Concepto de contaminación, fábricas contaminan el medio ambiente

¿Podría un marxismo reinterpretado aportar soluciones a nuestra crisis medioambiental sin precedentes?

Con frecuencia, los debates medioambientales se centran en las propuestas inmediatas para reducir las emisiones, sin abordar cómo nos hemos metido en este lío y cómo podríamos salir de él. Kohei Saito ofrece un relato convincente de las fuerzas sociales que impulsan el cambio climático como una descripción de lo que podría suponer una alternativa
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En 2021, El capital en la era del Antropoceno, de Kohei Saito, se convirtió en una sensación editorial en Japón, llegando a vender más de medio millón de ejemplares.

Este asombroso logro resulta aún más extraordinario si se tiene en cuenta que Saito, académico de la Universidad de Tokio, lleva varios años rearticulando la filosofía materialista a partir de una lectura minuciosa de manuscritos inéditos de Karl Marx, lo que no es precisamente el tipo de empresa que suele dar lugar a superventas.

Aunque El Capital en la era del Antropoceno sigue (de forma un tanto extraña) sin traducirse[1] (en inglés), los lectores de habla inglesa pueden acceder ahora a la obra posterior de Saito, Marx en el Antropoceno: Hacia la idea del comunismo del decrecimiento.

En su nuevo libro, Saito señala las terribles ironías del periodo actual, en el que, en lugar del prometido «fin de la historia», nos enfrentamos al (bastante diferente) fin de la historia humana, a medida que la conquista de la naturaleza se transforma dialécticamente en el regreso apocalíptico de la naturaleza en forma de incendios, inundaciones y otros desastres.

Las crisis sociales asociadas a la emergencia medioambiental no han provocado, por el momento, el renacimiento marxista que cabría esperar de una época de tumulto político y económico. Saito culpa de ello a la larga asociación entre el socialismo y la noción prometeica de que la naturaleza puede y debe servir como materia prima para fines humanos.

Pensemos en el Manifiesto Comunista y su vertiginoso celo por el programa transformador de la burguesía: «revolución constante de la producción, perturbación ininterrumpida de todas las condiciones sociales, incertidumbre y agitación sempiternas…».

El entusiasmo del joven Marx por lo sólido que se desvanece en el aire[2] suena bastante diferente cuando el medio ambiente se derrumba a nuestro alrededor.

MEGA

En el libro Marx en el Antropoceno, Saito continúa el proyecto desarrollado en su libro anterior, La naturaleza contra el capital: El ecosocialismo de Karl Marx, en el que profundizaba en el vasto corpus de trabajos inéditos de Marx y Engels para explicar su compromiso con las cuestiones medioambientales.

A primera vista, un análisis minucioso de las notas privadas de Marx sobre, por ejemplo, la química del suelo podría parecer arcano o incluso erudito: un intento condenado al fracaso por extraer citas para remodelar a un pensador del siglo XIX según los gustos contemporáneos.

Sin embargo, Marx nunca completó el proyecto más amplio del que El Capital no era más que una faceta. El «marxismo» sistematizado que damos por sentado fue una reconstrucción posterior basada en manuscritos incompletos. Los continuos esfuerzos de Marx-Engels-Gesamtausgabe (o MEGA) por recopilar todos los textos disponibles proporcionan a Saito una nueva base sobre la que analizar conceptos fundamentales del Marx tardío.

Saito se centra, en particular, en un argumento presentado en El Capital pero, hasta hace poco, ignorado por la mayoría de los lectores. Es decir, Marx trata el trabajo como una relación metabólica entre las personas y la naturaleza. Los seres humanos, en cualquier sociedad, deben remodelar -mediante el trabajo- el mundo natural si quieren sobrevivir. Sin embargo, la forma en que lo hacen varía enormemente de una sociedad a otra.

Antes del capitalismo, el trabajo estaba (como cabría esperar) orientado de forma abrumadora a la satisfacción inmediata de necesidades específicas. Incluso en las sociedades antiguas más opresivas, los esclavos creaban valores de uso. Trabajaban para fabricar bienes y prestar servicios que sus gobernantes realmente querían.

El capitalismo impone algo muy distinto. En una sociedad regida por la mercancía, la producción se realiza principalmente para el intercambio. Hoy, vendemos nuestra fuerza de trabajo a otros, que luego nos dirigen. A diferencia de los antiguos faraones, nuestros jefes no quieren lo que hacemos o producimos. Los capitalistas que nos emplean buscan, ante todo, valor, que puede expandirse sin límite definido porque es cuantitativo y no cualitativo.

Saito sostiene que la mercantilización -del trabajo y de todo lo demás- cambia fundamentalmente la relación humana con la naturaleza. Cuando el valor se convierte en «el principio organizador del metabolismo entre los seres humanos y la naturaleza, no puede reflejar plenamente la complejidad de los procesos metabólicos biofísicos entre ellos».

Nuestra interacción directa e inmediata con el mundo natural, en otras palabras, se convierte en un proceso impulsado por una dinámica externa y expansiva.

Ruptura metabólica

Marx describe la alteración de la naturaleza por el circuito del capital como una «ruptura metabólica».

Para Saito, este concepto implica «rupturas espaciales» entre las ciudades y el campo, y entre las naciones desarrolladas y las que están en vías de desarrollo. También implica «rupturas temporales» entre el tiempo profundo de los procesos geológicos y el ritmo cada vez más acelerado de la producción capitalista.

La noción de «ruptura metabólica» pone así de manifiesto una teoría medioambiental latente en El Capital. La extraordinaria erudición de Saito desentraña la implicación de conceptos a veces presentes en la obra de Marx sólo en forma embrionaria.

Por supuesto, todo el mundo sabe que las empresas devastan el medio ambiente. La teoría de la ruptura metabólica explica ese expolio no como resultado de la codicia o la ineptitud de empresarios individuales, sino como consecuencia de la propia mercancía. Sugiere que la interdependencia fundamental entre los seres humanos y la naturaleza se ve perturbada en el nivel más granular del capitalismo.

No se pueden exagerar las consecuencias. Las principales respuestas al cambio climático -las estrategias propugnadas por la mayoría de los gobiernos y por las reuniones internacionales (la Conferencia de las Partes, por ejemplo)- se centran en mecanismos de mercado como los regímenes de comercio de derechos de emisión. Muchos progresistas critican estas intervenciones por considerarlas insuficientes y tardías. En opinión de Saito, su crítica no es acertada. El comercio de emisiones y otros sistemas similares, como el nuevo mercado de biodiversidad australiano, persiguen una mayor mercantilización de la naturaleza. No sólo son insuficientes, sino que empeoran activamente el problema que pretenden remediar.

Ecosocialismo

Aún más importante, la teoría de la ruptura sienta las bases de lo que Saito denomina «ecosocialismo».

Históricamente, los intentos de unir a los proletarios con el planeta han tendido a basarse en llamamientos morales a los trabajadores en nombre del mundo natural. Esta estrategia no materialista ha fracasado invariablemente.

Saito propone un enfoque muy diferente. Subraya que Marx considera la alienación de la tierra y del trabajo como facetas diferentes de un mismo fenómeno. La ruina sistemática de la naturaleza surge de una degradación igualmente profunda de la actividad humana básica. La lucha por salvar el medio ambiente se convierte así, no en un extra opcional, sino en una causa fundamentalmente entrelazada con la lucha de clases.

En su nuevo libro, Saito refuerza su argumento identificando a varios pensadores dentro de la tradición marxista más amplia que, de forma más o menos independiente, comprendieron una noción similar de metabolismo. Entre ellos se encuentran Rosa Luxemburgo (en su libro La acumulación del capital), Georg Lukacs (en particular en su redescubierto manuscrito de 1925 Derrotismo y dialéctica: una defensa de «Historia y conciencia de clase»), el filósofo húngaro István Mészáros y escritores contemporáneos como John Bellamy Foster y Paul Burkett.

Saito también defiende el dualismo naturaleza-sociedad sobre el que descansa la teoría de la ruptura frente a los planteamientos marxistas rivales. Polemiza, en particular, contra Neil Smith y Jason Moore.

Pero, con mucho, las secciones más importantes -y desafiantes- de Marx en el Antropoceno tienen que ver con la exégesis textual. Los biógrafos describen a veces los últimos años de Marx como improductivos, empañados por la enfermedad y la falta de concentración. Saito sostiene que, desde finales de la década de 1860, Marx se lanzó a un renovado estudio de las ciencias naturales con el fin de analizar las implicaciones del trabajo como metabolismo y, en el proceso, revisó varios conceptos clave.

Fuerzas y relaciones de producción

Saito revisa, en particular, la oposición tradicional entre las fuerzas de producción -término que incluye los medios de producción, la fuerza de trabajo, la maquinaria y muchas otras cosas- y las relaciones de producción, es decir, la propiedad económica de esas fuerzas.

Este antagonismo se entiende convencionalmente como el motor de la historia social. Los marxistas del siglo XX, en particular, presentaron las fuerzas productivas como la base de una nueva sociedad, centrándose a menudo en los avances tecnológicos facilitados por el capitalismo como elementos centrales de la transición al socialismo.

Saito afirma que el último Marx vio la subsunción real (más que formal) del trabajo bajo el capital como dependiente de una reorganización de las actividades de los trabajadores. El capital, escribe Saito, «crea fuerzas productivas cualitativamente nuevas y un modo de producción singularmente capitalista sui generis».

Según Saito, Marx rechazó la idea -asociada con el «marxismo» soviético oficial- de que los socialistas podían simplemente hacerse cargo de las fuerzas de producción. Por el contrario, Marx llegó a la conclusión de que las relaciones de producción daban forma a las fuerzas productivas de maneras que no podían ni debían considerarse progresistas.

Por ejemplo, el sistema de fábrica genera una enorme productividad al reunir a los trabajadores. Pero la «cooperación» de la cadena de montaje se basa en que los trabajadores individuales realicen acciones repetitivas, siendo la gerencia la única responsable de las decisiones sobre lo que hacen y cómo lo hacen.

Este tipo de productividad a medida no sienta las bases de la autogestión colectiva. Al contrario, el control democrático y colectivo de los medios de producción -la base del socialismo marxiano- requiere una autonomía proletaria que es incompatible con las técnicas de gestión aplicadas en, por ejemplo, una fábrica de Amazon.

Eso significa que los progresistas no deberían entusiasmarse con la productividad al modo de algunos de los llamados «ecomodernistas». No podemos crear un «comunismo de lujo totalmente automatizado» simplemente liberando la tecnología avanzada de los tecnócratas que actualmente la controlan.

El trabajo no alienado necesario para la sostenibilidad medioambiental y la autogestión de los trabajadores requiere una ruptura cualitativa con las fuerzas de producción capitalistas.

Comunismo de decrecimiento

Sobre esta base, Saito cuestiona la narrativa lineal asociada al marxismo mecánico, que propone que las sociedades deben pasar del feudalismo al capitalismo, y luego del capitalismo al socialismo.

Se centra en la famosa correspondencia de Marx con la populista rusa Vera Zasulich, quien le preguntó si las comunas en las que los campesinos gestionaban tradicionalmente sus asuntos debían dar paso inexorablemente al capitalismo de estilo occidental. En su (muy breve) respuesta publicada, Marx negó cualquier inevitabilidad sobre los acontecimientos en Rusia. En un borrador no enviado, sin embargo, argumentó explícitamente que el capitalismo

acabará por medio de su propia eliminación, a través del retorno de las sociedades modernas a una forma superior de un tipo «arcaico» de propiedad y producción colectivas.

Saito rastrea una serie de notas, apuntes y otros escritos en los que Marx reflexiona sobre cómo podrían entrecruzarse las relaciones pre y postcapitalistas. Muestra que Marx, al final de su vida, había roto con cualquier noción de una nueva sociedad basada en la expansión de las fuerzas productivas. En su lugar, Marx abogó por lo que Saito denomina «comunismo de decrecimiento».

Es una conclusión notable. Saito escribe:

El llamamiento de Marx a una «vuelta» a la sociedad no capitalista exige que cualquier intento serio de superar el capitalismo en la sociedad occidental necesita aprender de las sociedades no occidentales e integrar el nuevo principio de una economía de estado estacionario. El rechazo de Marx al productivismo no es idéntico a la defensa romántica de una «vuelta al campo». De hecho, añadió repetidamente que las comunas rusas tendrían que asimilar los frutos positivos del desarrollo capitalista y el principio de la economía estacionaria en las sociedades no occidentales que permitiría a las sociedades occidentales saltar al comunismo como una etapa superior de las comunas arcaicas.

Saito reconoce que esta visión es «totalmente diferente del enfoque productivista del marxismo tradicional del siglo XX». Y los pasajes en los que se basa son fragmentarios, incluso crípticos, mucho más que los textos de los que surge la teoría de la ruptura metabólica.

En cierto modo, sin embargo, esa no es realmente la cuestión. El debate entre los académicos marxistas sobre hasta qué punto el MEGA proporciona apoyo textual para tal conclusión importa mucho menos que si la tesis de Saito se sostiene conceptualmente. Incluso podríamos decir que la insistencia de Saito en basar su libro en los escritos de Marx oscurece su propio estatus como teórico que está ampliando creativamente el marxismo para un nuevo período.

He visto el pasado, ¡y funciona!

En la actualidad, el pesimismo se apodera tanto de la política dominante como de la radical. Pocas personas creen en su propio poder para influir en los acontecimientos. Muchos aceptan corrientes medioambientales misantrópicas o maltusianas que consideran a la humanidad como una fuerza innatamente destructiva.

Saito ofrece una alternativa muy necesaria, una demostración de posibilidades alternativas. Su proyecto podría entenderse como una inversión del famoso eslogan de Lincoln Steffen, en la línea de «He visto el pasado… ¡y funciona!».

Los australianos, en particular, deberían ser conscientes de cómo las sociedades preclasistas desarrollaron formas de vivir más o menos sostenibles en su entorno. Como he argumentado en Overland y en otros lugares, la cultura viva de la Australia indígena demuestra que los seres humanos no están predestinados (como a menudo se nos dice) a destruir el mundo natural.

Durante decenas de miles de años, los aborígenes trabajaron en el continente de forma que fomentaron, en lugar de disminuir, el país que cuidaban. La introducción del capitalismo en el país es un ejemplo notable de la ruptura metabólica. En el espacio de unos pocos años, el capitalismo agrícola arrasó los paisajes creados por incontables generaciones de indígenas. Muchos colonos dejaron constancia de su asombro y consternación al ver cómo el país, privado de sus custodios tradicionales, cambiaba bajo sus pies.

El argumento de Saito no es, por supuesto, que la sociedad que existía antes de 1788 deba o pueda revivir. «La crítica de las fuerzas productivas del capital», dice, «no equivale a un rechazo de todas las tecnologías». Los logros científicos del capitalista permiten, en términos de Marx, «a los productores asociados [gobernar] de forma racional el metabolismo humano con la naturaleza».

Saito describe la sociedad resultante en términos de «decrecimiento». En cierto modo, se trata de un término poco acertado. Como eslogan político, el «decrecimiento» invoca la tan odiada austeridad asociada a la economía neoliberal. También suena demasiado al ecologismo burgués que se expresa mediante llamamientos al sacrificio individual.

Y lo que es más importante, oscurece la distinción teórica de Saito entre el capitalismo, por un lado, y las sociedades antiguas y el comunismo, por otro. El «crecimiento» no proporciona una medida significativa para una sociedad de valor de uso. El comunismo, por ejemplo, daría prioridad a la asistencia sanitaria, pero el éxito o el fracaso de sus esfuerzos se evaluaría en función del bienestar de los pacientes, y no de la expansión o contracción del PIB.

En otro lugar, Saito toma prestada de Kirstin Ross la expresión «lujo comunal», un término que capta mejor el significado del trabajo no alienado. En los primeros años de la conquista blanca, los indígenas se negaron rotundamente a trabajar para los europeos. Consideraban el trabajo asalariado -una actividad que despojaba a la vida cotidiana de todo significado, control y espiritualidad- el empobrecimiento más profundo imaginable.

Una sociedad basada en valores de uso podría albergar los recursos que el capitalismo despilfarra, pero eso no equivaldría a austeridad. «La abundancia», dice Saito, «no es un umbral tecnológico, sino una relación social».

Una teoría radical para el siglo XXI

El profundo conocimiento de Saito de los escritos publicados e inéditos de Marx constituye un argumento riguroso, pero también presenta el socialismo casi exclusivamente en términos de desarrollo de ideas. Esto es engañoso.

El crudo productivismo de gran parte de los escritos socialistas del siglo XX no se debe tanto a la mala interpretación que hizo Engels de las notas de Marx sobre la ciencia (un tema que Saito aborda en detalle) como a la reutilización del marxismo por parte de la Unión Soviética como justificación del desarrollo capitalista dirigido por el Estado.

Las cartas Marx-Zasulich prefiguraron el debate mucho más concreto sobre feudalismo, capitalismo y socialismo que siguió a 1917. En algunos aspectos, el argumento de Saito coincide con la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky, que explicaba cómo los países subdesarrollados podían construir un Estado obrero extendiendo el proceso revolucionario al corazón imperialista.

El argumento de Trotsky se centra en el papel del proletariado, pero Saito no aborda realmente cómo podría producirse el «comunismo de decrecimiento». En ese sentido, el rigor intelectual de Marx en el Antropoceno fomenta cierta debilidad. Saito suena a veces como si pensara que un correcto replanteamiento de los fundamentos repopularizará por sí mismo el marxismo. Obviamente, no es así. No podemos confiar en MEGA para que el socialismo vuelva a ser grande.

Marx en el Antropoceno es, sin embargo, un logro tremendamente importante: una imaginativa reformulación de la teoría radical para el siglo XXI. Con demasiada frecuencia, los debates medioambientales se centran únicamente en las propuestas más inmediatas para reducir las emisiones, sin abordar cómo nos hemos metido en este lío y cómo podríamos salir de él. Por el contrario, Saito ofrece tanto un relato convincente de las fuerzas sociales que impulsan el cambio climático como una descripción de lo que podría suponer una alternativa. Su libro merece el mayor número posible de lectores. Esperemos que se venda tanto como el anterior.


Notas

[1] El autor hace referencia al idioma en que escribe el artículo, inglés. En español la obra puede ser encontrada en varias librerías online. La edición al español estuvo a cargo de B EDICIONES, Colección “Sine Qua Non” – Nota del Traductor.

[2] «Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.»

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