La nueva Nobel Annie Ernaux y su madre

Lo que un servidor conoce de Annie Ernaux es poco, muy poco, pero os lo cuento igualmente
octubre 6, 2022
Annie Ernaux
Annie Ernaux, Wikimedia Commons

Lo que un servidor conoce de Annie Ernaux es poco, muy poco, pero os lo cuento igualmente. Mi amiga Gimena me pasó una especie de texto suyo corto titulado Una mujer, que me ventilé enseguida y sin preguntar demasiado por qué venía en versión Cedro en vez de en forma códice.

Contesté por escrito, en un email, porque entendí que Gim lo que quería en una opinión argumentada de la cosa, y no únicamente un “bien”, “regular”, “me ha dejado frío”, así que os lo hago constar aquí, en honor de la ganadora del Nobel de este año.

Que no os disguste, os deseo…  

Me leí ayer de un tirón tu cosa fotocopiada, me ha gustado. Estaba, además en la sala de espera de un hospital, el ambiente perfecto para los párrafos dedicados a los últimos años de la madre, aunque, afortunadamente, no tenía yo demasiada miseria física alrededor, aparte de la propia.

El librito peca un poco de eso, de conclusión existencialista (de hecho, se menciona a Sartre y a la Simona una vez cada uno) en el sentido de que tanta lucha en la vida para acabar convertidos en eso, en un despojo físico y mental. Y un instante después el olvido.

¡Es tan corto el amor, y tan largo el olvido, como reza mi verso favorito de Neruda! Pero no puedo estar de acuerdo con eso, o no del todo. Me ha conmovido, y me ha humedecido los ojos al final, pero pienso que el escritor no puede juzgar desde fuera -aún del modo respetuoso y descriptivo que practica aquí la autora, tan poco afectado para ser francés- lo que en su personaje pueda haber habido de alegrías, compensaciones y sentido, intensidad en una vida dura pero no apaleada.

Por decirlo en términos chorra-orientales, cuánto karma positivo habría acumulado su madre a lo largo de sus afanes, de sus tareas. “¡Todo termina en nada!”, parece insinuar, triste y recatadamente, la crónica, y no me parece cierto. Por el contrario, creo que aquella señora peleó más, fue más franca consigo misma y menos quejica con las circunstancias que la tocaron sufrir de lo que lo fue después su hija la intelectual. Tanto comercio con las palabras no puede ser bueno, no se pueden exprimir tanto que den de sí realidad, y menos una realidad presuntamente superior.

No quiero decir que la vida sin discurso sea más real -nada es más real que nada-, o que las palabras sean sucedáneos de las cosas, pero sí que tejer un discurso universalista tras el que esconderse puede ser tan alienante como las alienaciones que denuncia.

Tampoco creo que, en el plano personal, Sartre sea más valioso que el tipo que le trae diligentemente el correo, si acaso más interesante, puesto que su correo proviene de todo el mundo. En esto, como en tantas otras cosas, soy un santurrón chestertoniano: me parece que la consideración de la vida de la gente corriente encierra más poesía que la poesía del poeta profesional, que sólo está honrando a la patria, o a la Humanidad o lo que diga que honra en el intento simultáneo y poco disimulado de honrarse a sí mismo… 

Así que si la lectura de este librito tan sobrio quiere conducir a la idea de que la hija está más liberada o emancipada que su pobre madre, me resulta un poco antipático.

En cambio, si de lo que se trata es de homenajear aquellas vidas que se partieron el pecho al desnudo, aún cargadas de prejuicios, me mola bastante más.

Vuelvo a recomendarte encarecidamente ese otro tan parecido, en temática, tono y tamaño, Desgracia impeorable, de Peter Handke.  

Bx. 

P.S. Estaba en el hospital por la operación leve de una amiga, cuyos allegados estaban trabajando. Cosa de ná… 

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