¿El reggaetón es revolucionario?

¿El reggaetón es revolucionario?

El reggaetón es la ideología que más tierra fértil ha encontrado en nuestras vidas
abril 26, 2021

 

De adolescente tuve conflictos para encajar en los grupos por la música que escuchaba. No tenía algo en contra de los géneros que no disfrutaba, pero los demás sí tenían algo en contra mío porque no me gustaban los suyos. Buscaban aceptación y reconocimiento. La identificación que establecían con los reggaetoneros de moda les permitía tomarse mi desinterés por el género de forma personal.

Cierto día en el preuniversitario unas compañeras de aula, luego de examinarme varios minutos, finalmente me preguntaron: «¿tú escuchas reggaetón?» Les respondí: «No, solo cuando estoy en lugares públicos donde lo ponen». Ahora ofendida, una de ellas continuó: «¿Y tú no sabes quién es El Chacal?» Yo, que ni idea, devolví otro «no». Ella indignada resopló: «¡Tú lo que eres una inculta!»

Tal fue su asombro que mostró curiosidad por el tipo de música que yo escuchaba. Le comencé a citar: The Beatles (no sabía quiénes eran) y llegué a Silvio Rodríguez. Ahí soltó una carcajada. «¡Imagínate tú! —me dijo— si fuera por eso todos iríamos a las discotecas con sayas largas a bailar danzón». Intenté explicarle que los Beatles tocaban una música muy bailable, pero ella se distrajo con las otras muchachas riéndose de la escena en la discoteca con sayas largas y danzón. Aquello terminó en «¿tú has dado un beso en la boca?» Yo hasta me fugaba de los turnos de clase para tener sexo, pero concluyó que no sabría besar a un hombre porque escuchaba a Silvio.

Para ellas yo carecía absolutamente de aptitud para la desobediencia, la rebeldía y la libertad; características de la juventud asociadas con la felicidad. Deducciones mediante, era una aburrida, una amargada, un alma vieja; estaba claro que terminaría solterona o monja. Por supuesto que Silvio, en su imaginario, no podría encarnar la desobediencia porque era «oficial»; aparecía en los actos políticos, por la televisión y la radio, en carteles, galardonado y premiado; nunca se ha visto que Silvio le avecine una nalgada a una modelo suya vestida de gatita sexy en un video musical. Y eso para ellas era la libertad: comportarse de formas distintas a todo lo que procediese o fuera recomendado por una conocida figura de autoridad u orden; en este caso la escuela y los medios de comunicación más formales, pero también los padres. Lo demás era excitante, rebelde y el resto, ni merecía ser explorado, era aburrido a priori.

En aquel momento no comprendí cómo era posible que alguien considerase a Silvio simplemente obediente y lo asociara a personas bailando danzón en una discoteca con sayas largas. Hoy, que ya todas son mujeres con hijos y encarnan y reproducen las figuras de autoridad entonces repudiadas, me doy cuenta que aquella libertad tan deseada, que les daba la fuerza y la convicción para burlarse de los demás, fue muy fútil. El mayor logro: la crianza de sus hijos en las costumbres del reggaetón. Tal vez sea eso suficiente para mantener el statu quo.

El reggaetón tiene un poder especial para robarse toda la fuerza vital y reducirla a cero en el tiempo que dura una canción. Para quien conecta con el género, la libertad dura un videoclip, una noche en una discoteca bailando, un concierto, llevar la ropa de moda, reproducir la actitud de un reggaetonero y desear lo que desea él. Para una persona muy abrumada con su cotidianidad, escucharlo y bailarlo debe ser una aspirina, un cigarrillo. La vida es lo que ocurre durante el perreo; por tanto, se debe sacrificar todo, hacer lo que sea necesario, dar lo que sea con tal de eternizar ese instante catártico de libertad y emancipación. Mientras la gran autoridad no le quite a uno ese pedacito, puede hacer y deshacer.

Para la autoridad debe ser fácil que el desobediente reduzca su descontento y lo ejerza en márgenes bien delimitados como son los de un género musical.  Debe ser simple complacer a quienes su libertad cabe en una fiesta o en una canción. El resto de espacios que pueden llegar a ocupar quedan a la buena de Dios, ajenos a la codicia del mar de bailadores catárticos. Parecen muy ambiciosos con sus carros, sus cadenas y sus casas con piscina, pero en realidad no lo son, justamente porque su ambición empieza y termina en el carro, la cadena y la piscina.

Quizá en ciertos contextos donde se hace difícil y hasta imposible ostentar casas y carros por el estado paupérrimo de la economía pueda el género hasta parecer revolucionario, pero nunca termina enfocándose en los por qué, en los cómo y en los para qué, sino en la cadena y en ese instante volátil de satisfacción máxima.

Tampoco les interesa lo que viene tras la casa, el carro y la cadena. La posesión de esto es el paraíso. Luego imaginan que todo mal, a lo sumo, puede llegar a ser el aburrimiento con la fama o las decepciones amorosas. En entrevista realizada a Joaquín Sabina por Javier Rioyo para Estravagario, el primero comentaba sobre el acto rebelde de rapear por un lado y la ingenuidad en la que puede caer un género cualquiera y sus seguidores por lo simple y trivial de los temas y las ansias.

Finalmente, la máxima del reggaetón tiende a ser: me resigno, acepto e incorporo a esta realidad, incluso la reproduzco si a cambio me permites estos espacios catárticos de felicidad. Como una droga, el instante de la canción canaliza toda fuerza vital descontenta de su realidad hasta diluirla. Por supuesto, ante otro descontento, otra canción. Así creía mi compañera de aula que era más rebelde porque bailaba reggaetón y como parecía más desobediente, también era más libre. Y más feliz.

Las redes sociales se convierten en una fiesta con el reggaetón al máximo y los desobedientes de alguna autoridad bailando descontrolados, todos juntos; solo aquí las derechas y las izquierdas parecen al fin entenderse y cooperar tomadas de las manos hacia un mismo objetivo.

Hoy podemos observar el mismo patrón en la mayoría de los casos. Las personas creen que solo el protestar más, o en su lugar, defender algo con más orgullo, gritar para descongestionar, los hará libres. Y ese instante en el que protestan o defienden, ese instante catártico lo abarca todo, abarca toda la libertad que puedan imaginar. Las redes sociales se convierten en una fiesta con el reggaetón al máximo y los desobedientes de alguna autoridad bailando descontrolados, todos juntos; solo aquí las derechas y las izquierdas parecen al fin entenderse y cooperar tomadas de las manos hacia un mismo objetivo. Cuando salen de las redes o las fiestas, la normalidad vuelve a pesar sobre sus cabezas como el mundo sobre Atlas. Entonces mientras no les quiten el Internet o el reggaetón, todo estará bien; los demás espacios pueden tenerlos otros.

Difícilmente se igualan todos los reggaetoneros y todos los reggaetones. El perreo extremo seguro unas cuotas de libertad garantiza, pero debemos atender qué tipo de problemas sí resuelve, hasta dónde los resuelve y cuándo o cómo su única función termina siendo pasar viejas costumbres por nuevas y crear heridas más bonitas.

Un amigo me dijo: el reggaetón es la ideología que más tierra fértil ha encontrado en nuestras vidas. Casi no tuve dudas. Pensé que, aunque en otro momento llevó este género un nombre más revolucionario, a veces ni apareció en las páginas de la historia como género musical y actualmente vista ropajes muy emancipadores, siempre ha sido lo más afirmativo y conservador de nuestra sociedad. La ingenuidad, su mayor aliado, sigue siendo el mayor enemigo de las revoluciones.

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