Composición kitch con computadoras, colores y formas sin coherencia

Sobre el culto a lo feo: Entre la kitschificación y la disneyficación del mundo

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Es notorio que en nuestra época la belleza ha ido perdiendo su excelsa notoriedad, siendo desplazada por una estética de lo feo. Esto se presenta, principalmente, en las distintas expresiones artísticas que buscan destacar cada vez más lo desagradable. Y, aunque, lo feo, según Umberto Eco, no haya recibido el mismo tratamiento que lo bello a lo largo de la historia de Occidente; ya que tradicionalmente se había mantenido al margen, siendo considerado solo como lo contrario a lo bello, tal parece que hoy en día los papeles se han invertido sorpresivamente, pues lo feo, paradójicamente, se ha transformado en el nuevo indicativo contemporáneo que rige la expresión artística. En virtud de esto, el filósofo británico Roger Scruton (1944-2020), quien se destacó por denunciar cómo la belleza se encontraba desapareciendo de nuestro mundo, de igual modo, no tuvo reparos en advertirnos sobre el peligro que el «falso arte» estaba generando, especialmente, a través del kitsch y su abierta manifestación de vulgaridad:

«Y la forma más extendida de degradación -más extendida aún que la desacralización deliberada de la humanidad a través de la pornografía y la violencia gratuita- es el kitsch, la enfermedad peculiar que podemos reconocer al instante, pero nunca definir con precisión, y cuyo nombre austroalemán lo relaciona con los movimientos y las emociones de las masas del siglo XX» (Scruton, 2017, p.218).

En efecto, el kitsch más allá de ser considerado un polémico movimiento artístico, donde su estilo de amplia difusión popular expresa una estética insustancial y opuesta a lo tradicional, también representa la palurda relación que el sujeto tiene consigo mismo y con su entorno, debido a que es la expresión de la metamorfosis valórica que la sociedad se encuentra padeciendo, donde lo comercial poco a poco permea el espíritu humano, lo que propaga una aversión por la realidad, cayendo en el extremo de la profanación, puesto que al rechazar la belleza también nos encontramos renunciando al encanto por el mundo y por la propia vida.

De ahí que el kitsch busca entregar un sucedáneo trivial que emula la fascinación simplista de una sociedad en decadencia. Así, «el kitsch comienza en la doctrina y la ideología y se extiende a partir de ellas para infectar al mundo entero de la cultura» (Scruton, 2017, pp.220-221). 

La prueba fehaciente de esto, es precisamente, la disneyficación que invade las extensas latitudes del mundo, y que termina por transformarse en una cultura que invita a la comercialización de la fantasía decorativa, estimulando las emociones al punto de manipularlas, tanto que termina envolviéndonos en una especie de plasticidad con la finalidad de eliminar toda negatividad.

En consecuencia, surge una nueva concepción de la existencia bajo los parámetros estéticos aportados por la disneyficación, lo que potencia el reinado del entretenimiento como respuesta a los anhelos de una sociedad hedonista. Esto lo vemos manifestado en el parque temático, ya que es donde se le otorga una primacía a la diversión y al entretenimiento por sobre todas las cosas, buscando aplacar en cierta medida la pérdida de lo trascendente. Por esta razón: «Es posible ver en la disneyficación un proceso de empobrecimiento de la vida humana, pues la trivializa o, al mezclarse con ella, la hace aparecer como algo no del todo serio» (Lyon, 2002, p.21).

Por lo tanto, el estilo tosco del kitsch y la superficialidad de la disneyficación han cosificado la existencia por medio de la fantasía, donde el sujeto se remite a disfrutar devotamente del entretenimiento ofrecido sin emitir ningún cuestionamiento al respecto. Por lo que:

«La disneyficación del arte no es más que un aspecto de la disneyficación de la fe; y ambas implican una profanación de nuestros valores supremos. El kitsch, como nos recuerda el caso de Disney, no consiste en un exceso de sentimiento, sino en un déficit del mismo. El mundo del kitsch es en cierta medida un mundo sin corazón» (Scruton, 2017, pp. 220-221).

De igual modo, si se profundiza en la ruptura que se ha generado entre el arte y la belleza, nos daremos cuenta que gran parte del conflicto estriba, no solo en la desvalorización interna que el propio arte ha ido sufriendo a largo del tiempo, sino que también, en el control ejercido por el capitalismo y el creciente culto a la utilidad que dominan la vida en nuestra sociedad contemporánea, ya que esto ha permeado cada ámbito del actuar y el existir humano. En este sentido: 

«El arte ya no se considera educador de la libertad, la verdad y la moralidad. Y las estéticas comerciales que triunfan no ambicionan en modo alguno ponernos en contacto con un absoluto en ruptura con la vida cotidiana. De lo que se trata es de una estética de consumo y diversión; no ya de artes destinadas a comunicar con potencias invisibles o a elevar el alma mediante la experiencia extasiante de lo Absoluto, sino de «experiencias» consumistas, lúdicas y emocionales, aptas para divertir, para procurar placeres efímeros, para aumentar las ventas» (Lipovetsky y Serroy, 2015, p.26). 

Considerando esto, no es descabellado deducir una obvia relación entre el capitalismo y el triunfo del kitsch y la disneyficación del mundo, pues lo que se persigue es el impacto mediático y lo económicamente rentable, además, el valor queda circunscrito a lo impuesto por el mercado, en donde reina la industrialización y la productividad, por lo que la belleza queda relevada, mientras la fealdad se masifica. Razón por la cual, es factible constatar cómo:

«El arte más reciente adopta una pose transgresora y retrata la fealdad de las cosas con una fealdad de cosecha propia. La belleza se desprecia porque se considera demasiado dulce, demasiado escapista y demasiado alejada de la realidad para ser digna de nuestra atención objetiva» (Scruton, 2017, p.195).

Esto nos presenta la tragedia de la sociedad contemporánea, donde el capitalismo contribuye a que el culto a lo feo vaya aumentando, promoviendo el kitsch y la disneyficación como los nuevos estandartes que se alzan en medio de un mundo empantanado por el comercio.

Referencias

Lipovetsky, G., Serroy, J., (2015). La estetización del mundo: Vivir en la época del capitalismo artístico (1ª ed.). Anagrama. 

Lyon, D. (2002). Jesús en Disneylandia: la religión en la posmodernidad (1ª ed.). Catedra.

Scruton, R. (2017). La belleza una breve introducción (1ª ed.). Elba.

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