La pregunta «¿qué es el intelectual?» no solo responde a qué es un intelectual

julio 1, 2020
que es intelectual
Marcelo Pogolotti - El Intelectual o Joven Intelectual, 1937

 

El intelectual tiene que vivir la contradicción entre lo que es y lo que hace. Esta contradicción nunca será homologada y por lo tanto el intelectual siempre estará en constante búsqueda, por un lado, de realizarse como creador, y por el otro, de ejercer el papel que le toca ante la sociedad.

 

La pregunta «¿qué es el intelectual?» no solo responde a qué es un intelectual. Esto responde a la doble condición de la pregunta en sí; por un lado, la interrogante remite a qué es, y por lo general es la que responde a la pregunta en primera instancia, y por el otro, hace referencia a la función que éste ejerce y a la dualidad fenoménica en que el intelectual se desdobla con respecto a su creación y a la postura política que asuma. El segundo aspecto de la pregunta es lo que más importa en el siguiente escrito.

¿Es el intelectual un sujeto particular? ¿qué es un intelectual? ¿cuál sujeto conforma? ¿cómo el hombre llega a ser intelectual? Varias son las preguntas respecto a la figura del intelectual, por lo que es, y por lo que representa para la sociedad.

Todo hombre, como ser pensante y unidad biocognitiva, es un intelectual en la medida que constantemente usa su intelecto para realizar las distintas labores en la vida. Baste mencionar aquella idea gramsciana de que todos los hombres son intelectuales, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales. Lo primero que vemos en la existencia del hombre para delimitar lo que es un intelectual, es la propia función que ejerce en la sociedad. Desde las sociedades clasistas se delimitó claramente el trabajo físico del intelectual, la producción material de la espiritual. Se trata, pues, en primera instancia, de la especialización de los seres humanos con respecto al trabajo. Entonces, la figura del intelectual surge como una categoría profesional.

El problema del intelectual siempre ha significado una posición, o sea, cuál es el lugar que éste asume con respecto a la sociedad que le tocó vivir; y como en la filosofía que se resume en una cuestión de partidismo filosófico (idealismo o materialismo), el intelectual define de qué bando está. El problema de lo que conocemos como intelectual se muestra doblemente. Un primer momento de este problema sería lo referente al problema ontológico; entonces, el asunto se resuelve desde el plano ontológico y no desde el gnoseológico, como hasta el siglo pasado se sostuvo entre los teóricos. Así se comprendería que el intelectual se define no por lo que conoce y la acumulación de saberes que puede tener, sino por su posición respecto a la existencia de las cosas, con respecto a la realidad, y más allá de cuestionarse el conocimiento en sí, se pregunta qué hay o qué existe. Termina por cuestionarse las cosas, buscando la esencia de los fenómenos. El segundo aspecto plantea que el problema del intelectual no es teórico sino práctico, es en la práctica donde el intelectual tiene que demostrar y aplicar su intelecto. La resolución final del intelectual se halla en la vida práctica. Esto se explicará más adelante.

Se pudiera solo especificar la categoría de “intelectual” en aquellos que laboran predominantemente con el intelecto, de acuerdo a sus profesiones como los escritores, los artistas, los filósofos, los profesores, los periodistas, los investigadores científicos, los ingenieros, los médicos… pero, en este campo de la creación o del saber no es suficiente con hacer su trabajo para ser un intelectual; ya que el intelectual aparece a partir del momento en que el ejercicio de estos oficios hace surgir una contradicción entre las generalidades de ese trabajo que realiza y las leyes de la estructura socioclasista; entre lo que hace a nivel individual y lo existente a nivel social.[1] O sea, esto ocurre cuando el intelectual, en su creación, busca la universalidad y se da cuenta de que no existe tal totalidad epistémica o conceptual y lo que haya son posiciones de clases frente a la cultura, frente a la literatura, frente a la ciencia, frente al pensamiento, frente a la filosofía. Entonces, una vez llegado a este punto, en que se empieza a cuestionar lo existente desde la realidad social, es que realmente se encuentra a sí mismo como intelectual. La relación particular/universal determina la definición de intelectual. En otras palabras, un escritor no es intelectual por su condición de serlo o el simple hecho de ejercer su profesión mediante la escritura. Ahora, si el mismo escritor entiende que con sus trabajos literarios puede mejorar o transformar el mundo o un país determinado, influyendo con su obra en los sentimientos y pasiones de otros seres humanos, y además se manifiesta enérgicamente ante un hecho atroz, este escritor entra en contradicción con el estado de cosas existentes y por tanto deviene en un verdadero intelectual. En este sentido, el filósofo italiano Antonio Gramsci diferencia entre el “intelectual tradicional” y el “intelectual orgánico”, distinguiendo el primero, por su arrastre o herencia histórica, y el segundo, por su pertenecía a una clase o grupo social.

¿Qué refleja el artista en su obra o el escritor en sus libros? Tanto el escritor como el artista expresan en su obra como producto final el Yo interior, la subjetividad discursiva, estrechamente relacionada y condicionada con la realidad social que le circunda; es el reflejo de la sociedad y el sistema de relaciones sociales de las que forma parte. Así sería imposible que un pensador indioamericano, antes de la colonización, pintara el Coliseo de Roma o escribiera un tratado sobre la democracia ateniense, o hiciera una escultura del Jesús crucificado, y no por esto dejaría de ser un intelectual; no lo hace menos que el hombre blanco europeo. Como mismo los europeos nunca pudieron imaginarse la creación/existencia del hombre maya, azteca o inca, el intelectual europeo no pudo crear conceptos estéticos de la cultura precolombina. Claro, aceptando que los intelectuales son los profesionales del pensamiento, los profesionales de la inteligencia, y los artistas, los profesionales de la sensibilidad, y que se realizan como intelectuales en el sentido amplio de la palabra no por lo que hacen sino por su compromiso social. Entonces, el intelectual no es lo que crea sino qué crea y cómo lo crea y a qué responde esa creación.

Por otro lado, el intelectual que crea solo para la Academia o para los encumbrados círculos de la llamada “alta cultura” no es más que un ilustrado, un virtuoso con tendencias subjetivistas donde lo que le importa es el reconocimiento individual. Pues, resuelve su vida material utilizando los dotes espirituales poseídos y privatiza su pensamiento para una minoría. Al final, sin criterio propio alguno, se convierte en un asalariado más de las clases dominantes, y terminan en la máxima aquella que dice, a estos intelectualoides le falta la sustancia más importante para su cerebro, la Ética.

Existe otra cuestión cardinal respecto a la actitud asumida por los intelectuales, y es aquel retrógrado planteamiento de que los intelectuales no deben interferir o “meterse” en cuestiones de política. Sin embargo, esto tiene muchas connotaciones. Cuando el hombre crea algo lo hace con el objetivo de que sea valorado, apreciado o consumido por los suyos, incluso, para que sea legitimado en última instancia. Todo acto de creación humana tiene tras de sí una significación política. La crítica del hombre a las cosas, objetos y fenómenos se refleja siempre en su producción material y espiritual dentro de un sistema político. La música es un ejemplo de esto, ¿cómo se puede entender que una misma melodía tenga una significación diferente para unos y para otros? Esto, por supuesto, sería igual en las demás formas culturales.

El intelectual para poder retribuir a su país o a una causa justa antes tiene que publicar libros, escribir poesía, tocar música, pintar cuadros, hacer su obra, y solo así, esta persona adquiere personalidad ante la sociedad y puede emitir cierto criterio válido o por lo menos ser escuchado en ese ámbito. Para poder expresar su criterio o apoyar equis postura política, social, humana tiene que antes haber desarrollado su pensamiento y sobre todo su obra; de lo contrario la voz del intelectual no pesaría en ciertas determinaciones. En otro sentido, cuando el intelectual interfiere en política y plantea su criterio parte de posiciones ideológicas que nacen de la sociedad donde este ejerza, pero esto no quiere decir que el intelectual es un político; son cosas diferentes. El intelectual nunca alcanzará el status de político precisamente porque la figura del político mantiene una militancia ideológica, doctrinal, etc., frente a un conjunto de ideas o estructura política bien defina y con parámetros establecidos a seguir, y el intelectual, aunque en órbita alrededor de lo anterior, tiene que criticar la realidad existente, aunque esto atente contra su propia tranquilidad, para mejorar una situación determinada, para cambiar lo que deba ser cambiado.

Por otro lado, el papel crítico de los intelectuales frente a la cultura y la realidad histórica y sociopolítica muestra varios ejemplos de figuras como Voltaire, Heine, Marx, José Martí, Émile Zola, Kafka, García Lorca, Rosa Luxemburgo, Chaplin, Gramsci, Walter Benjamin, Zweig, Julius Fučik, Thomas Mann, Bertolt Brecht, Arthur Miller, Primo Levi, Pasternak, Bertrand Russell, Sartre, Peter Seeger, Lukács, Alfonso Sastre, Víctor Jara, Fanon, Julio Cortázar, Neruda, Foucault, Borges, Atahualpa Yupanqui, Facundo Cabral, entre otros.

El filósofo como todo intelectual debe cuestionarse la realidad existente, no como mero crítico o en el sentido de criticar por criticar, sino para mejorar esa realidad.

El problema de los intelectuales como clase y su posicionamiento respecto a la cultura, como fundamento esencial de la ideología, fue alertado por Carlos Marx en más de una ocasión. Sobre esto existe una idea del alemán en su obra El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, donde expone la relación entre las clases sociales y la cultura, muy aplicable al problema del intelectual, “en la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, sus intereses y su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil aquéllas forman una clase” (1). Esto ha sido uno de los problemas cardinales en las sociedades clasistas, donde el intelectual ejerce como clase social “distinta” con sus especificidades y especialmente como casta separada por el modo de vivir y sus intereses de las demás clases. Lo que las hace “distintas”, que es su capacidad creativa intelectual y su arte, las hiperboliza de la sociedad, separándolas de su propia génesis: las masas. Por esto Marx refirió que en el comunismo la figura del intelectual desaparecería o por lo menos la profesión, además de por la conocida eliminación de la división del trabajo entre físico e intelectual, donde los hombres podrían realizar indistintamente cualquiera de las dos funciones, porque la figura del intelectual tiene un papel de crítico en las sociedades clasistas o donde existan diferencias, y estas dejarían de existir.

Entonces, el intelectual en una sociedad cualquiera que sea es el primer crítico con el estado de cosas existentes, no en vano el filósofo francés Michel Foucault diferenciaba dos tipos de intelectuales, los que hablan y los que luchan; aquel entendido como el discurso revelador de la “verdad”, y estos por su posición ante la explotación ante la sociedad burguesa ante el modo producción capitalista, a sabiendas de que “el papel del intelectual no es el de situarse «un poco en avance o un poco al margen» para decir la muda verdad de todos; es ante todo luchar contra las formas de poder allí donde éste es a la vez el objeto y el instrumento: en el orden del «saber», de la «verdad», de la «conciencia» del «discurso»” (2). Estar conforme con la realidad imperante, o trabajar para ella justificándola, no es el obrar del intelectual. Incluso en una sociedad como la nuestra, socialista, y que tiene como objetivo fundamental emancipar al ser humano, la labor del intelectual es criticar, es ir más allá, para que mejoren las cuestiones que no andan bien y las que están bien puedan mejorar. Así el filósofo que legitime completamente un sistema político determinado no hace la función de filosofar, más bien realiza una función política, ideológica. El filósofo como todo intelectual debe cuestionarse la realidad existente, no como mero crítico o en el sentido de criticar por criticar, sino para mejorar esa realidad. Como señalara el intelectual francés Pierre Bourdieu, el intelectual en su función crítica no puede caer en “determinismos” así como no debe entender esta tarea como una exigencia, y mucho menos en espera de reconocimiento y loas. Solo así se concibe la función intelectual que desarrollan los hombres, pues si deviene en defensor de la clase pudiente —como la burguesía— simplemente a lo más que llegará es a ser un gran escritor o artista con mucho renombre que privatiza su talento para terminar como un asalariado más del sistema oficial; y si por el contrario, el intelectual es un valedor de la oficialidad en el socialismo —o “de lo que está establecido”— acaba por ser parte de la burocracia y su función de crítico es subsumida en el aparato estatal y termina por caer en la linealidad vertical de que “otro piense por ti”, y por lo tanto, dicha función perece.

Como cantara el poeta ¿qué cosa fuera la maza sin cantera? Por supuesto, debe haber límites en el trabajo crítico que realiza el intelectual en el socialismo y, sobre todo, se debe delimitar hasta dónde llega su función crítica. Lo primero que debe tener en cuenta es que lo importante es la nación. Su criterio no puede ser el ombligo del mundo, su criterio no puede ir por encima del país.

Esto es algo que se aprendió con Fidel en Palabras a los intelectuales, discurso fundador no solo de la política cultural cubana sino también de cómo debe ser la actitud del intelectual en un proceso revolucionario. Nótese que el líder cubano dio respuesta a las inquietudes de artistas e intelectuales meses después de la invasión a Playa Girón, aunque llevaba fraguando la idea de reunirse con la vanguardia intelectual del país desde el año anterior cuando recibió la visita de importantes pensadores como Sartre y Wright Mills y otros para tratar estos temas.

En aquel momento el entonces Primer Ministro hizo un ejercicio dialéctico impresionante cuando explicaba que la Revolución había traído la Libertad, que la Revolución defiende la libertad, la Revolución se representa con/en libertad, y que lo que buscan los intelectuales y artistas en su empeño son libertades, o sea, libertad de creación, entonces, como la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades (3) no había problema alguno a la hora de crear; claro está, para acto seguido afirmar que el que dudara de esto era porque dudaba de su arte y que esa duda no venía por la parte estética sino por la ideológica. Lo segundo, no parcializar los criterios ni en pro ni en contra, la objetividad es la mayor arma. El tercer aspecto que sobresale es el conocimiento de la causa o la “cosa en sí”: el intelectual tiene que estar completamente informado de lo que sucede en el mundo, pero especialmente en su país. Cuarto y no menos importante, la alteridad o defender posiciones del Otro es necesario en la cosmovisión que se hace del mundo. Solo así el intelectual comprendería el lugar de la mujer, del obrero, del negro, del indio, del campesino, del homosexual, del religioso… en fin, del supuestamente “diferente”. Quinto: el intelectual tiende a buscar lo universal, esto quiere decir que en algún momento determinado puede fungir de crítico en su país con respecto al mundo y en otras ocasiones puede arremeter contra cuestiones internacionales saliéndose del ámbito nacional. En esto juega mucho la mal llamada “doble moral” y el análisis factual con respecto a los fenómenos particulares; así, por ejemplo, se encontraría la distinción que hace el escritor de Rayuela Julio Cortázar entre lo ético y lo intelectual, y la “universalidad” que debe predominar en éste, sea cual fuera su patria. En sexto lugar, el intelectual no debe formar parte del poder, pues una vez entrado en éste el intelectual metamorfosea su verdadera esencia y ya no defendería causas justas sino posiciones de poder, legitima la clase dominante; incluso si el intelectual quisiera desde el poder mantener un pensamiento crítico, el mismo poder se lo negaría pues los triunfadores políticos intentan mantener el pensamiento que los hizo llegar al poder y todo aquello que le sea ajeno es escindido del proceso.

El intelectual tiene que vivir la contradicción entre lo que es y lo que hace. Esta contradicción nunca será homologada y por lo tanto el intelectual siempre estará en constante búsqueda, por un lado, de realizarse como creador, y por el otro, de ejercer el papel que le toca ante la sociedad.

No quisiéramos terminar sin plantear la provocación que conlleva definir lo que es un “intelectual de izquierda”, y para ello tomamos las palabras de Alfonso Sastre en el diálogo que establece con su sombra:

La sombra.— ¿Pues cómo definiríamos hoy lo que es un intelectual de izquierda?

Sastre.— Intelectuales y artistas de izquierda son hoy quienes estén dispuestos a suscribir un manifiesto (o algo así) contra el silencio de los corderos, sobre las siguientes bases, más o menos: por la desobediencia civil hasta el grado de la sedición; por una utopía revolucionaria, libertaria y socialista; porque, algún día, sea una realidad aquello de: de cada uno según su capacidad; a cada uno, según sus necesidades (o sea, el comunismo, la sociedad sin clases).

La sombra.— ¡Hay que soñar!

Sastre.— Habrá que pensar, sobre todo, en la diferencia que hay entre hacer un gesto visible, más o menos ampuloso, y volverse a casa, y la decisión de salir valerosamente a la calle, a pelear. (4)

Suponiendo que en la labor profesional y social que hacemos, somos intelectuales, o mejor dicho actuamos como tal, decimos con Don Alfonso Sastre ¡habrá que pensar!, pero sobre todo ¡habrá que pelear!

Referencias bibliográficas

(1) Marx, K. (1974). El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, p. 126.

(2) Foucault, M. (1979). Microfísica del poder (2da edición). Madrid: Las Ediciones de La Piqueta.

(3) Castro, F. (1961). Palabras a los intelectuales. http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1961/esp/f300661e.html

(4) Sastre, A. (2005). La batalla de los intelectuales. Buenos Aires: CLACSO, p. 81. http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/se/20100604035522/5_sastre.pdf

Notas

[1] Las paradojas de los intelectuales fueron lúcidamente expuestas por el filósofo Jean Paul Sartre, en una entrevista que concedió a Radio Canadá en 1967.

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