La novela de los tres centavos

de Bertolt Brecht
noviembre 15, 2020
novela Bertolt Brecht

Si hay algo que los buenos dramaturgos tienen muy claro es que el arte es también un espectáculo, y el objetivo principal de cualquier espectáculo es entretener. Por eso, a pesar de que La novela de los tres centavos (1934) es una versión en clave narrativa de El Capital, ella no carga con el estigma de la obra de Marx, calificada por lo general de densa y aburrida. Al contrario, esta novela reúne en sí dos atributos que suelen, sin razón, considerarse excluyentes: es a la vez divertida y profunda.

Y es que nadie mejor que Bertolt Brecht, con su precisión de relojero a la hora de concatenar acciones y construir tramas, para develar a través de los actos de sus personajes, de la manera más natural y orgánica, esa red de intrincadas conexiones entre los distintos ámbitos de la actividad humana que es la vida en sociedad para el marxismo. Y nada mejor que la ironía de su prosa, capaz de ridiculizar las más sublimes situaciones, para sobreponernos a ese momento cumbre en la lectura de esta obra, en el que al fin nos damos cuenta de que el espectáculo grotesco con que se nos entretiene continúa siendo nuestro mundo. Un universo pleno de seres más que esclavos, esclavizables; donde hasta la bondad se ha vuelto industria, y en el que, ante la incomodidad que causa lo verídico, se prefiere mantener las apariencias, siempre y cuando ellas sean, claro está, políticamente correctas.

La similitud entre la sociedad actual y la decimonónica descrita en La novela… demuestra cómo hay ciertas constantes de lo humano que persisten más allá de las particularidades de cada época. Al mismo tiempo, pone en duda las perspectivas de realización de los sueños de justicia enarbolados por quienes afirman, quizás con demasiada ligereza, que un mundo mejor es posible. Pero nada más alejado de las intenciones de su autor que el ofrecernos una obra pesimista. Convencido de los poderes trasformadores del arte, el propósito de Brecht al relatar en detalle las sordideces y trampas de la sociedad moderna no es llevar al lector a la decepción o al conformismo, sino servir de alerta para que, al no hacer coro a las primeras, ni caer en las segundas, alcancemos una vida más feliz y útil, y contribuyamos a procurar a los demás una existencia mejor, en tanto más auténtica.

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