Foto por Valeria Strogoteanu
Si ha habido un cuento que durante años me ha sido incomprensible, ese es Cat in the rain de Ernest Hemingway. Con el decursar, cada vez que me acercaba al texto veía cosas distintas y que nada tenían que ver con lo interpretado por mí anteriormente. También se dice mucho por ahí que García Márquez hacía alusión a esta pequeña pieza como lo mejor que había leído en su vida. Pues el mejor cuento, para este mortal, resultaba ser la mayor oscuridad e ininteligibilidad. Se puede decir que había tardado en darme cuenta que las obras no pueden ser agotadas y que su valor radica en esa susceptibilidad de caer siempre en lo desconocido y en terrenos siempre nuevos.
Cualquier análisis que se haga de un texto literario y de una obra de arte en general, corre el riesgo de clasificar y reubicar en un espacio limitado de definiciones a la obra, que, si es verdadera, no queda agotada en un espacio o dos, sino que se despliega en múltiples dimensiones posibles de reconstrucción. O dicho en otros términos, polisemia estructural. Por ende, este acercamiento no va por las definiciones fijas e interpretaciones estables colocadas de una vez y para siempre.
En líneas generales, la historia estriba en una pareja de norteamericanos que se encuentra aposentada en un hotel de una ciudad europea. Posiblemente Italia. En total aislamiento y tedio, la mujer a través de la ventana, ve un gato aterido de frío en el parque y decide ir a por él bajo la lluvia. El encargado en recepción la ve salir. Al llegar al lugar percibe que el animal ha desaparecido y regresa frustrada a la habitación. Luego de varios intercambios triviales entre los esposos, tocan a la puerta y aparece en el umbral la ayudante del hotel con otro gato en los brazos que el recepcionista ha enviado a la señora.
Lo menos importante del cuento de Hemingway Un gato en la lluvia es precisamente el gato. El gato es una figura simple y básica que sirve de trampolín para una disección de la estructura de la conciencia femenina, y con ella, la estructura del ser humano. Claro, esta disección jamás se muestra explícitamente en el texto. Como ya es harto conocido su destreza en el arte de la elipsis, Hemingway aquí desarrolla toda una línea de agua de la que brotan tímidas figuras que representan tan sólo la capa frágil o espuma del iceberg en las profundidades. El dibujo o recreación de ese iceberg corresponde exclusivamente al lector. De hecho, podemos decir que estamos en presencia de un buen cuento cuando justo no nos explica nada, cuando justo no hay nada evidente y asertivo en lo que se nos dice y es el receptor quien necesita poner las piezas “ausentes”. Y pongo entre comillas la palabra porque antes de la reconstrucción, de cierta manera ya están todas las partes allí. Como en todo puzzle, hubiera dicho Georges Perec. Un buen cuento, cuanto más diga sin decir mucho, mejor será. En literatura todo lo explicativo tenderá al fracaso. No es el caso de este pequeño relato que el escritor norteamericano concibe alrededor de 1925.
Cada palabra en este cuento posee su peso específico y no consiste en un mero adorno de la historia, sino que cada palabra y frase constituye un elemento o momento del todo; las cuales, puestas en relación, otorgan el sentido.
Como se mencionaba anteriormente, el símbolo del gato no es lo relevante. El gato no es más que la forclusión (en sentido psicoanalítico del término) de los objetos ideales, reprimidos en el inconsciente del personaje y una vaga sustitución de sus proyecciones harto fallidas. En otras palabras, la figura del gato sencillamente representa una falla en el sistema cotidiano del personaje y que este se niega a aceptar. El gato es un “cómo”. Un cómo se nos va revelando las disonancias cognitivas del personaje femenino. La salida afuera, la ventana, el espejo e incluso la llegada del nuevo gato al final de la historia, son intentos de aliviar esos desfases y esas disonancias.
Por otro lado, se podría apreciar un desdoblamiento de la identidad (cuando la chica se sienta frente al espejo) y comienza a hablar acerca de su cabello. Como si quisiera verse más femenina y allí estuviera el espacio de salvación. Un espacio por demás, marcado por la mayor frivolidad. Al respecto, se refiere a su actual pelo corto y su deseo de tenerlo largo. El pelo largo es una metáfora de la protección. Del ansia de protección y que definitivamente no puede obtener de parte de su esposo, que por demás es indiferente a todos los reclamos de su pareja. Por eso ella proyecta esa desesperación alienante en el gato y la necesidad de rescatarlo. El señor mayor encargado del hotel a veces se ha interpretado como un posible vínculo amoroso con la joven, sobre todo a partir del hecho de que ella piensa en sus manos y al final recibe un gato de parte de él, pero nada que ver. El recepcionista también forma parte de esas proyecciones de refugio, sobre todo cuando la mujer piensa en sus manos de hombre mayor y su presencia agradable. Un refugio que la habitación ni su matrimonio representan o pueden abarcar.
Y así pueden salir disímiles nociones a partir de tales elipsis, de tal economía de recursos en el lenguaje. Como otros cuentos del autor, estamos ante un minimalismo literario; eso que llamo una poética de la inconclusión, y que se relaciona con lo planteado al inicio de este trabajo. Es el lector el que termina el cuento y quien posee el papel más activo en este estilo de literatura. El cuento está lejos de terminar y casi nos parece que nunca comenzó realmente. Recuerda un poco los modelos comunicativos de Charles Osgood y Wilbur Schramm, donde no existe un canal de transmisión efectivo y el diálogo de los interlocutores no tiene un punto real de partida o de llegada. En este caso, sobre todo, el texto nos da el pie, el impulso, que nosotros receptores tenemos que encaminar. En la poética de la inconclusión apenas hay cuento, el cuento comienza cuando se interrumpe la lectura al llegar a la oración final. Este proceder tiene algunos otros maestros, como Raymond Carver y Roberto Bolaño, y por supuesto el creador a mi modo de ver de este tipo de escritura: Chéjov.
A pesar de su “aparente” incomprensibilidad, Cat in the rain es ese tipo de cuentos que sigue operando en la mente aún después de terminada la lectura. Una oportunidad de profundizar y poner la mirada de rayos X en aquello de la facticidad que por estar tan cerca de nosotros, se nos escapa.