Perfiles: Thomas Hobbes y el Estado como Leviatán

abril 4, 2020
Thomas Hobbes Estado Leviatán

 

Con Thomas Hobbes (1588-1679), se abre uno de los hitos paradigmáticos del pensamiento político en la época moderna. Las líneas generales que definen la concepción filosófico-política de Hobbes, están regidas por la crítica al racionalismo (fundamentalmente de la filosofía cartesiana), por su encuentro con el método científico desde la figura de Galileo y por las ideas empiristas que definieron el espíritu de la época. Es así cómo estos principios esenciales se encuentran imbricados de manera que, según el propio Hobbes considerara, aplicando el método científico se obtendrían razonamientos políticos igual de válidos que los matemáticos.

Una vez concluido su peregrinaje por Francia e Italia, Hobbes se interesa por la elaboración de un sistema filosófico que concibe en tres textos: De cive (1642), De corpore (1655), y De homine (1658). La tríada indisoluble que constituyen estos textos no es casual, puesto que sientan las bases para un proyecto de mayor envergadura: se articula la tendencia a la sociabilidad con los atributos fundamentales de la naturaleza humana.

Si bien Hobbes incursionó con éxito en las matemáticas y en la aplicación de algunas cuestiones científicas, su reconocimiento universal reside en su concepción del contrato social ligado al Estado moderno. De este empeño nace el Leviatán o La materia, la forma y el poder de un estado eclesiástico y civil (1651), considerada su obra cumbre, donde compara al Estado con el monstruo bíblico por las similitudes en cuanto a cualidades autoritarias.

La observación inaugural de la que Hobbes deriva todas sus posteriores reflexiones en este texto, insta a vislumbrar la naturaleza de los hombres y su deseo innegable por el poder; razón por la cual empiezan a fundarse discrepancias entre ellos y la urgencia de instituir un elemento que sea garante de orden y control. Inscrito en esto, el punto cardinal del Leviatan, es la reflexión acerca del Estado y su visualización como la única vía posible para mantener la paz entre los hombres desde la necesidad de transferir todos sus poderes a manos de un ente superior que por sus cualidades los represente y proteja:

“El único camino para erigir semejante poder común, capaz de defenderlos contra la invasión de los extranjeros y contra las injurias ajenas, es conferir todo su poder y fortaleza a un hombre o a una asamblea de hombres, todos los cuales, por pluralidad de votos, puedan reducir sus voluntades a una voluntad. Esto equivale a decir: elegir un hombre o una asamblea de hombres que represente su personalidad”.

Por tanto, el Estado funge como guía, entendiendo la acción de guiar como el ejercicio de la autoridad y teniendo en cuenta la aparición de dos categorías que legitiman dicha autoridad: el soberano y el súbdito.

Continuando con esta línea interpretativa, cabría resaltar la cualidad que alude al Estado como monstruo y que en la actualidad aún conserva. El Estado contemporáneo se enmarca como dispositivo de poder que logra de forma eficaz desde lo institucionalizado, la fundición de lo coercitivo y el ejercicio de la regulación, transformando así su noción universal en foco de conjeturas, especulaciones, atribuciones y tantas teorías se puedan englobar en el paquete que él representa: “Es imprescindible, por supuesto, un cuerpo administrativo que ordene y brinde solidez al entorno colectivo, en suma, una arquitectónica de la sociedad” (Palacios, p.63).

Esgrimir el concepto clásico del Estado como detentor del poder político, obra a su vez con algunos peligros, uno de ellos es el caso de considerar que esta institución sobrevive gracias al uso de la violencia y de la coacción exclusivamente, cosa esta que es cierta, pero, además, es necesario agregar que la figura del Estado está inscrita también en un plano de conciencia, de creación y manipulación de subjetividades, al respecto Antonio Gramsci señalaría:

(…) el poder no se ejerce solo sobre la base de la represión: necesita que sus instituciones de coerción detenten el monopolio del uso de la violencia, y que la pretensión de ese monopolio sea aceptada por la sociedad. Le es imprescindible, por consiguiente, controlar también la producción, difusión y aceptación de normas de valoración y comportamiento (Citado en Acanda, 2002, p.248).

La verdadera esencia del Estado, incluso en su contemporaneidad, radica en su capacidad para maniobrar respecto a la dirección y control del comportamiento social en un territorio determinado, asociado a la presencia de grupos sociales e instituciones políticas centrales que en cierta medida responden a criterios de democratización. En conclusión, el Estado se manifiesta como una condición particular de organización del poder político, pero, además, “de acuerdo a la concepción materialista de la sociedad y de la historia, es expresión y producto de la dominación económica. El Estado tiene la función esencial de proteger el modo de producción de la clase dominante” (Duharte,2006, p.92).

Resulta claro que, situando contextualmente a Thomas Hobbes, sus reflexiones fueron un impulso a la teoría política, al formular una de las lógicas internas del Estado moderno: la visión contractualista; cuestión que la posmodernidad y el ascenso del capitalismo rehusarán a conveniencia para luego convertir a la figura estatal en instrumento de mecanismo y control. Queda entonces por cumplir, en ajuste concreto a las nuevas y extraordinarias condiciones de las sociedades contemporáneas, la tarea de vigilar por el buen funcionamiento del tan célebre Leviatán.

Referencias

1. Acanda, J.L(2002). Sociedad civil y Hegemonía, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello.
2. Palacios Cruz, V. El poder político en Hannah Arendt. En Revista Humanidades, pp.51-74.
3. Duharte, E. (2006). Teoría y Procesos Políticos Contemporáneos. Tomo I. La Habana: Editorial Félix Varela.

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