¿Llegó la hora de cancelar la cancelación?

agosto 9, 2023

«Nadie está a salvo de la cultura de la cancelación»

Johnny Depp

Vivimos tiempos complicados. Mientras la libertad de expresión es casi irrestricta (subrayo el casi), la llamada cultura de la cancelación impone castigos a diestra y siniestra sin necesidad de pruebas ni siquiera argumentos convincentes. Es más, muchas veces, forma parte de campañas organizadas para destruir uno de los valores más preciados: la reputación.

La cancelación, censura o Inquisición digital parece descrita por John Stuart Mill en su breve ensayo On Liberty, escrito en 1859, cuando nadie imaginaba las redes sociales.

Dice Mill: «Nadie pretende que las acciones sean tan libres como las opiniones. Por el contrario, hasta las opiniones pierden su inmunidad cuando las circunstancias en las cuales son expresadas hacen de esta expresión una instigación positiva a alguna acción perjudicial»[1].

En otras palabras, Mill consideraba que había un límite para la libertad y este era perjudicar a los demás.  «La opinión de que los negociantes en trigo son los que matan de hambre a los pobres (…) no debe ser estorbada cuando circula simplemente a través de la prensa, pero puede justamente incurrir en un castigo cuando se expresa oralmente ante una multitud excitada reunida delante de la casa de un comerciante en trigos».

En términos modernos, Mill habla del escrache, una forma de protesta bastante discutible que puede hacerse de manera presencial o valiéndose del anonimato que otorgan las redes sociales.

Todo esto viene a cuento porque hace unos días un tribunal de Londres declaró «no culpable» de varios cargos de abuso sexual al actor Kevin Spacey, víctima de la cancelación.

En 2017, en pleno movimiento MeToo, surgieron las acusaciones. De inmediato, Netflix lo expulsó de la serie House of Cards y Hollywood lo condenó al ostracismo, al mejor estilo de la Antigua Grecia, a uno de sus mejores actores (basta recordar American Beauty).

Ahora, como se pregunta Carlos Mayoral, en The Objective, ¿Quién le devuelve lo perdido a Kevin Spacey?[2] Además de unos cuantos millones de dólares, aquí se trata de su imagen, de su prestigio, dañados por una multitud irracional, como la descrita por Gustave Le Bon hace más de un siglo, y, por supuesto, por una empresa que antepuso la corrección política a la Justicia.

Aunque menos grave, la acusación de violencia doméstica contra Johnny Depp, realizada por su exesposa Amber Heard, también le costó millones y le ganó desprestigio al Capitán Sparrow de Pirates of the Caribbean. Disney, otra compañía cegada por la corrección política, de inmediato lo sacó de la nueva secuela del filme.

Pero Depp no se dio por vencido. Con cientos de millones en su cuenta bancaria, contrató a excelentes abogados y acusó a la actriz de Aquaman de difamación. El resto de la historia es conocido. Al finalizar el juicio más mediático de los últimos tiempos, la Justicia le dio la razón a Depp y condenó a Heard a pagar US$ 10 millones. En el último Festival de Cannes, Depp fue reivindicado con vítores y aplausos (que ahora se emborrache con su banda de música es otro tema).

Coincido con Mill en que la libertad de pensamiento debe ser irrestricta, pero también en que debe haber límites cuando, al convertirse en opinión pública, perjudique a otra persona. Sería interesante que los inquisidores de Twitter leyeran a este filósofo. Claro, si es que son capaces de leer más de 140 caracteres.


[1] Ver https://www.nuevarevista.net/john-stuart-mill-argumentos-a-favor-de-la-libertad-de-expresion/?amp=1&fbclid=IwAR2x7GuMCkBC5vzz_qQ5TNbUpupxxAzBz-IwJU-eJSEE9CFlA-Sl8I74y00

[2] Ver https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2023-07-31/kevin-spacey-justicia/

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