La mujer es más que el «segundo» sexo

8 de marzo de 2021 - Día Internacional de la Mujer
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Hayled Martín Reyes Martín & Yael Dacil Martínez Herrera[1]

 

A las mujeres de México

A las mujeres latinoamericanas

A todas las mujeres del mundo que sufren el machismo

Motivo

Desde hace algunos años me ronda la idea del problema de la mujer. Cuestiones teóricas y profesionales me han alejado de dicha problemática. No fue hasta ahora, y por decisión de mi compañera, con quien comparto a continuación algunas ideas, que me decidí (decidimos) a reflexionar sobre la mujer. «Es un tema irritante», no sólo para la mujer también para el hombre, pero aventurarnos a tratar el mismo es ya en sí un avance para la humanidad. Es el ejercicio crítico de salirse de sí, de uno mismo, y mirar con igualdad a la otra mitad de los seres humanos. Preguntarse por la condición de la mujer y por su situación ha llevado en el actual siglo XXI al estallido de la Revolución feminista. Revolución que no sólo aspira al reconocimiento del llamado «segundo» sexo, sino a la emancipación humana de la mujer, primero, frente al sexo dominador, y a la liberación después, frente al Estado patriarcal y el sistema capitalista mundial.

El segundo sexo

«No se nace mujer: se llega a serlo». Con esta provocadora sentencia, incomprendida por los hombres, comienza la segunda parte del libro El segundo sexo. Le Deuxième Sexe es una obra escrita y publicada en 1949, por la filósofa y feminista francesa Simone de Beauvoir. Después ha sido editada en varios idiomas. Por la relevancia de las tesis que propone y por su rápida recepción a nivel mundial hace que El segundo sexo sea concebido hoy como un manifiesto feminista, una obra de obligada lectura en defensa de los derechos de la mujer.

Si Marx emancipó a los obreros del mundo mediante su Manifiesto comunista en 1848, Beauvoir, un siglo después, hizo lo mismo con las mujeres del mundo. Ambos parten del método histórico para analizar el mundo. El primero basa su argumento en la existencia de las clases sociales y la diferencia propietario-trabajador; la filósofa francesa se centra en la diferenciación social existente entre el hombre y la mujer, y la superioridad del sexo masculino.

Todo comenzó cuando su autora se cuestionó lo que para ella significaba ser mujer. Se adentró en el problema de la mujer a través de la historia, su nefasta situación y cómo se podía revertir el actual estado de cosas: cómo se podía liberar la mujer. En la historia de las ideas nunca se había tocado el importante tema de la mujer; mucho menos, explicado el papel secundario que ocupa la mujer en la humanidad. Está de más plantear, como se dijo anteriormente, que «es un tema irritante» (Beauvoir 2015, 47). Irritante en el sentido de que es un tema tabú para la sociedad, y ha sido relegado a un segundo plano.

El segundo sexo es un extenso ensayo de dos volúmenes. El primer volumen Los hechos y los mitos está estructurado en tres partes (Destino, Historia, Mitos) donde la filósofa presenta la discusión biológica y psicoanalítica que hay entorno a la mujer, desarrolla su historia, y expone y rompe con una serie de creencias sobre lo femenino. Es sobre todo una mirada al pasado de la mujer. El segundo volumen titulado La experiencia vivida, está dividido en cuatro partes (Formación, Situación, Justificaciones, Hacia la liberación) y plantea un estudio a partir de la sexualidad y los distintos matices y «etiquetas» de cómo es vista la mujer: joven, iniciación sexual, lesbiana, mujer casada, madre, prostituta, madurez, vejez, narcisista, enamorada, mística, etc. Beauvoir describe como la historia, la sociedad y la cultura moldean a la mujer desde que nace. La pertinencia del libro recae especialmente en este segundo volumen.

La polémica del feminismo no sólo se circunscribe al libro de Beauvoir. Existen muchos antecedentes, como dice la autora, el feminismo ha hecho correr tinta suficiente. Sin embargo, El segundo sexo es la obra que marca un antes y un después en la comprensión del estado de la mujer. En gran medida porque se fundamenta en sólidos argumentos filosóficos, biológicos, psicológicos, sociales, históricos.

La historia de la filosofía tiene ilustres definiciones sobre la mujer que distan mucho de la realidad. Por ejemplo, Aristóteles decía que la mujer tenía una «carencia de cualidades», que era por naturaleza «defectuosa»; por su parte, Tomás de Aquino las enunciaba como «hombre fallido». Incluso, desde el mismo Génesis, en la Biblia, se da una visión de dependencia machista de la mujer cuando Eva sale de los huesos de Adán. La Declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano, de 1789, no hace una sola alusión a la mujer y dentro de sus redactores y firmantes todos eran hombres. No fue hasta dos años después que existió una Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana, escrita por Olympe de Gouges.

Preguntas ontológicas como ¿existe la mujer?, ¿qué es una mujer?, ¿dónde están las mujeres?, ¿es la mujer un sexo?, o mejor dicho ¿es sólo una vagina?, son las que se discuten en el feminismo.

Por otro lado, rastrear una ontología de la mujer sería caer en el terreno nihilista de la esencia, ya sea por lo biológico, ya sea por su naturaleza. La mujer no es por esencia mujer. También es necesario postular que la mujer siempre es inmanencia: la mujer está confinada en la inmanencia. Es el ser no-trascendente del ser humano.

«La humanidad es masculina —plantea Beauvoir— y el hombre define a la mujer, no en sí, sino en relación con él; la mujer no tiene consideración de ser autónomo» (Beauvoir 2015, 50). Dicho de forma diferente, con Levinas, la mujer es el Otro, el hombre es el Mismo; donde la mujer aparece a la luz como lo oculto, «lo esencialmente oculto se “yecta”[2] hacia la luz sin convertirse en significado». La mujer se mueve en el tiempo como una cosa, pero el tiempo no le es: la mujer es el no-ser del hombre. En otras palabras, según Lévi-Strauss, la mujer es para el hombre el estado de la Naturaleza que no ha pasado al estado de Cultura, porque no se ha podido hacer ser humano como mujer.

En los últimos doscientos años se han desarrollado mucho las ciencias para seguir con las etiquetas: «mujer», «negro», «musulmán», etc.; estas consideran en la actualidad que el carácter es una reacción secundaria ante una situación. O sea, ya no importan las esencias mismas de las cosas, de lo que son: estas se muestran secundarias ante la realidad histórica, económica, social, política. Sin embargo, una mujer no es mujer por su esencia; al día de hoy se sigue siendo mujer, en primera instancia, por el condicionamiento histórico, por la cultura, por el papel que le asignan en la sociedad, por su labor productiva, por la representación política.

Pensar como mujer

¿Cuántas veces has escuchado «tú piensas así porque eres mujer»? Como si por tener ovarios, útero, menstruar, hormonas, tetas, le quitara a la mujer objetividad en sus pensamientos, y se la diera a los hombres por tener testículos, falo, testosterona. Es la discriminación del pensamiento-otro, en este caso, la mujer. El pensamiento de la mujer queda reducido a su naturaleza sexual.

Hembra

Cuando se dice «hembra» hay una sexualización de la mujer. Se mira como un órgano sexual, la vagina, que en definitiva es un objeto sexual para la satisfacción del hombre; y como un objeto reproductor. Se reduce su humanidad. Estas son las dos únicas significaciones que tienen la hembra para el hombre. Muy al contrario éste se siente muy a gusto cuando lo llaman «macho».

El cuerpo

En relación con lo anterior, aparece otra interpretación de la mujer, que es la del cuerpo. Cuando se habla del cuerpo se incluye al rostro. La mujer tiene que ser sinónimo de belleza, dulzura, elegancia. Y lo que determina históricamente esta cuestión a nivel social es el cuerpo. O sea, el cuerpo determina la miseria de la mujer, tanto para bien como para mal. Una mujer hermosa sufrirá la misma situación que la mujer menos bella: ambas estarán destinadas a ser la compañera de, a ser madres y criar a los hijos, a ser criadas domésticas de la casa, a no tener independencia económica, a no realizarse como seres humanos, a no tener libertad, a sufrir maltrato masculino, la infidelidad, etc. En todo caso, la mujer menos bella sufrirá, si es posible, más que la mujer bonita porque además de soportar los males anteriores, tendrá que aguantar el desprecio de su marido.

La igualdad abstracta

Imaginemos un hogar, con una familia estándar. Padre, madre, hijos. El hombre trabaja y por consiguiente se pasa todo el día en su trabajo. Sale por la mañana y llega en la tarde. La mujer, que es madre, está a tiempo completo en la casa cuidando y atendiendo a los hijos (en caso de que estos vayan a la escuela, la mujer es quien los lleva y los trae, además de ocuparse de sus asuntos estudiantiles), y haciendo las labores domésticas que conllevan mantener una casa en cierto orden: cocinando, limpiando, lavando, etc. En este sentido, se pudiese pensar en la igualdad de condiciones entre el hombre y la mujer, pues mientras esta atiende los asuntos domésticos de la casa, el hombre con su trabajo productivo sostiene económicamente la casa. Ahora esta supuesta igualdad se rompe con una discusión entre ambos, por leve que sea. Puesto que cualquier defensa que haga la mujer de su atareada vida, el hombre le dirá simplemente que es quien mantiene la casa. Aquí es donde se rompe la dialéctica del trabajo como función: de cada cual según su lugar, a cada cual según su productividad. Y es que el trabajo de la mujer no produce valor; el del hombre sí: el salario. Por lo tanto, el trabajo de la mujer no es productivo, o sea, no llega ni a la categoría de trabajo, porque supuestamente no produce nada. Por último, tal parece que es más importante producir bienes materiales que «producir» seres humanos.

No se nace mujer: se llega a serlo

«No se nace mujer: se llega a serlo» (Beauvoir 2015, 371). Con esta sentencia Beauvoir abre las puertas a la interpretación biológica, psicológica, cultural, social, de la mujer. En sus primeros años de vida los niños y las niñas tienen los mismos intereses, el cuerpo todavía no hace la diferencia. Captan el mundo mediante los ojos, las manos, en relación constante con el Otro, sin que intervenga el órgano sexual. Después viene la fase de exploración íntima: el desarrollo genital. La curiosidad por el pene o el clítoris se manifiesta igual. Tampoco el sexo hace la diferencia. Esto se mantendrá aproximadamente hasta la primera adolescencia.

La diferenciación entre ambos sexos, y por tanto el predominio posterior de lo masculino sobre lo femenino, se resuelve en el proceso. Ya sea por la familia, el hogar, las escuelas, las instituciones, los baños públicos, la vestimenta, la separación sexuada que se establece como norma moral, las relaciones entre grupos de niño, etc., se va estableciendo la diferencia del sexo. No en el sentido biológico e inicial; sí, desde el punto de vista cultural, social, histórico.

Los padres en su rol de formadores ayudan al proceso cultural e histórico que se cierne en la diferenciación del niño y la niña. Profundizan la diferencia. La niña es tratada con dulzura, se le acaricia, se le mima, se deja que llore y se le consiente. Lo contrario del niño que aún sin dejar de ser querido se le da un trato más rudo, lo ponen a imitar al padre o a la figura masculina y frente al lamento aparece la voz que limita su sentimiento: «un hombre no llora». La lógica es muy lineal: el niño es a la virilidad como la niña es a la belleza. El espacio simbólico también se sintetiza en los juguetes: las muñecas para la niña y los carritos para los hombres. Será, pues, la función social de cada uno en el futuro.

Las formas simbólicas son muchas y se manifiestan de diferentes maneras. El estrato religioso no escapa a esto. Así vemos como la estructura eclesiástica ordena a los hombres para Padres de iglesias y a las mujeres para monjas. Es vidente la superioridad del hombre frente a la mujer en las religiones. Esto es una máxima que se extiende a las demás religiones. Incluso, cuando se rinde tributo a un santo o a una santa se utiliza indistintamente a la mujer para las ofrendas.

La superioridad histórica del hombre frente a la mujer se sintetiza también en las cuestiones hereditarias. El varón es el primogénito, la hembra sólo es descendencia. El linaje del rey se perpetúa por el hijo y la reina que no le dé un macho no es buena reina. En otros pueblos tienen por costumbre decir, al nacer una mujer, que se ha perdido todo, ¡hasta el apellido! Retomamos lo que se mencionó al principio y es la no-trascendencia de la mujer. Trasciende en los hijos, pero no puede trascender en sí/para sí.

Otras de las expresiones que llevan a la subordinación de la feminidad es la violencia, implícita o explícita. Violencia que unas veces se da bruscamente física de manera manifiesta, y otras de forma psicológica y amenazante.

Consideraciones finales

De lo expuesto anteriormente se saca al menos una conclusión: el comportamiento de la mujer no viene dictado por su naturaleza, sino por la cultura. A la cultura le sumaríamos el fuerte condicionamiento histórico al que es expuesto el «segundo» sexo. La naturaleza no dictamina a la sociedad, es la cultura y la historia las que explican cómo interactuamos en nuestra sociedad. El género es una construcción cultural sobre el sexo, esto es que la feminidad es una forma de ser mujer determinada por la cultura y la sociedad. En otras palabras: «no se nace mujer: se llega a serlo».

La mujer es más que el «segundo» sexo porque es más que un sexo, como se demostró anteriormente. Para alcanzar su realización y, por tanto, su plena liberación, la mujer tiene que asumir ella misma su existencia, y no responder como hasta ahora lo ha hecho a su esencia. Asumir su propia existencia conllevaría la igualdad ante el hombre. No sólo como status social; también igualdad de educación y formación, igualdad de trabajo, igualdad de oportunidades, igualdad de salarios, libertad erótica y sexual, matrimonio de libre compromiso, maternidad libre, mejores normas jurídicas, etc. La evolución tendría que ser inevitablemente colectiva (Beauvoir 2015, 895).

La mujer es más que el «segundo» sexo porque el fundamento de toda persona es precisamente el hecho de ser un ser humano, y esto es más importante que todas las singularidades que diferencian a los seres humanos.

«La relación inmediata, natural, necesaria, del hombre con el hombre es la relación del hombre con la mujer», dijo Marx. Después prosigue el filósofo alemán,

Del carácter de esta relación se deduce hasta qué punto el hombre se comprende a sí mismo como ser genérico, como hombre; la relación del hombre con la mujer es la relación más natural del ser humano con el ser humano. Se muestra, pues, hasta qué punto el comportamiento natural del hombre ha pasado a ser humano o hasta qué punto el ser humano se ha convertido en su ser natural, hasta qué punto su naturaleza humana se ha convertido en su naturaleza.

A lo que Simone de Beauvoir dijo refiriéndose al pensamiento de Marx, «No se puede expresar mejor. En el seno del mundo dado le corresponde al hombre hacer triunfar el reino de la libertad; para lograr esta victoria suprema es necesario, entre otras cosas, que más allá de sus diferenciaciones naturales los hombres y mujeres afirmen sin equívocos su fraternidad» (Beauvoir 2015, 902).

Referencias bibliográficas

Beauvoir, Simone de. (2015). El segundo sexo (trad. Alicia Martorell). Madrid: Ediciones Cátedra.

Lévi-Strauss, C. (1988). Las estructuras elementales del parentesco (trad. Marie Therese Cevasco). Barcelona: Paidós.

Levinas, E. (1993). El tiempo y el otro (trad. José Luis Pardo). Barcelona: Paidós.

Marx, C. (s/f). “Tercer manuscrito”. Manuscritos económicos y filosóficos de 1844. Texto digital.

Notas

[1] Yael Dacil Martínez Herrera (Tlapa de Comonfort, Guerrero, México, 1990). Es Ingeniera Ambiental por el Instituto Tecnológico Superior de la Montaña, especializada en Tratamiento y Manejo de Aguas Residuales. Maestría en Recursos Naturales y Ecología en la Universidad Autónoma de Guerrero, con Opción Terminal en Ecología y Conservación. Tiene experiencia profesional en análisis físicos y químicos del suelo, y manejo en sistemas de información geográfica, ambos en el Departamento de Investigación de Ciencias Agrícolas–Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Ha publicado diferentes artículos científicos en Revista Iberoamericana de Ciencias y Revista Latinoamericana el Ambiente y las Ciencias. Es feminista.

[2] Levinas utiliza la palabra «yecta», proveniente del verbo latín iectus, que significa «arrojado», «tirado».

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