Las guerras de Ucrania y el pacifismo crítico

La guerra en Ucrania ha mostrado que la instauración de la paz y la justicia no es el resultado de la mera casualidad, sino de la comprensión de la naturaleza de la guerra y su violencia
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El pacifismo crítico como premisa

Una de las mayores dificultades en torno al conflicto ruso-ucraniano radica en su simplificación. Es cierto, este es el momento de la condena, de la oposición a la guerra, y del apoyo a las víctimas. La invasión ordenada por Vladimir Putin a Ucrania fue la otra línea roja que nunca debió cruzarse.

No obstante, la resolución del conflicto pasa inevitablemente por el diálogo, y como premisa de este, por un entendimiento más complejo de lo que está sucediendo.

Resolver este punto no solo radica en acortar distancias geográficas, o en solventar lagunas históricas. También es importante entender las distintas dimensiones y fuerzas que se articulan por debajo de la retórica mediática maniquea.

En este sentido, el pacifismo crítico al contrario del acrítico debe tratar de entender todas las fuerzas que hoy se ponen en juego. La instauración de la paz y la justicia no es el resultado de la mera casualidad, sino de la comprensión de la naturaleza de la guerra y su violencia.

Negociaciones, diálogos y desencuentros

Tras varias semanas de invasión, viene siendo necesario cierto distanciamiento para entender las interrogantes más importantes: cuándo y cómo terminará la guerra.

Lamentablemente, en muchos de los análisis, se usan premisas ideológicas para reforzar solamente la lógica belicista. Y si bien ello pudiera ser entendible en cierto contexto, es muy poco objetivo dadas las circunstancias político-sociales de Ucrania y Rusia, su historia, el intervencionismo de la OTAN, el rol dependiente — casi ausente — de Europa, el oportunismo chino, y la conveniencia del sector empresarial.

Hasta el día de hoy las opciones reales de resolución se mantienen en un horizonte lejano. Todavía no se ha dado un avance significativo en las mesas de diálogos, y cada lado prefiere parapetarse en una retórica peligrosa y nacionalista.

Tanto la OTAN como la UE a través de sus diversos representantes han venido insistiendo en que, a pesar de las hostilidades, mantienen la vía del diálogo abierta a condición de la retirada de Rusia. Sin embargo, acto seguido y con tono más severo —donde se reconoce cierta hipocresía— se hace hincapié en el artículo 5 de la OTAN al mismo tiempo que se reafirma la voluntad de continuar los envíos de armas a Ucrania.

Ello sin responder a lo que muchos ya preguntan: ¿A dónde van a parar esas armas? ¿Cuáles son los mecanismos de control sobre su entrega? ¿Qué puede hacer el ejército ucraniano junto a fuerzas civiles contra un ejército profesional como el ruso? ¿No se corre el riesgo de que esas armas caigan paradójicamente en otras manos? Sea cual sea el escenario de posguerra, el país tendrá además que lidiar con esa coyuntura, junto a otra incontable lista de problemáticas sociales que ya eran visibles antes del inicio de la invasión.

Además de lo anterior, el envío de armas tampoco parece alterar la correlación de fuerzas. Como piensa Iglesias, esto servirá solamente para aletargar el conflicto, aunque suene muy humano para algunos. Pero es muy fácil incentivar la guerra desde la comodidad de un sillón y a mil millas de distancia.

Un conflicto que a nadie le conviene escalar

A pesar del pesimismo que se desprende de lo ocurrido hasta ahora, si se observan los acontecimientos con detenimiento, se verá que no hay otra salida. El diálogo y la negociación deben primar en tanto la situación entre la OTAN y Rusia ha llegado a un punto no visto en décadas.

Baste recordar lo que diversos analistas han estado enfatizando en las últimas semanas: la línea roja que Putin reclama explícitamente, pero que los aliados y occidente solo reconocen de forma tácita.

Un dato interesante que no debe olvidarse, es que, a pesar de haber reducido considerablemente sus arsenales desde el final de la Guerra Fría, Rusia y Estados Unidos siguen poseyendo alrededor del 90% de todas las cabezas nucleares del mundo. El gigante europeo tiene alrededor de 1588 ojivas desplegadas y 2889 almacenadas (según Bulletin of the Atomic Scientists, 2022); mientras que EE.UU. posee cerca de 1800 desplegadas y 2000 en reserva.

Esto hace que un enfrentamiento entre ambas potencias sea, como mínimo, inimaginable.

El presidente ucraniano Volodymyr Zelensky se enfrentó a esa realidad cuando culpó recientemente a sus aliados por no haber establecido una zona de exclusión aérea. Una zona de exclusión aérea —recordamos acá— que provocaría el estallido de una tercera guerra mundial.

“Trece días en los que sólo oímos promesas. Trece días en los que nos dicen que va a haber ayuda en el cielo, que habrá aviones, que nos los entregarán”, dijo Zelensky en uno se sus mensajes de vídeo. “La responsabilidad de esto es también de aquellos que no han sido capaces de tomar una decisión durante trece días, en algún lugar de Occidente (…) una decisión obviamente necesaria”.

Para que no se piense que todo es una exageración, basta con revisar las opiniones del propio secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg: “La OTAN no es parte del conflicto. La OTAN es una Alianza defensiva. No buscamos la guerra o el conflicto con Rusia”. A lo que se sumó el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, al negar que su país vaya a entrar en un conflicto armado directamente con Rusia y que pudiera escalar hasta niveles nucleares.

En una rueda de prensa en el Kremlin con el primer ministro de Hungría, Víktor Orbán, Putin ya había advertido los peligros de un enfrentamiento con la OTAN: «Imaginemos que Ucrania, como país de la OTAN, inicia esa operación militar (por el control de Crimea). ¿Qué hacemos? ¿Combatimos con la OTAN? ¿Acaso alguien ha pensado en eso? Parece que no».

Pero acá conviene repetir que las advertencias se venían haciendo desde hacía años, y todas, como ya muchos analistas han indicado, se ignoraron.

En lugar de negociar, la alianza consumó su expansión desde finales del siglo XX, con las sucesivas ampliaciones de 1999 (República Checa, Hungría, Polonia), 2004 (Bulgaria, Rumanía, Letonia, Eslovenia, Estonia, Lituania y Eslovaquia), 2009 (Albania y Croacia), 2017 (Montenegro) y 2020 (Macedonia del Norte).

Todo lo anterior no ha sido sino, un muy buen ejemplo de como EE.UU. y la OTAN hicieron todo lo posible por no evitar que el conflicto llegara a este punto. A lo que Putin respondió haciendo justamente lo que se le pedía, les dio la guerra necesaria.

Ahora bien, según el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, Rusia estaría dispuesta a detener las hostilidades “inmediatamente” si Kiev cumple con una lista de condiciones que garanticen la seguridad del país. Estas son, el cese de las acciones militares, cambiar la constitución para consagrar la neutralidad de Ucrania, reconocer a Crimea como territorio ruso y reconocer a las repúblicas de Donetsk y Lugansk como estados independientes.

Sin embargo, como es lógico pensar, Ucrania seguirá defiendo su integridad territorial, en lo que Europa mantiene su seguridad anclada a la OTAN, al punto de arriesgar su propia seguridad energética. Y esta última, y más específicamente EE.UU., tratará de sostener una guerra que por el momento le parece conveniente desde la distancia.

De todo lo anterior se concluye que la opción óptima y necesaria es la del diálogo. No solo porque es la más correcta éticamente, sino además porque es la única que conlleva a una resolución efectiva de un conflicto que a nadie le conviene escalar.

Acá vale la pena aclarar algo esencial a la audiencia general: no estamos en presencia de una guerra, sino de un grupo de ellas, de varios frentes y dimensiones de un mismo problema. Un proceso que atañe a un cambio de paradigma en las relaciones políticas contemporáneas.

Ahí es donde muchas matrices de interpretación han fracasado, tratando de entender el asunto desde los esquemas de la Guerra Fría, o los ejes izquierda-derecha. En cualquier caso, lo que ocurre hoy en y con Ucrania, trasciende partidismos anticuados y consecuentemente requerirá de un esfuerzo mucho mayor para su resolución.

De la guerra a las guerras

Lo anterior, hace difícil pensar en una solución, sobre todo si continuamos anclados a paradigmas políticos de antaño.

Decía Clausewitz que “la guerra es un acto de fuerza para imponer nuestra voluntad al adversario”, de lo cual se desprendía el carácter violento que la política en esencia tiene[1].

Sin embargo, no puedo evitar recordar al filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard cuando alegaba que la guerra del Golfo no había existido. Muy al contrario de Clausewitz, Baudrillard definió ese conflicto como un “un parpadeo abstracto sobre la pantalla del ordenador” donde todo el drama había sido “cubierto” por la información.

Recurro a él simplemente para señalar esas otras guerras que han emergido en los medios y que narran un conflicto casi siempre conveniente a los poderes que lo han provocado. Aun más, para identificar una verdad de Perogrullo pero que se nos escapa en medio de tantas noticias que consumimos. La guerra hoy no solo se libra como “un duelo” o como un ejercicio de voluntades políticas contrapuestas, sino como una miríada de esferas que van construyendo la imagen que tenemos de ella. Eso —diría un amigo mío— es pura ideología.

Sin ánimo de detallar algo que ya se ha venido identificando, acá hay cabida para la rusofobia, las sanciones, la cultura de la cancelación y los boicots, la performance política de líderes y audiencia, los efectos financieros “colaterales”, el anti-globalismo, la re-emergencia de los nacionalismos, entre otros fenómenos que bien merecerían mayor atención.

Incluso, resulta lamentable los altos niveles de irresponsabilidad en medios, plataformas y periódicos que intentan soslayar, con la mayor frescura del mundo, el hecho de que desde todas las partes del conflicto se apela a una retórica inflamatoria.

Sí, el humanismo. Pero es que ahí radica precisamente el problema. En que el humanismo puede ser el manto perfecto para el auge de los nacionalismos, las expresiones de racismo o las espirales de violencia que, a ciencia cierta, nunca sabremos cómo terminarán.

Pero más allá de esto, hay también otros espacios donde se libran batallas, quizás tan importantes como la real. Acá hay que hacer referencia al espacio informático, a la dimensión económica del conflicto y a la tecnológica.

El uso del concepto de “guerra híbrida” como lo popularizó Frank Hoffman es fundamental para entender lo anterior. Sobre esto último, Ortega menciona en un artículo lo siguiente:

“Si para Clausewitz la guerra era la continuación de la política por otros medios, esos medios se han transformado. El orden digital –de momento (pues hay otras dimensiones tecnológicas)– impone otras lógicas, o gramáticas, término que prefería usar el pensador militar prusiano. Hay a la vez mucho de nuevo, pero también mucho de viejo o de sempiterno.”

A pesar de que hay una disputa histórica con consecuencias políticas, lo que está en juego en Ucrania aventaja por mucho lo anterior y afecta a las esferas que antes se han mencionado. Transformaciones y repercusiones que solo pueden ser visibles desde un pensamiento crítico de la guerra.

Efectos de la guerra, sanciones y petróleo

Tras la invasión, países de todo el mundo comenzaron a imponer sanciones contra Rusia. Grosso modo, la UE, EE.UU., el Reino Unido y Canadá acordaron impedir que el Banco Central Ruso despliegue sus €640.000 millones de reservas internacionales. Además, la UE y EE.UU. han prohibido todas las transacciones con esa institución.

Se han excluido una serie de bancos rusos del sistema de pagos internacionales Swift. A lo que se suman las restricciones a las 10 principales instituciones financieras rusas que representan alrededor del 80% del sector bancario del país, e incluso se ha impedido que Sberbank, que representa alrededor del 30% de la banca rusa, realice transacciones a través del sistema estadounidense.

También se han visto afectados los activos de otros bancos como el VTB, el Bank Rossiya y el Promsvyazbank.

A ellos se suma el cierre del espacio aéreo a compañías y aeronaves privadas, y la prohibición de exportaciones de aviones y piezas de aviación a ese país.

A la extensa lista de sanciones, que resumimos por no ocupar espacio, también se suma la suspensión de los clubes y equipos nacionales de todas las competiciones de la FIFA y la UEFA. La suspensión por parte de la UE de la cooperación científica; la restricción por parte de la Federación Internacional Felina de los gatos criados en Rusia; y la cancelación de cursos temáticos sobre ese país.

Algunas de las compañías que abandonaron Rusia son Ford, Toyota, Volkswagen, Boeing, Airbus, Apple, Facebook, Twitter, Spotify, Microsoft, IBM, Amazon; pero esto es solo una lista representativa, la cantidad es mucho mayor y sigue aumentando por día.

Esto es solo una muestra, pero basta con echar un vistazo a los medios para descubrir ejemplos de lo que parece, no una guerra contra el ejército ruso o contra Putin, sino contra toda la historia y la cultura rusa.

En ese sentido, es válido recalcar que la lógica de las sanciones, lejos de cumplir su acometido afectan no solo a civiles —algunos de ellos opositores de Putin, por cierto— sino que además refuerzan la matriz nacionalista del conflicto. Un nacionalismo visible no solo en Europa del Este, sino también en occidente.

Aquí es donde la llamada guerra híbrida enfrenta el efecto boomerang de las sanciones. Efectos, no solo en el orden comercial, sino también tecnológico y hasta político a más largo plazo.

Es difícil predecir en qué medida y cómo se producirá ese proceso. Hasta el momento solo existen indicios aislados. Pero como algunos analistas han sugerido, si bien las sanciones de manera general han tenido un impacto claro en occidente, tampoco ha sido catastrófico.

La cuestión como es lógico, no se detiene acá. Si las implicaciones del conflicto entre Rusia y Ucrania siguen extendiéndose, habrá un impacto más profundo en la economía global, las alianzas geopolíticas y los flujos de energía y alimentos. Y es aquí donde las naciones más desfavorecidas tienen las de perder.

Incluso con Rusia y China en una alianza más fuerte por la hegemonía global, las cadenas de suministro occidentales también se reconfigurarían.

La alerta ya la vienen dando varias instituciones globales. Una de ellas, la OCDE ha señalado recientemente que la crisis ucraniana tendrá un impacto negativo en las perspectivas económicas globales, reduciendo el crecimiento mundial en un 1%. El impacto, aunque no parece de grandes proporciones, puede crear una bola de nieve imparable que comience afectando a las naciones más expuestas.

La paz, siempre la paz

Todo este panorama llega justo después de una pandemia y en un momento crucial para la humanidad desde el punto de vista medioambiental, político y social.

Por ello, nada de lo que suceda en Ucrania nos debe ser ajeno. Debemos mantener la mirada fija en ella, porque muchas cosas pueden cambiar. Y lo peor es que no nos demos cuenta.

Lejos de una guerra hay que comenzar a plantear la resolución de todas las guerras que se libran hoy en ese país, por nuestra seguridad, por la vida.

La exigencia de la paz, no debe ser un impulso vacío o una moda pasajera. Por desgracia, este conflicto tiene una historia profunda y un futuro incierto. Y es precisamente por eso que la paz debe ser asumida desde una postura evidentemente antimperialista, crítica y compleja. Evaluando todas las premisas y las posibles consecuencias que se asomen a nuestro futuro inmediato.

Notas

[1] CLAUSEWITZ, Karl Von: De la Guerra. Ed. Labor. Barcelona, 1994.

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