Notas sobre el retorno a la arqueología del saber

julio 7, 2020
arqueología del saber

 

Olvidar a Foucault ha sido el último empeño de algunos de sus intérpretes y partidarios. Citarlo desde el fervor por sus teorías respecto al poder, la biopolítica y la sexualidad, se ha convertido en práctica frecuente entre la comunidad académica internacional. Claro que este olvido/segmentación comporta una serie de ejercicios y movimientos precisos que han terminado por ser ovaciones directas a la tergiversación de su teoría. Es así que, lo que él propio Foucault describe como su interés particular, o sea, (un estudio acerca de las condiciones en que las prácticas discursivas viabilizan el saber, el poder y un comportamiento ético); se ha difuminado en pequeñas células de sus análisis.

Lo que en sentido concreto viene ocurriendo es el olvido del estudio del saber, el singular abandono del análisis arqueológico.

Pensar en la expresión historiador del pensamiento con la que Foucault se identifica, provoca una reflexión que atiende a este propósito. Un examen de cada lugar, situación y cosa, comporta a la reconstrucción histórica de sus condiciones de posibilidad. Pero estas condiciones, no se dan de otra forma que no sea analizando sus formas de gestación, transformación y establecimiento en la sociedad desde el universo del lenguaje que es donde tienen su instauración. Es por ello que, la significación de la arqueología no es caprichosa, ni resultado del boom actual del estudio del lenguaje. El olvido de la arqueología muestra la negación del método fundamental que atraviesa toda la obra foucaultiana.

El encuentro con lo discursivo

En el año 1982, Foucault dicta un curso (La Hermenéutica del Sujeto) sobre uno de sus temas más frecuentados, el sujeto. En esta ocasión el francés se detiene a realizar un comentario acerca de la ética. Lo que resulta peculiar, es que no se trata de otro fragmento apologético en la historia de la moralidad, sino de una investigación totalmente distinta. La nueva perspectiva histórica viene dada por una técnica que desecha la sucesión de hechos con los que se justificaba el comportamiento moral. Como remplazo, aparece un ejercicio fundamentado en la discontinuidad, en el descubrimiento de prácticas y variaciones que fueron modulando el comportamiento ético.

Foucault se interesa en narrar desde los espacios en blanco, la historia de la moralidad poniendo en el centro de atención los condicionamientos de formación de sus categorías fundamentales en cada época. Esta tarea entraña un ejercicio hermenéutico, histórico y lingüístico, que trasciende el simple análisis de los hechos, y que terminó por convertirse en parte de su Historia de la sexualidad.

Pero esta visión no constituye un hecho aislado y completo. En su correcta interpretación y descripción, permanecen ocultas hasta el momento de su irrupción como acontecimientos; un grupo de instituciones, procesos, normas, teorías y reglas asociados al comportamiento ético. Entonces la arqueología muestra un nuevo nivel de prácticas sociales, asociadas al discurso que las legitima.

Siguiendo esta línea, el rasgo esencial sobre el que Foucault asienta la genealogía del poder no puede ser otro que  el dominio de las palabras y las cosas. Si como bien alienta el francés, existe un dispositivo saber-poder actual, es gracias a la existencia de un discurso que funciona como a priori histórico del mismo.

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Pero más allá de la concepción tradicional del poder como un acto violento o asociado a lo administrativo, subyace un espacio que asombra al individuo. El poder también compete a prácticas sociales variadas y tan comunes que escapan a la comprensión del ojo humano.

En sus estudios iniciales sobre la locura, Foucault advierte este fenómeno. De manera paulatina, la enfermedad correspondiente a la salud mental se fue institucionalizando, al punto que las categorías fueron permutando a nuevas formas y de forma paralela, el signo del poder inscrito en ellas. Si en la época antigua el calificativo que recibía el doctor encargado de estas prácticas era el de médico de la mente, con la modernidad el término evolucionó al de psiquiatra, que incluso fonéticamente suena más categórico y envuelto en lo normativo: “El discurso manda, reprime, persuade, organiza; es el punto de contacto, de roce, y eventualmente de conflicto entre las reglas y los individuos. No es que los juegos de verdad sean tan solo el disfraz de los juegos de poder, sino que algunos saberes, en ciertas épocas, como la nuestra, pueden establecer relaciones con determinados poderes”.[1]

A los efectos de lo que Foucault describe, la práctica discursiva y el estudio de su asentamiento en distintas épocas, va explicitando la parte no visible de una construcción mayor llamada pensamiento. Lo que el francés abiertamente propone es que la singularidad de estos fenómenos solo es perceptible desde los discursos en que son construidos: “(…) Dicha singularidad surge una y otra vez de los azares del devenir, de la compleja concatenación de causalidades coincidentes (…)Es preciso  localizar la singularidad de los acontecimientos, fuera de toda monótona finalidad, de todo funcionalismo”.[2]

Ahora bien, ¿cómo determinar la legitimidad de estos discursos? El propio Foucault responde: atendiendo al conjunto de reglas de formación de estos discursos (análisis arqueológico), que hacen que sean aceptados como verdades en la figura de una ciencia. En este camino, la arqueología hace otra cosa que mostrarse como un factor nuclear en el proceso histórico-investigativo. Foucault comparte su gran estrategia metodológica incluso dejándola a medias y disculpándose por no haber concretado mejor su empresa arquitectónica. El sentido de esta declaración indica que la tarea está inconclusa. No basta con fragmentar los discursos de poder y ética hasta sus últimas consecuencias. Ante las problemáticas y dudosas evidencias que esto comporta es preciso “señalar que los procedimientos genealógicos no vienen a sustituir a la arqueología, al contrario: pretenden prolongar y radicalizar su campo de atención y sus protocolos de análisis.”[3] La genealogía es gris y meticulosa, pero la arqueología es invisible y transgresora.

Notas

[1] Veyne, Paul: Foucault: pensamiento y vida, Ediciones Paidós, Barcelona.2009 pág.106.

[2] Ídem. pág.21

[3] Tomado de Foucault y Derrida: Pensamiento francés contemporáneo por Miguel Morey en colección Descubrir la Filosofía Tomo 27, pág.55.

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