Hacer el Koldo gordo

marzo 4, 2024

“Hacer el caldo gordo” es una expresión castellana sabrosa para dar a entender que a alguien se lo han puesto todo a tiro, como cuando decimos, así mismo, que “así se las ponían a Felipe II”, evocando cuando los criados del rey le ponían las perdices a medio metro de su arcabuz para que el gran hombre pudiera volver al palacio con unas cuantas piezas cobradas por él mismo. En el presente caso, lo que ha ocurrido en España es que al ex-ministro José Luís Ábalos le han hecho la envolvente entre unos y otros; unos, los ajenos, por derribar el inesperado segundo gobierno de coalición por cualquier medio y haciendo acopio de tantos escrúpulos como mascarillas operativas hubo en los primeros momentos de la pandemia en Baleares (ya se sabe que el país es suyo de toda la vida de Dios, y todo el continente sudamericano también, “Iberosfera” denominan estos gallardos soldados de la patria a su particular Lebensraum), y los otros, o sea, los propios, por pasarse de la raya en la aplicación de un código ético que todos sabemos que es papel mojado excepto en trances, como el actual, de suma debilidad para el partido.

Sin embargo, Ábalos no tiene un pelo de tonto -de hecho, los de su azotea tiene toda la pinta de ser más suyos que los restantes, por haber sido adquiridos legalmente-, de manera que se ha rebelado ante la idea de hacer de cabeza de turco él solito (de “chivo explicatorio”, que decían Les Luthiers), como le sucedió, yo qué sé, a Lee Harvey Oswald. Y allí está, en todos los platós de televisión, entonando su propia endecha a la par que lanzando toda clase de guiños a Maquiavelo, o sea, a Pretty Sánchez, para que se eche atrás y no condene el futuro del único gobierno de más o menos progreso que vamos a tener en décadas -porque en cuanto la ultraderecha o la ultraultraderecha recuperen su predio van a encadenarlo bien fuerte a su cinturón y morder con rabia a todo aquel que ose amenazar su patrimonio legítimo.

Pues bien, yo creo que esta vez todo el embrollo ha tenido, por una vez, un origen psicológico, más que político o económico. Todos hemos sentido alguna vez algo así como el orgullo de ser amigos de un tío grandote, como si eso, desde el punto de vista del fondo más atávico de tu cerebro reptiliano, fuese a garantizarte no sólo protección personal, sino más específicamente la protección de alguien sencillo y bondadoso que mataría por ti si hiciera falta. De hecho, en el mundo de la ficción fácil, películas, novelas, cómics, etc., existe siempre el personaje del grandullón que sirve de guardaespaldas del héroe, sin por ello competir con él por el amor de la chica. Ábalos, en este sentido, ha sido víctima de sus lecturas de niñez de El capitán Trueno, llegando a creerse de verdad que el tal Koldo García era su amigo fiel, como Goliath en los tebeos antedichos, de manera que el hombre iba tan contento a todas partes con Koldo detrás como un obtuso pero leal perro de presa. En política nunca hay compañeros, como mucho socios, y todos saben que la puñalada trapera está a la vuelta de la esquina, así que supongo que Ábalos disfrutó durante muchos años de la fantasía de que Koldo, al no ser político, al no ser más que su Obélix privado, no le fallaría nunca en nada. Consecuencia de ello fue hacer lo que un alto cargo público no debe hacer jamás: otorgar su confianza incondicional a alguien, darle una copia de las llaves de tu casa y hasta el número de móvil de tu hija, hacerle, en fin, el “Koldo gordo” a Koldo, en la confianza de que va a tener todos los pasteles delante y no los va ni a probar, porque Koldo se conforma con el pienso de Royan Canin que le doy cada día…

Una pena, por tanto. Desengañarse de la política es rápido y relativamente indoloro, desengañarse del amor de pareja es más lento y en efecto rompe el corazón, pero desengañarse de la amistad es ya el colmo, es sacar del pecho ese corazón roto para poner en su lugar una fría máquina de bombeo artificial, como el hombre de lata de El mago de Oz. El último paso para que incluso ese chisme gélido y pesado reviente pasaría por la traición de un hijo, y eso en la Casa Real española lo dominan desde tiempos del Conde de Barcelona en el exilio. Yo lo siento mucho, en serio lo digo, por José Luís Ábalos. Habrá hecho de todo, como todos sus colegas, pero hubo un tiempo en que fue ingenuo, y eso vale oro. Ingenuusen latín significa “nacido libre”, en el sentido, claro, de no ser esclavo, pero también en el de que “ingenuo” es propiamente aquel que es buena persona, confiado, que como él alberga limpios sentimientos hacia su prójimo, cree que los demás también los poseen, cuando en realidad los no-ingenuos, los avisados, adivinan, justo al revés, que todos son como ellos, maliciosos y presos de sus más bajos deseos, de vileza, envidia y ambición. Compadezcámonos un pelín de José Luís Ábalos, que le han acertado en lo más sensible…

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