. 268).

“¿Qué es el arte, sino el modo más corto de llegar al triunfo de la verdad, y de ponerla a la vez, de manera que perdure y centellee en las mentes, y en los corazones?” (t. 13, p. 395).

“(…) el arte no ha de dar la apariencia de las cosas, sino su sentido” (t. 15, p. 431).

Entonces, el arte sería la mejor forma de plasmar la verdad, en el sentido de quitar la falsedad, de darle valor a las cosas, de hacer bello lo conocido y de “conocer” lo desconocido mediante la belleza, que es al fin darle valor a algo: “(…) el hombre es noble, y tiende a lo mejor: el que conoce lo bello, y la moral que viene de él, no puede vivir luego sin moral y belleza” (t. 12, p. 414). Sin embargo, su dimensión estética de la utilidad no se da en el sentido del utilitarismo inglés del filósofo John Stuart Mill, de que lo bueno es lo que es útil. Martí, entiende la proyección en otro sentido, como la “utilidad de la virtud”. Es el obrar bien de los latinos. Virtud de virtuoso, pero, sobre todo, es valor, es moral, es ética; se entremezclan ética y estética: no separa el valor, los morales de la belleza; puesto que “sujeto, objeto y valoración son, por consiguiente, los componentes del valor” (Fabelo 2007, p. 34). Ser útil en lo bello, por lo bello y para lo bello, la utilidad de lo moralmente bueno, que es lo que engrandece al ser humano. En ello resumía el objeto de la vida:

¿Y el objeto de la vida? El objeto de la vida es la satisfacción del anhelo de perfecta hermosura; porque como la virtud hace hermosos los lugares en que obra, así los lugares hermosos obran sobre la virtud. Hay carácter moral en todos los elementos de la naturaleza: puesto que todos avivan este carácter en el hombre, puesto que todos lo producen, todos lo tienen. Así, son una la verdad: que es la hermosura en el juicio; la bondad, que es la hermosura en los afectos; y la mera belleza, que es la hermosura en el arte (t. 13, p. 25).

Para concluir que “el arte no es más que la naturaleza creada por el hombre” (t. 13, p. 25), donde distingue dos tipos de naturalezas: una, “la naturaleza natural” (Fabelo 2007, p. 79), y otra, la naturaleza creada o humanizada.

La nueva estética que abre el pensamiento martiano es, según Miguel Rojas, una estética de la libertad que implica la libertad estética (Rojas 2003, p. 116). O sea, rompe doblemente con los mandatos estéticos que se vienen dando en el arte. Por un lado, es un llamamiento en favor de la libertad de expresión contra los abusos políticos que se hacían del mismo y, por el otro, transgrede los modelos del uso de la técnica artística. Porque, como bien plantea Fabelo: “la técnica ha llegado antes de haberse creado las condiciones sociales más adecuadas para su empleo a favor del ser humano. La técnica es (…) un valor instrumental cuyo signo axiológico definitivo dependerá de la sociedad que habite. En otras palabras, la nueva técnica exige una nueva sociedad. De lo contrario, se vuelve contra el ser humano” (Fabelo 2019, p. 241). La técnica como valor instrumental, como valor utilitario, termina por imponerse al hombre: el objeto subjetiva al sujeto. O como afirma Bolívar Echeverría, el trastocamiento de la técnica de acuerdo a su valor (de uso), “una es la obra de arte, como la de las vanguardias, cuya técnica de producción y consumo está subsumida sólo «formalmente» al valor para la exhibición o experiencia, y otra la obra de arte en la que esa subsunción ha pasado a ser «real» y ha llegado a alterar su técnica misma de producción y consumo” (Echeverría, texto digital).

Por otro lado, Martí nos descuida la significación social de los fenómenos estéticos, “La poesía es a la vez obra del bardo y del pueblo que la inspira” (t. 15, p. 27); y al respecto coincide con lo que expone Adolfo Sánchez Vázquez, “lo estético sólo surge en la relación social entre el sujeto y el objeto”. Puesto que “sujeto y objeto de por sí, al margen de su relación mutua, no tienen real, efectivamente, una existencia estética. El objeto necesita del sujeto para existir, de la misma manera que el sujeto necesita del objeto para encontrarse en un estado estético” (Sánchez Vázquez 1992, p. 106).

La liberación estética que preconiza Martí se dio en las dos últimas décadas de su vida, a finales del siglo XIX, con el surgimiento del movimiento literario en Hispanoamérica, llamado modernismo, siendo él mismo uno de sus fundadores con el poemario Ismaelillo (1882). Once años después describía el movimiento, el modernismo:

en América está ya en flor la gente nueva, que pide peso a la prosa y condición al verso, y que quiere trabajo y realidad en la política y en la literatura. (…) Es como una familia en América esta generación literaria, que principió por el rebuscado imitativo, y está ya en la elegancia suelta y concisa, y en la expresión artística y sincera, breve y tallada, del sentimiento personal y del juicio criollo y directo. El verso, para estos trabajadores, ha de ir sonando y volando. El verso, hijo de la emoción, ha de ser fino y profundo, como una nota de arpa. No se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción noble o graciosa (Martí 1991, t. 5, pp. 221-222).

La nueva estética de la libertad era expresada por Martí, “se ha de escribir viviendo, con la expresión sincera del pensamiento libre, para renovar la forma poética” (OCEC, t. 14, p. 137); pues, según Miguel Rojas era “una libertad estética llamada a renovar creadoramente la forma y los significados de los contenidos” (Rojas 2003, 117).

En su “estética de la libertad” aparece la no menos importante función ideológico-política, que no toma independencia funcional, como las funciones primarias creadora, comunicativa y estética, con respecto a su estética, sino que es esencia necesaria de su pensamiento y acción libertadora. Este importante plano del ideario martiano es expuesto in extenso a continuación:

Poesía no es, de seguro, lo que ocurre con el nombre, sino lo heroico y virgíneo de los sentimientos, puesto de modo que vaya sonando y lleve como alas, o lo florido y sutil del alma humana, y la de la tierra, y sus armonías y coloquios, o el concierto de mundos en que el hombre sublimado se anega y resplandece. No es poeta el que echa una hormiga a andar, con una pompa de jabón al lomo; ni el que sale del hongo y chaqué, a cantarle al balcón de la Edad Media, con el ramillete de flores de pergamino; ni el desesperado de papel, que porque se ve sin propósito, se lo niega a la naturaleza; ni el que pone en verso la política y la sociología; sino el que de su corazón, listado de sangre como Jacinto, da luces y aromas; o batiendo en él, sin miedo al golpe, como en parche de pelear, llama a triunfo y a fe al mundo, y mueve a los hombres cielo arriba, por donde va de eco en eco, volando al redoble. Poesía es poesía y no olla podrida, ni ensayo de flautas, ni rosario de cuentas azules, ni manta de loca, hecha de retazos de todas las sedas, cosido con hilo pesimista, para que vea el mundo que se es persona de moda, que acaba de recibir la novedad de Alemania o de Francia (Martí 1972, p. 213).

En uno de sus Versos libres plasmó la misión poética de la estética, “La verdad quiere cetro. El verso mío / Puede, cual paje amable, ir por lujosas / Salas, de aroma vario y luces ricas, / Temblando enamorado en el cortejo / De una ilustre princesa, o gratas nieves / Repartiendo a las damas. De espadines / Sabe mi verso, y de jubón violeta / Y toca rubia, y calza acuchillada. / Sabe de vinos tibios y de amores / Mi verso montaraz”; —y termina— “pero el silencio / Del verdadero amor, y la espesura / De la selva prolífica prefiere: / ¡Cuál gusta del canario, cuál del águila!” (t. 16, p. 211). Se muestra otra función estética, donde se entrecruzan verdad y amor. José Martí prefiere la verdad, pero en el camino del Bien, allí donde se haya el “verdadero amor”. También adelanta, aunque metafóricamente, otro aspecto central de su estética: la relación Espíritu-Naturaleza. De éstas últimas se presuponen visiones del arte, bien diferentes, que se ubican en polos extremos. Son irreconciliables. Aquella, que se caracteriza por el arte del sujeto, es imaginación, subjetividad, resalta el individuo y la creación personal, es el Idealismo; y ésta, que es el arte del objeto, es realidad, objetividad, resalta lo que está afuera y copia, es el Realismo. Martí habló mucho sobre estos. Al respecto, existe varias notas de sus debates en el Liceo de Guanabacoa, en 1879, que tituló “Apuntes para los debates hacer del idealismo y el realismo en el arte”. Vale aclarar que notas y debates, al fin, eso son: ideas expuestas sin desarrollar. Pero, ideas muy pertinentes donde el cubano expone su visión del asunto. En el escrito Martí define lo que es arte:

El arte tiene un mismo elemento; y sin saberlo, va siempre al mismo objeto.—Parte siempre de los hombres:—va siempre a mejorar a los hombres por la emoción, sin sentir que mejora.—El arte, dicen—replegándose en sus trincheras: es una idealización de la realidad (t. 19, p. 420).

Nace el arte de ver e imitar. De sentir y decir (t. 19, p. 414).

En el arte, no hay verdades reales, ni accidentales. Lo que es, es eterno (t. 19, p. 428).

En esta última idea, Martí hace referencia a lo que después Sánchez Vázquez reflexionaría como el problema de la carga estética que el hombre le atribuye a los objetos producidos sin intenciones estéticas. Éste lo demuestra mediante tres ejemplos, la pintura rupestre prehistórica, la pila bautismal de una iglesia medieval y la Coatlicue; Martí, en la cita anterior, a través del valor que adquieren las imágenes religiosas: Moisés no es real, y es verdadero; ¿cómo algo que no es real, llega a ser verdadero para los seres humanos? Lo que es, tiene que ser, por lo tanto, lo que es (en el arte) tiene que ser eterno. Esto sucede por la función estética que el hombre le atribuye a sus producciones, tanto materiales como ideales (Sánchez Vázquez 1992, pp. 82-87). También, coincide con el filósofo contemporáneo, cuando diferencia las funciones estéticas del arte, lo que significa y la finalidad con que fue creado: “El arte, que en épocas posteriores y más complicadas puede ya ser producto de un ardoroso amor a la belleza, en los tiempos primeros no es más que la expresión del deseo humano de vencer y crear” (t. 8, p. 129, la cursiva es nuestra). Nótese que Martí utiliza la palabra “vencer” para referirse al arte de los “tiempos primeros”, en plena concordancia con lo expuesto por Sánchez Vázquez, cuando describe la pintura rupestre prehistórica del “bisonte saltando” y afirma que “para el cazador prehistórico que ejecutaba aquellas pinturas (eso son hoy para nosotros) sobre las paredes rocosas de la cueva, no eran sino un medio para ejercer una acción real. Más exactamente un instrumento para cazar animales salvajes” (Sánchez Vázquez 1992, p. 82).

Describe el arte realista y el arte idealista en las polémicas discusiones del Liceo de Guanabacoa:

El arte, se dice, es siempre una idealización de la realidad.—Sí, siempre lo es, pero yo vindico para el arte una denominación que lo ennoblece.—Si se inspira siempre en realidades: una es, la de los seres externos, arte realista, en cuanto se limita a la copia simple, o a la agrupación de los seres copiados:—otra es, la de la noble alma humana, esta hermosa rebelde que si se pliega como cera a la blandura y al amor, como colérica leona se revuelve cuando las contrariedades se le oponen, y a las veces, sobre tenacidades de padres tercos, sobre dificultades de orden grave, sobre obstáculos amontonados, como para probar bien su energía, surge rebelde, creando tipos, esparciendo ideas, vivificando sentimientos, imprimiendo su matiz personal a cuanto toca:— esto, en la poesía, en la música, en la poesía da matices, arte idealista (t. 19, p. 424).

Sobre el antagonismo entre Idealismo y Realismo expone: “de aquí, dos clases de arte, que ninguna Estética separe, y que no deben andar unidas, porque aunque suelen reunirse en el medio, no provienen del mismo origen, ni tienen el mismo objeto” (t. 19, p. 421). “Se mejora lo que se ve” —dice sobre el idealismo— “Se adivina lo que no se conoce”, “se siente, sin pensar en lo que dirán”; en cambio, en el realismo, “se copia lo que se ve”, “el realismo dice que todo viene de fuera, y no hacemos más que ajustar”, “se copia para que digan que se ha copiado bien” (t. 19, pp. 414-415). Para después dar su punto de vista sobre ambos extremos, “Los idealistas creen que el arte es eterno, como expresión de una fuerza eterna.—Los realistas creen que el arte es el reflejo de los accidentes de una época y es por tanto accidental y cambiable” (t. 19, p. 419). Declara la aporía estética: “Hay una diferencia sencillísima en las artes: unas realizan la belleza copiando objetos [Realismo]. Otras, reduciendo a formas del lenguaje sentimientos que los objetos no pueden expresar [Idealismo]” (t. 19, p. 416). De lo que se entiende que para Martí el arte tiene dos fases: “Arte reflejado” y “Arte personal”. En otro momento, se pregunta ¿el arte es reflejo o es personal?: “es más trascendental cuando es personal” (t. 19, p. 423). Después alega que “la belleza no está en los objetos” (t. 19, p. 419), entendiendo que el hombre es quien le asigna propiedades estéticas a los objetos: existe lo bello, lo feo… más no la belleza en sí; y que el arte realista es imitación, no creación. Por eso es que Martí dice que el arte es personal. “El arte no puede —concluye— ser realista. Pierde lo más bello: lo personal. Queda obligado a lo imitativo: lo reflejo” (t. 19, p. 421). Para Martí el arte es obra del sujeto creador, “yo no pido más que el método Kantiano para observar la producción de la obra artística, examinarla en el sujeto” (t. 19, p. 417, la cursiva es nuestra). Sobre la analogía del método kantiano (idealismo objetivo) con la estética martiana, Carlos Rojas Osorio dice, “en la estética de José Martí (1853-1895) hay una preferencia por el idealismo kantiano” (Rojas Osorio 2012, p. 38). Aunque esto no signifique la aprehensión total de la estética martiana a la metafísica kantiana. Esto se explicará después.

Sobre la función del sujeto en la estética y la figura del genio, plantea:

Si la belleza está en los objetos exteriores, ¿en qué consiste el genio? Si no estuviera en el espíritu humano, como excelsa dote, la excelencia artística; si no fuera don augusto de la personalidad, no cualidad pasiva del objeto, en qué consistiría siendo siempre bellos los objetos que lo fuesen la mayor o menor grandeza del artista.—El mexicano Miranda no pinta las Vírgenes como Murillo; y el tipo católico es idéntico: ¿de qué depende la desigualdad de la pintura, la desigualdad del grado de belleza? De la desigualdad del grado de personalidad. El ser copiado es el mismo.—La facultad copiadora es lo que varía.—Y he aquí prueba nueva, y entiendo que bastante real, y precisa y terminante, y ni estrellada ni espumosa;—de cómo el arte depende, puesto que en grados varía, sin variar el objeto que lo inspira, de los grados de la personalidad que lo realiza.—El arte es eminente, principal, gloriosamente personal (t. 19, pp. 424).

En concordancia con alguno de los postulados estéticos de Kant, afirma que el arte depende de la fuerza creadora del individuo, “Si lo personal no es real, a los ojos de los que no tienen este superior privilegio de una alta personalidad, lo extremadamente bello,—y entre esto lo heroico,—no sería nunca cierto, ni bello,—por cuanto todo es en toda su intensidad sentido, y en toda su verdad entendido por escaso número de hombres. Así esa doctrina del ser real mata a los héroes” (t. 21, p. 115).

Ahora bien, según Miguel Rojas, el héroe cubano “no explicitó el concepto de funciones del arte”, no obstante, “utilizó el término panforme y abordó (…) el significado de lo que equivale a un sistema multifuncional del arte”; también, “dejó aportadoramente esclarecido el lugar de las funciones creadora, estética y comunicativa como funciones propiamente intrínsecas en el sistema multifuncional de la obra de arte” (Rojas 2003, p. 123). La función estética la explicó mediante el placer que produce lo bello, poniendo énfasis particular en la belleza:

El amor al arte aquilata al alma y la enaltece: un bello cuadro, una límpida estatua, un juguete artístico, una modesta flor en un vaso, pone sonrisas en los labios donde morían tal vez, pocos minutos ha, las lágrimas. Sobre el placer de conocer lo hermoso, que mejora y fortifica, está el placer de poseer lo hermoso, que nos deja contentos de nosotros mismos. Alhajar la casa, colgar cuadros en las paredes, gustar de ellos, estimar sus méritos, platicar de sus bellezas, son goces nobles que dan valía, distracción a la mente y alto empleo al espíritu. Se siente correr por las venas una savia nueva cuando se contempla una nueva obra de arte (t. 6, p. 447).

Sobre lo estético de la belleza, expone, “La belleza no es mera belleza literaria, mental, de segunda mano. Depende de que ve naturalmente lo bello, de que lo dice cómo lo ve, sin añadirle retoques ni abalorios, de que haya lo bello donde está, en la salud, en el amor sincero, en el trabajo, en la fuerza, en la naturaleza” (t. 22, p. 65).

Panforme en el mismo sentido que su filosofía y cosmovisión del mundo —que se inscribe en un panenteísmo único y difícil de asimilar, aun hoy—, poesía y arte, arte y poesía: es la capacidad de expresar todas las formas, particulares y universales, de la existencia humana. Cuando Martí escribió sobre Pushkin, “el hombre es una magnífica unidad, compuesto de variedades individuales” (t. 15, p. 419), “quiso decir que siendo el hombre una unidad cultural y social se manifiesta en la diversidad, en la cual cada variedad de lo humano tiene diferentes expresiones y significaciones que el arte revela” (Rojas 2003, p. 124). La idea de multifuncionalidad y de totalidad es sintetizada de manera magistral en el poema I de los Versos sencillos, “Yo vengo de todas partes, / Y hacia todas partes voy: / Arte soy entre las artes, / En los montes, monte soy (t. 16, p. 63).

Por su parte, Miguel Rojas dice que “promovió una estética universal concreta situada, la cual debía apreciar los valores estéticos-culturales de la América Latina desdeñados por varios occidentales con letra y espíritu eurocéntricos” (Rojas 2003, p. 117); hace un llamado a lo autóctono, a lo nuestroamericano. Dentro de esos valores martianos se encontraban los grupos marginados como los indios, negros y mestizos. Con gran emoción Martí resaltó los valores estéticos de los pueblos amerindios en contraposición de los europeos:

No con la hermosura de Tetzcontzingo, Copán y Quiriguá, no con la profusa riqueza de Uxmal y de Mitla, están labrados los dólmenes informes de la Galia; ni los ásperos dibujos en que cuentan sus viajes los noruegos; ni aquellas líneas vagas, indecisas, tímidas con que pintaban al hombre de las edades elementales los iluminados pueblos del mediodía de Italia (t. 8, p. 334).

Martí entendió el arte (poética) como unidad de la forma y la idea:

Hay que vindicar: poesía es esencia. La forma le añade, más no podría constituirla: —como añade apariencia agradable a un hombre limpio de alma, andar limpio de cuerpo (t. 21, p. 175).

La perfección de la forma se consigue casi siempre a costa de la perfección de la idea (t. 7, p. 234).

Sobre la idea dijo, “El lenguaje ha de ser matemático, geométrico, escultórico. La idea ha de encajar exactamente en la frase, tan exactamente que no pueda quitarse nada de la frase sin quitar eso mismo de la idea. El movimiento ocasiona la producción de la fuerza latente, (produce la fuerza) o la fuerza yace en la materia y el movimiento y el movimiento la despierta” (t. 21, p. 255).

A modo de resumen, sobresale en este artículo el problema fundamental en la estética de José Martí. La cual guarda relación con otras aristas. Sin embargo, el problema aparece aquí como una contradicción irreconciliable, cuando más bien es una relación dialéctica. El primer aspecto del problema filosófico de la estética martiana, mostrado antes, se debate en el antagonismo entre el arte realista y el arte idealista. El realismo es analítico y el idealismo es sintético. ¿Esto qué quiere decir? Qué sea el propio Martí quien lo diga:

No hay más que diferenciar entre los talentos de análisis y los de síntesis. De aquéllos, lo que se llama realismo; de éstos, lo que se llama idealismo. La exageración natural e imponente de una u otra condición es el genio imperfecto: el genio perfecto es el que con el poder supremo de la moderación, co-explica el análisis y la síntesis, sin que ésta prescinda de aquélla, ni niegue aquélla a ésta, y suba a la síntesis por el análisis (t. 22, p. 236).

Martí expone en el párrafo anterior lo que pudiéramos denominar Estética de la relación. Si bien, desde la estética refuerza la actividad creadora del sujeto, no es menos cierto que el objeto estético o “naturaleza creada” es lo que trasciende, y que su ontología mantiene una relación dialéctica naturaleza-sociedad-hombre, donde la totalidad fusiona las partes. Equilibrio universal. La estética de la relación comprende el análisis —arte realista—, como la Naturaleza, y la síntesis —arte idealista—, sería el Sujeto; además, refleja el espíritu de la época desde el punto de social (¿qué obra de arte no lo hace?). El otro aspecto del problema que presenta la estética martiana, en estrecha relación con lo antes mencionado, reside en el supuesto dualismo filosófico; y por consiguiente, su homologación con la estética kantiana. Rojas Osorio escribió alguna vez que Hostos es el más sistemático de nuestros filósofos decimonónicos, que Bello es el más analítico, y que Martí es el más intuitivo. La intuición lleva a la analogía. La analogía es uno de los fundamentos del pensar/hacer martianos. “El mejor modo de decir, es hacer”, cuando decir vale por pensar: Pensar es hacer. Los procesos análogos se muestran en toda su magnitud en la relación dialéctica de los procesos de la Naturaleza y los procesos del Espíritu. Y las analogías llevan otras analogías, superiores y más complejas. Al respecto, comenta José Ramón Villalón:

La analogía básica usada por Martí es la similitud entre los procesos de la naturaleza y los procesos del espíritu. Es un pensamiento que lo lleva a la vez a una reflexión admirativa sobre la maravilla de la Naturaleza y a una resuelta afirmación de la realidad de la existencia del ámbito de lo espiritual. Martí conocía muy bien que el mundo de la Naturaleza es el reino absoluto de la Necesidad. Sabía igualmente bien que el espíritu es el principio donde puede florecer la libertad. Pero en su cosmovisión, la existencia de esta contradicción, u oposición, entre el mundo natural y el espiritual, no lo lleva, como a Descartes, a una aporía que escinde el mundo (Villalón 2012, p. 16).

Evidentemente, no hay dualismo cartesiano ni metafísica kantiana en Martí, sino más bien estrecha correspondencia con la filosofía (monista) dialéctica y el panteísmo cosmovisivo de Spinoza. Toda analogía es comparación por semejanza, y relación al fin. Martí supo que las fuerzas naturales, con sus generalidades y leyes universales, eran “el reino absoluto de la Necesidad”; y que en la fuerza del Espíritu estaba el reino de la Libertad, y que ambas fuerzas hacen al Hombre partir de lo visible para arribar a lo invisible. ¿Acaso el arte no es la misma realidad material, bellamente expresado de forma que pareciese empujar al Ser a planos superiores, como si montara el carro alado por caballos del que habló Platón? La estética martiana nunca será compatible con la estética kantiana porque el alemán pone solo al sujeto que conoce, lo separa de la cosa-en-sí, le da propiedades a priori a los objetos y busca la trascendencia estética y se divorcia de la inmanencia en el arte; mientras que en Martí todo es relación armoniosa entre el sujeto que conoce, objeto cognoscible y relación sujeto-objeto: dialéctica del sujeto-objeto. Así lo expresa su pensamiento filosófico: “Filosofía sujeto que conoce, y que aislado, produce la Filosofía subjetiva alemana: objeto conocible, que, aislado, produce la Filosofía naturalista moderna;—y medios de conocer.—Dedúcese que la Filosofía debe estudiar al hombre que observa, los medios con que observa y lo que observa: Filosofía de [la] relación. (…) Filosofía es la ciencia de las causas” (t. 19, p. 362).

“Filosofía de la relación”, Estética de la relación, sujeto-objeto del conocimiento, ontología, ética, estética, política, Naturaleza-Libertad, etc., aparecen unificados en un Todo armónico y dialectico con múltiples y complejas relaciones, en el pensamiento orgánico de José Martí. Hace de la ética una estética, y viceversa. Su teoría del arte es, sin duda, uno de los pilares fundamentales a estudiar en la Estética contemporánea.

 

Referencias bibliográficas

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Fabelo, J.R. (2019). “La encrucijada axiológica de la reproductibilidad técnica del arte”. Sánchez, M. y José Ramón Fabelo (coord.). (2019). Coordenadas epistemológicas. Para una para una estética en construcción. Puebla: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

Fabelo, J.R. (2007). Los valores y sus desafíos actuales. Lima: Educap/EPLA.

Fernández Retamar, R. (1995). Para una teoría de la literatura hispanoamericana. Bogotá: Instituto Cara y Cuervo.

Martí, J. (1972). Ensayos de arte y literatura (Selección y Prólogo de Roberto Fernández Retamar). La Habana: Instituto Cubano de Libro.

Martí, J. (1991). Obras Completas. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.

Rojas Osorio, C. (2012). “La estética de José Martí”. Estética filosófica en Latinoamérica. San Juan: Ediciones Académicas Penélope.

Rojas, M. (2003). “La estética de la libertad y la libertad estética en José Martí”. Revista Islas, Núm. 136, pp. 114-138.

Sánchez Vázquez, A. (1992). Invitación a la estética. México: Grijalbo.

Villalón, J.R. (2012). “José Martí: Filosofía de vida”. Horizontes: Revista de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, Año LV (Núm. 106-107), pp. 16-20.

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