Aleksei Navalny

Navalny era un ingenuo, pero no un tonto

Nuestra tarea consiste en expresar sin ambigüedades ni reservas nuestra plena solidaridad con Navalny. Esto puede sonar problemático para algunos de los "izquierdistas" actuales, que sólo esperan reducir a Navalny a un agente de la política de la OTAN
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El 17 de febrero se comunicó a la madre y al abogado de Aleksei Navalny que éste había fallecido de «síndrome de muerte súbita»[1] – lo absurdo de esta afirmación casi tautológica (además de los problemas de los familiares de Navalny para hacerse con su cuerpo) transmite por sí sola el mensaje. Su muerte fue anunciada por un mensaje ominoso justo después de que fuera enviado a prisión – un portavoz del gobierno dijo abiertamente que la gente también muere en la cárcel y que Navalny no tendría ningún tipo de privilegio… Su asesinato es un duro recordatorio de la verdadera naturaleza del régimen de Putin, y – aparte de las protestas habituales – el primer acto de la comunidad internacional debería ser prestar más ayuda a Ucrania. La caída de la ciudad ucraniana de Avdiivka tras un largo asedio es simplemente la otra cara de la misma moneda que el asesinato de Navalny.

Nuestra tarea consiste en expresar sin ambigüedades ni reservas nuestra plena solidaridad con Navalny. Esto puede sonar problemático para algunos de los «izquierdistas» actuales, que sólo esperan reducir a Navalny a un agente de la política de la OTAN para debilitar a Rusia. Por supuesto, hay algunos problemas con Navalny: su documental sobre el palacio de Putin en el Mar Negro está hecho de forma tan profesional que uno no puede dejar de preguntarse quién estaba detrás de él; hay muy poco de programa positivo detrás de sus declaraciones… Pero no tenemos elección en este caso: defendía la libertad frente a la tiranía, y suponía una amenaza real para el régimen; la prueba es cómo le trataron las autoridades.

Recordemos cómo, cuando el documental de Navalny sobre el palacio de Putin en el Mar Negro fue visto en la web por decenas de millones de rusos, Putin reaccionó públicamente negando ser el propietario del palacio sin mencionar a Navalny por su nombre. Putin «nunca mencionó a Navalny por su nombre, así que el político ruso apenas mereció una mención en la televisión estatal, mejor para que el público se olvidara de él. En su lugar, en los breves segmentos en los que se hacía referencia a su muerte, se le denominaba con un nuevo título acuñado por el servicio penitenciario: ‘El convicto'»[2] ¿No es esto una prueba de que, como dicen algunos periodistas, Navalny era el único miembro de la oposición al que Putin temía de verdad? Sí, pero creo que el objetivo de esta censura no es simplemente olvidar a Navalny: es borrarlo del espacio público. Él no debería existir para lo que en la teoría lacaniana se llama el «gran Otro», el espacio público comúnmente compartido.

De mi juventud, en los años 70, recuerdo otro caso de censura similar en la Checoslovaquia comunista. Cuando Martina Navratilova (en aquella época la mejor tenista del mundo que emigró a Occidente y se convirtió en una no-persona incluso para los medios deportivos checos) llegó a la semifinal en un gran campeonato internacional, un importante diario deportivo checo informó de ello con el título «Se conocen las cuatro semifinalistas», seguido de sólo tres nombres – Navratilova fue simplemente ignorada, aunque el título implicaba cuatro jugadoras… Por extraña que fuera, esta censura no era psicótica, ya que la incoherencia muy abierta del título apuntaba hacia el cuarto nombre excluido, que estaba así «presente en el modo de la ausencia» (para utilizar la jerga estructuralista). Y lo mismo vale para Navalny: cuanto más innombrable era para los medios de comunicación públicos, más «presente estaba en el modo de la ausencia», más su presencia fantasmal rondaba la vida de miles de personas.

Pero el verdadero milagro es que, en tales condiciones, se convirtiera en el líder real de la oposición, no sólo por su carismática franqueza e ingenuidad, sino también por su gran sentido estratégico. Años atrás, comprendió de inmediato que Putin toleraba un mínimo de oposición en las grandes ciudades, por lo que se centró en viajar por Rusia y movilizar a los movimientos locales de todo el país hasta Siberia; fue en un vuelo de Siberia de regreso a Moscú cuando fue envenenado.

Navalny hizo gala de un coraje que rayaba en una perfección demencial. Recordemos que, después de ser envenenado y de que se le permitiera trasladarse a Alemania para recibir un tratamiento médico adecuado, regresó a Rusia, sabiendo bien lo que le esperaba allí a su llegada. ¿En qué pensaba? ¿Cuáles eran sus esperanzas? Su comportamiento es casi demasiado perfecto para ser real; aquí nos encontramos con la dimensión teológica (problemática, para muchos) de la política. Seis meses antes de su muerte, Navalny concedió una entrevista escrita – aquí está su respuesta a la pregunta «¿En qué cree?»:

«En Dios y en la ciencia. Creo que vivimos en un universo no determinista y que tenemos libre albedrío. Creo que no estamos solos en este universo. Creo que nuestros actos y acciones serán evaluados. Creo en el amor verdadero. Creo que Rusia será feliz y libre. Y no creo en la muerte»[3].

Estas afirmaciones pueden sonar ingenuas e incluso incoherentes, pero es precisamente así como dan voz a una auténtica postura política radical. La creencia en Dios y la incredulidad en la muerte no apuntan a un dios personal o a una inmortalidad literal, sino a la creencia en lo que Lacan denominó el gran Otro, una agencia simbólica-virtual que registra y evalúa el verdadero significado de todos nuestros actos: todo lo que ocurre en nuestras vidas no desaparece tras nuestra muerte, ya que existe una contabilidad global que ajusta las cuentas en una especie de juicio final.

¿Por qué tantos ensayos se titulan «tratado político-teológico»? La respuesta es que una teoría se convierte en teología cuando forma parte de un compromiso político subjetivo pleno. Como señaló Kierkegaard, no adquiero la fe en Cristo después de comparar diferentes religiones y decidir que las mejores razones hablan a favor del cristianismo: hay razones para elegir el cristianismo, pero estas razones sólo aparecen después de que ya lo haya elegido, es decir, para ver las razones de la creencia uno ya tiene que creer. Y lo mismo vale para el marxismo: no es que, después de analizar objetivamente la historia, me haya hecho marxista – mi decisión de ser marxista (la experiencia de una posición proletaria) me hace ver las razones para ello, es decir, el marxismo es la paradoja de un conocimiento objetivo «verdadero» accesible sólo a través de una posición subjetiva parcial. Aunque parezca una locura, esto es lo que hacía Navalny.

Y por eso, en un país dominado por la apatía hacia la política, Navalny alentó el activismo y la energía: «Si deciden matarme, significa que somos increíblemente fuertes… necesitamos utilizar este poder para no rendirnos, para recordar que somos un poder enorme que está siendo oprimido por estos tipos malos»[4] Tiene razón, y por eso es innombrable en el discurso público oficial. Para ponerlo en términos de Lacan, en toda su ingenuidad Navalny no era tonto – he aquí un pasaje de la Ética del Psicoanálisis de Lacan:

«El ‘tonto’ es un inocente, un simplón, pero de su boca salen verdades que no son simplemente toleradas, sino adoptadas, en virtud del hecho de que este ‘tonto’ se reviste a veces con la insignia del bufón. Y, en mi opinión, es una feliz sombra similar, una «tontería» fundamental similar, lo que explica la importancia del intelectual de izquierdas.»

El intelectual de izquierdas es un bufón de la corte que exhibe públicamente la mentira del orden existente, pero de un modo que suspende la eficacia social de su discurso.

Hoy, tras la caída del socialismo, el bufón es un crítico cultural posmoderno que, mediante sus procedimientos lúdicos destinados a «subvertir» el orden existente, en realidad sirve como su suplemento -desde los wokistas de la cultura de cancelación hasta los guardianes occidentales de las «libertades individuales».

Al igual que Julian Assange, Navalny no era un tonto que divertía al público con falsas declaraciones «disidentes» que a largo plazo sólo fortalecen el régimen – y la Rusia de Putin está aún hoy llena de tales tontos tolerados. Navalny no era uno de ellos y pagó el precio más alto por ello. El hecho de que lo hiciera a sabiendas le hace único entre los héroes actuales.


Notas

1. Alexei Navalny confirmed dead, cause of death was ‘sudden death syndrome’ | The Straits Times. (Volver)

2. Op.cit. (Volver)

3. Navalny’s Prison Interview Revealed: ‘I Do Not Believe in Death’ (newsweek.com) (Volver)

4. ‘They’re doing everything to avoid handing over his body’: Kremlin plays for time after Navalny’s death | Alexei Navalny | The Guardian. (Volver)


Navalny was naïve, but not a fool fue publicado por el autor en su cuenta de Substack Žižek goads and prods.

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