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Notas sobre la sociedad civil y el debate presidencial en Cuba

marzo 28, 2018

Hay una famosa frase de Joseph de Maistre atribuida en más de una ocasión a Hegel que en estos días he escuchado a raíz del tema Cuba y las elecciones: «cada pueblo tiene el gobierno que se merece». Sin lugar a dudas es una frase que da para mucho más, pero centrémonos simplemente en lo inmediato: en el rol que juega eso llamado pueblo en el arte de hacer política.

Estamos a la puerta de un momento importante en nuestra historia. Se quiera o no, como ha sido señalado por varios especialistas, es la primera vez en muchas décadas que tendremos a un presidente -para hacerlo corto- que tendrá que hacer política, aplicar estrategias de consenso y/o diálogo, intermediar entre distintos poderes, visibles y no visibles, o lidiar con política doméstica e internacional sin autoridad moral -al menos no con la misma autoridad moral de los dos anteriores. Eso, representa un cambio en las reglas del juego para el o los presidentes del Consejo de Estado y de Ministros.

Es también correcto y válido señalar la envergadura de todo esto en un país que, al menos desde el discurso político y económico, se dice en cambio ¿Hacia qué? Eso no lo sabemos todavía. Pero se es auto consciente de ello, y por ahí se empieza.

No trato en estas líneas de disminuir lo que ya se ha dicho, y que por suerte se ha dicho. Solo me tomo mi tiempo para señalar algo que desgraciadamente se ha olvidado en el arte de hacer política en Cuba. Y es el rol que debe jugar la sociedad civil. Obviamente no es el momento para una definición académica de ese término, pero al menos podemos dar una idea vaga al respecto.

Recuerdo que en una ocasión nuestro afamado profesor de marxismo estuvo preguntando durante una semana qué entendíamos por sociedad civil. Al mismo tiempo, el profesor, jugando con las nociones de sentido común y haciendo bromas decía: No se preocupen «sociedad civil» no es una noción tan capitalista como se piensa. A lo que respondíamos con más asombro que risa. Nadie entendía ni una jota de lo que decía.

Cuando pasamos a la segunda semana de discusión sobre el término – el profesor era bastante persistente- nos preguntó: ¿Un oficial de las FAR, un miembro del Consejo de Estado o del Buró Político, son miembros de la sociedad civil o no? La respuesta parecía simple: No. Respondíamos a coro. Y de ahí en adelante venían horas de parto y otra serie de preguntas como: Si es la sociedad la que elige a sus representantes, ¿qué parte de ella lo hace más, la civil o la política? ¿Cuándo un miembro del PCC o de las FAR está en su casa, frente al TV y pensando qué comer o que ruta tomar el próximo día para el trabajo, es miembro de la sociedad civil o de la política?

Pareciera lógico decir que la sociedad civil es el conjunto de fuerzas y elementos que caen dentro de lo civil y no dentro de las instituciones u organizaciones políticas. Eso, suponiendo que de alguna manera pudiéramos separar claramente entre las instituciones y espacios civiles y las instituciones y organizaciones políticas. Eso, también en caso de poder separar las funciones en la sociedad de ese miembro del PCC y otro sujeto no miembro del PCC. Pero ahí comienza la confusión, en la distinción clara y precisa de roles en medio del entramado complejo que es una sociedad ¿Será posible?

Usualmente encontraremos dos definiciones sobre sociedad civil. Para hacerlo comprensible, una que la entiende como conjunto de organizaciones no gubernamentales que median entre el individuo y la clase política. Y otra que acota: organizaciones no gubernamentales «sin ánimos de lucro». Lo cual significa que ese conjunto de la sociedad no incluye a los individuos en tanto miembros de organizaciones o alianzas económicas.

Y ante todo esto, recuerdo a nuestro profesor de marxismo tratando de mostrarnos cómo en un conjunto social es bastante difícil asignar y distinguir roles en compartimentos estancos. Además, hubiera dicho, dada esas definiciones, la sociedad civil, implícitamente, estaría siendo reconocida como incapacitada de hacer política, precisamente por el rol histórico que se le ha asignado. Legítimo, por un lado, pero estéril por el otro, porque son solo las organizaciones políticas aquellas que son reconocidas como tal.

Un ama de casa, un niño, un agricultor, un conductor de autobús en tanto miembros de la sociedad civil, hoy en día son solo escuchados desde la lástima y la superioridad. Pero difícilmente se les reconocerá su rol político porque en primera instancia son solo eso, miembros de un conjunto al cual se les ha arrebatado por definición su rol activo. En otras palabras, son solo cosas arrojadas en el Mundo, como a Heidegger le hubiera gustado decir.

Ejemplos se sobran diariamente, cuántos actores de la sociedad civil son solo vistos como pobres, inocentes, desvalidos, escuálidos, víctimas de incontables y terribles poderes, muy superiores a ellos y que no pueden superar. Y sí, claro que la pobreza existe, y también las víctimas y los terribles poderes. Pero ellos, las víctimas, también pueden y podemos hablar, crear, mover, derrumbar o reconstruir.

Y es ahí donde se debe introducir una manera diferente de ver las cosas. Hacer política es también una dimensión importante del sujeto cotidiano. Querámoslo o no, ese conjunto de relaciones complejo que a veces llamamos pueblo de manera abstracta, o sociedad civil un poco más concreto, es quien en sus incontables relaciones permite o no la elección y supervivencia de determinados mecanismos políticos.

Sin llegar al extremo de politizar otro tipo de relaciones que naturalmente no lo son, también deberíamos decir que hay política en un vaso de limonada. En el sentido de que tomar limonada es politizable, porque soy yo quien la toma, quien compra el limón, quien la disfruta o no en oposición a otro innumerable conjunto de relaciones. Y ya donde hay relación entre un yo y un otro, hay distribución y asignación de fuerzas.

El arte de distribuir, asignar y compensar fuerzas es el arte de la política. Un político no es sino aquel que controla flujos y fuerzas. Esto en un sentido bien abstracto -disculpe el lector por ello-, pero en uno tal que nos permite entender como todos de una manera u otra hacemos política, i.e. participamos del flujo innumerable de fuerzas que permiten la conducción de la sociedad.

Un mínimo conocimiento en historia nos muestra que una de las primeras metáforas asociadas y discutidas en el ámbito de la política es la de la nave -el barco- y el piloto. El político era justamente quien piloteaba la nave, como aquel sujeto que controla el barco en su conjunto. Y todos en el mismo barco participan de la política porque todos contribuyen a que el barco navegue.

Suena complicado pero mi idea es sencilla, en los análisis y comentarios debiéramos empezar también a darle espacio y entrada a esa dimensión. No desde la culpabilización, o la lástima, sino desde la objetividad. Debemos dejar ese lenguaje infantil e inmaduro a la hora de referirnos al gran conjunto, al nosotros y plantear un discurso responsable de lo que nos toca y lo que no nos toca asumir en un momento en el que sin lugar a dudas lo más importante siguen siendo nuestras vidas.

Si el nuevo o los nuevos presidentes van a empezar a hacer política, creo que es un buen momento para que todos, el maduro y en mayúscula NOSOTROS, empecemos también a jugar el papel que nos toca.

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