El Animal Palabrón – Aforismos

marzo 29, 2024
  1. Hasta de la búsqueda de la verdad nuestro pensamiento hace una mercancía.
  2. La búsqueda de significado: otro sinónimo para la búsqueda del éxito; de la mejora perpetua; la evolución; la realización del propio yo; la unión eventual con el dios; el triunfo de la revolución; la conquista del conocimiento; el derribo del dios; la llegada a unas experiencias sublimes – cósmicas, místicas u otras; y así ad infinitum. Una más de las innumerables manifestaciones de la estructura léxico- pictográfica de nuestro pensamiento. Tan sólo si uno pudiera en un santiamén deshacerse de toda esa basura pictórica. Y vivir.
  3. He reflexionado bastante sobre el argumento más célebre de los partidarios de la dieta carnívora, que nosotros los humanos supuestamente hemos ascendido la escalera evolutiva de manera tan impresionante justamente porque desde tiempos inmemoriales hemos comido carne. Invariablemente he llegado a rechazarlo por ser absolutamente contradictorio a la convicción de esos mismos animales carnívoros que ellos son los únicos que han conquistado el más alto peldaño de la susodicha escalera: esa aceptación irreflexiva de un pasado ininterrumpidamente carnívoro y su concomitante rechazo de cualquier posibilidad de una ruptura en su continuación perpetua, para mí, es la más contundente sumisión de su parte a un determinismo dogmático y a un fatalismo absoluto acerca del destino del ser humano, que justamente anula la supuesta Razón que sólo ellos poseen, y de la que tan enfáticamente se vanaglorian.
  4. ¡Qué imbéciles! Creerse amantes de los animales sólo yendo de callejón en callejón todas las mañanas, arrastrando por el cuello con una cadena apretada a cualquier animalito pobre…
  5. Siempre estuve convencido de que el arte – especialmente el cine – puede ofrecer soluciones a los problemas fundamentales (¿o al problema fundamental?) de los humanos, gracias al poder sorpresivo e iluminador de la imagen. La imagen, bajo ciertas condiciones muy especiales, puede provocar un tipo de shock en el espectador insospechado, casi hipnotizado, y así de repente despertarlo y llevarlo a un estado muy semejante al satori del zen: a la repentina realización de la solución de un problema que durante toda su vida creía ser demasiado complicado y hasta insoluble.
    Y exactamente este es el caso con El Ángel Exterminador de Luis Buñuel: después de largas escenas surreales e inconexas entre sí, de repente, ¡zas! Ahí está todo, ¡así de simple! ¡Pero ridículamente simple! ¡Quién se lo podría creer! Tan sólo bastaría que uno se fuera a través de una puerta que nunca ha cesado de estar abierta; a través de un espacio que siempre estaba allí vacío, sin obstáculo alguno. Tan sólo bastaría que uno dejara de creer que allí había algo que lo impedía largarse de la cárcel en la que ha pasado toda su vida. Tan sólo sería suficiente que uno caminara hacia su libertad; y allí, la libertad siempre lo estuvo esperando plena, incondicional, embriagante.
  6. Aquél pobrecito que se las cree de persona, de individuo; quien insiste en que se llama tal y cual y que sus datos personales son éstos y no otros; quien moriría para defender sus opiniones e ideas; quien moriría por ver sus deseos y esperanzas cumplidos; quien se vanagloria de sus logros y se deprime por sus fracasos; los cuales, paradójicamente, siempre son muchos más que los primeros; pero que nunca se cansa de proponerse nuevas metas y objetivos e imaginarse muchos más futuros luminosos que los miles de los pasados sombríos, los que otrora fueron unos futuros gloriosos también; quien aprende a luchar toda su vida por su dignidad, su libertad, sus derechos, su bienestar; material, y sobre todo, sicológico; quien considera su felicidad como su derecho indiscutible e inalienable; pero que, a pesar de su búsqueda constante, nunca podría definir en qué exactamente consiste la felicidad; quien no se cansa de reivindicar y siempre ser vencido y humillado de sus reivindicaciones no cumplidas; quien, al igual que todos los demás, un día se verá enfrentado a su última humillación; la que ha evitado desesperadamente durante toda su vida: su muerte.
  7. Solemos pensar que la mayoría de nuestros males son algo externo y completamente independiente de nosotros. Que fuerzas ajenas los van creando e imponiendo constantemente sobre nosotros y que entonces nosotros enfrentamos el reto de deshacernos de ellos.
    Tomemos como ejemplo la burocracia. ¿Quién de nosotros estaría dispuesto a admitir que la burocracia es un rasgo humano endógeno y no exógeno? Y sin embargo, la burocracia reside en nosotros. Es la coartada perfecta para evitar toda responsabilidad de acción (o inacción); en realidad, es nuestra guarida perfecta que nos protege de toda acción (o inacción); nuestra pereza innata, nuestra aversión inherente contra cualquier tipo de trabajo que nos amenaza fatalmente en cada instante; nuestra brutalidad humana, igualmente innata, contra el llamado ‘prójimo’; y muchas otras cosas – todas malas, por supuesto.
    Basta con decir en general que fue precisamente a base de este rasgo innato humano – plenamente endógeno y para nada exógeno – que incluso la monstruosidad del Auschwitz se hizo posible.
  8. Y así con aquel fenómeno que ha llegado a conocerse como el ‘fascismo.’ Mucho se ha escrito y dicho sobre la etiología de su génesis y especialmente sobre las posibles maneras de trascenderlo. La mayoría de la gente suele creer que se trata de un problema político, dependiente de la llamada “relación de fuerzas” que, en cada momento histórico concreto, reivindican el poder. Pero se equivocan, evidentemente: si el fascismo fuera meramente una cuestión de quién está en el poder, entonces no habríamos recaído una y otra vez, invariablemente, al fascismo cada vez que creímos haber logrado destronarlo por completo de la esfera política y social (el ejemplo de los múltiples intentos de establecer el ‘socialismo real’ es muy representativo al respecto). Ni nos enfrentaríamos tan frecuentemente, en nuestra cotidianidad, en la oficina, en el barrio, y hasta en nuestra interacción con nuestros familiares y amigos, en pleno período de tranquilidad política, libertad y democracia, tales como las conocemos en las modernas sociedades occidentales, con el fenómeno del fascismo en sus más características manifestaciones.
    En vez de despilfarrar nuestro tiempo y energías en vanas declaraciones verbales sobre nuestras intenciones de acabar con el fascismo, mejor nos valdría reconocer que el fascismo es otro de nuestros rasgos humanos innatos y no algo externo e irrelevante a nuestra configuración sicológica; por consiguiente, no bastan solamente nuestras intenciones y verbalizaciones para desarraigarlo, ni las grandes revoluciones políticas, sino algo mucho más radical, y quizás mucho más simple.
    Pero, como en todos los casos similares, hay que tener la sinceridad como nuestro punto de partida.
  9. En algún que otro momento deberíamos preguntarnos por qué la célebre sociedad clasista ha resultado tan testaruda y difícil de vencer, a pesar de los millones de tonos de sangre derramada por este propósito.
    Despilfarramos toda nuestra energía inventando y enunciando nuevas palabras y términos grandilocuentes, trazando planes revolucionarios ambiciosos, pero aparentemente, siempre terminamos reciclando el mismo modelo de estructuración clasista de la sociedad, aunque después de inimaginables esfuerzos hayamos logrado en fin tomar el poder.
    Pues es que en este caso también se nos escapa la esencia del problema: en nuestra búsqueda de las razones de tal fenómeno peculiar, no podemos – como siempre – ir hasta el fondo del problema sino nos quedamos a la superficie del mismo. Creemos que los responsables de las desigualdades y la organización clasista de la sociedad son los ricos y los poderosos – y no niego que en esta afirmación hay una dosis bastante grande de verdad – mientras que en realidad eso es más bien el epifenómeno y no la causa verdadera. Y como en todos nuestros problemas, la causa verdadera no está en algún lugar distante, fuera de nosotros, sino justamente dentro de nosotros.
    La mentalidad clasista es simplemente el reflejo exacto de nuestra configuración psíquica: nuestro individualismo, nuestra posesividad, nuestra competitividad, nuestra enemistad y malicia, nuestra codicia; en una palabra, la causa principal de este problema es la misma que la de todos nuestros problemas: el egoísmo.
  10. Siguiendo este mismo método, podríamos fácilmente llegar al grano de casi cada uno del sinfín de los problemas. Y así – otra vez – con el problema del fascismo. Mientras en la sociedad prevalece cierta afluencia material y un relativo orden en las instituciones y en las relaciones, entonces se crea el espacio necesario para la aparición de la conocida verborrea sobre asuntos etéreos y abstractos, tales como la Ética, la Democracia, la Libertad, la Solidaridad, el Amor del prójimo y otros tantos. Sin embargo, apenas las condiciones deterioran bruscamente, las máscaras caen en un solo instante, las palabras grandes desaparecen y su lugar es automáticamente ocupado por el delator, el sadista, el rufián, el contrabandista, el torturador, el asesino, el encapuchado. Al incrédulo que considere mi argumento exagerado, le incito a revisar muy superficialmente la historia humana de un solo siglo: el XX.
  11. Los experimentos del llamado ‘socialismo real,’ también fracasaron por una razón que sólo un genio de la filosofía del siglo XX – y de toda nuestra historia – como fue Carlo Michelstaedter podría haber detectado: la Retórica.
    Todas nuestras vidas se edifican en palabras rimbombantes que, en esencia, no dicen absolutamente nada; sólo sirven de cataplasmas para nuestra confusión: Καλλωπίσματα ὂρφνης – Ornamentos de la Oscuridad – en palabras del propio Michelstaedter. Palabras grandes y huecas con las que nos convencemos a nosotros y a los demás que sí existe un futuro mejor y que nosotros somos sus agentes más fidedignos.
    ¡Qué lástima que al final, invariablemente, cada palabra se derrumbe estrepitosamente, provocando un estruendo aún mayor que cuando la proferimos.

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