Homo sapiens
Había pasado algo menos de una semana desde aquella visita a Ana. Desde entonces estuvo una vez más en la residencia; el resto del tiempo lo había dedicado a leer un poco, hacer la maleta y jugar a videojuegos. Quería llevarse todos los libros que Ana le había dado, y también tenía que coger ropa suficiente para un viaje de tres semanas por Europa. Y varios cargadores portátiles para poder usar su ordenador, su teléfono y su tableta cuando no estuviera en el hotel ni en un tren donde poder cargarlos.
—Yo hice Interrail de joven —le contó su madre—. En mi época no llevábamos teléfono ni ordenador. Llamábamos desde una cabina un par de veces por semana. En cambio ahora, ¡mira cuántos trastos necesitas!
Poco después entró en su habitación y le dijo:
—¡Acuérdate de llamarme por teléfono o Skype todos los días! No me gusta que viajes tú solo. ¿Seguro que no tienes ningún compañero que pueda ir contigo?
No, no tenía. Ni siquiera habría sabido a quién proponérselo. Y si a alguien de la clase se le ocurriese decir que sí, a él se le pasarían las ganas de viajar. A lo largo de la semana se había ido haciendo a la idea de un viaje en tren por Europa, y la verdad era que ahora le apetecía ir solo. Podría probar su teoría del «tren terapéutico» en distintos países europeos y de paso ver algo de mundo.
—No te olvides de tus vitaminas —gritó su madre desde la cocina mientras se preparaba un té—, y acuérdate también de hacer tus ejercicios de relajación al menos tres veces al día.
*
La primera parada era Francia. Ana había preparado un plan de viaje y quería írselo desvelando sobre la marcha.
—Es lo que habría hecho si hubiese ido —le explicó por teléfono—. Y vamos a intentar mantenerlo. Si no puedes aguantarte y quieres saber todo el plan, me lo dices. No me importa revelar el secreto.
A Andrés no solían gustarle las sorpresas, pero esta vez le hizo gracia. Estaba por primera vez en su vida en un tren extranjero que traqueteaba por Alemania. En ese momento habló con Ana por Skype:
—Lee la introducción del manuscrito que te di y luego seguimos hablando. Yo echaré una siestecilla. —Dicho esto, Ana interrumpió la conexión. Andrés sacó ¿Qué es el ser humano? y leyó el primer párrafo:
Este libro se plantea qué significa ser humano. Y, queridos seres humanos, lo primero que debéis saber es que el ser humano es el único ser capaz de ser inhumano. Parece una broma, pero lo digo en serio. La frase refleja que, para el ser humano, lo humano es un asunto serio, un problema. A un perro no le supone ningún problema ser perro: simplemente, lo es. Y aunque un perro sea agresivo y ataque a las personas, no podemos decir que es inhumano, ni tampoco «imperro»; los perros son perros, tanto si se tumban al sol como si erizan el pelo y gruñen. En cierto modo, por supuesto, los seres humanos siempre son humanos; formamos parte de la especie Homo sapiens, independientemente de lo que hagamos. Pero lo cierto es que también podemos ser inhumanos. Por ejemplo, podemos decir que el intento de los nazis de erradicar a los judíos fue inhumano; con eso damos a entender que los nazis atentaron contra los valores humanos generales, que actuaron contra la humanidad elemental. Eran inhumanos, aunque seguían siendo seres humanos. El que esto pueda ser así es precisamente el destino de la humanidad.
Sin duda, ¡hay que ser humano para poder ser inhumano! Perros, gatos y jirafas no pueden ser inhumanos porque no son humanos. La paradoja de que sólo los humanos puedan ser inhumanos indica que el ser humano siempre está un poco desubicado. El resto de los seres de la Tierra viven en un contacto mucho más inmediato con el mundo, y con una mayor confianza en sí mismos. El perro busca comida cuando tiene hambre, y en la época de celo busca a otro perro con el que aparearse. La relación del ser humano con la comida y la reproducción es mucho más compleja. No está controlada de un modo tan inmediato o directo por los instintos aunque, por supuesto, los compartimos con perros y otros mamíferos. Pero es que, además de instintos e impulsos para la supervivencia y la continuidad de la especie, los humanos tenemos una conciencia propia que nos permite relacionarnos con nuestros propios instintos e impulsos. Esto es posible, entre otros motivos, porque vivimos en culturas que tienen distintas normas acerca de qué se puede comer, cómo, con quién nos podemos aparear y cuándo. Y también porque tenemos un gran cerebro, claro. Al contrario que el del perro, nuestro día no transcurre haciendo lo que nos apetece a cada momento, porque nuestros instintos están regulados por normas culturales. Y eso también es lo que nos permite aprender a regularlos hasta un cierto punto.
De todo ello se deduce que es más difícil ser humano que ser perro. Ser humano es una misión. Un perro es simplemente un perro, da igual lo que haga. Puede sentir dolor o felicidad, pero no puede tener problemas existenciales, preocuparse por su obituario ni sentir culpa por algo que hizo hace muchos años. Sin embargo, el ser humano tiene que ser humano, y tener que serlo o seguir siéndolo le puede resultar difícil. Naturalmente, un niño recién nacido es un ser humano desde el primer momento, pero también va a aprender a poner en práctica su humanidad a lo largo de la vida, entre otras razones, para evitar ser inhumano.
Lo mejor que puede ser una persona es, tal vez, justamente eso: humana. Pero a la hora de la verdad, ¿qué es un ser humano? ¿Sabemos cómo nos convertimos en lo que en el fondo somos? ¿Cómo resolvemos la misión de convertirnos en humanos?
La mayoría de gente conoce la definición biológica de ser humano: Homo sapiens. Pero, aparte de eso, ¿qué somos? ¿Somos agresivos, amables, valientes, inseguros, sensatos, sensibles o una mezcla de todas esas cosas? ¿Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, o somos un animal resultado de una evolución?
Distintas culturas han desarrollado distintas imágenes del ser humano que hemos utilizado para entendernos a nosotros mismos, y este libro intenta ahondar en algunas de ellas para resumir algunos rasgos básicos de lo humano y obtener una especie de imagen general. Mi deseo al escribir este libro es que una imagen general de estas características pueda resultar instructiva, tanto para los seres humanos jóvenes que estén creciendo como para los mayores que los ayudan a convertirse en seres humanos (los cuales quizás también necesitan reflexionar un poco acerca de qué tipo de ser es el ser humano).
Así que, en resumen: este libro se plantea qué significa ser humano. A diferencia de muchos de los libros de autoayuda que se escriben hoy en día, en él no defiendo la necesidad de ser uno mismo en tanto que individuo único, sino que sus páginas tratan de cómo ser humano, en general; no porque ser uno mismo no sea importante, sino porque en esta época de intensa individualización debemos recuperar la cuestión de cómo ser humanos. De hecho, es posible que haya quien rechace la existencia de algo común a toda la humanidad. Pero este libro no. Este libro trata sobre la humanidad como algo que tenemos que apropiarnos y entender, tanto porque es muy importante saber qué tipo de ser somos como porque es constructivo verse a uno mismo como humano antes que nada (y, a continuación, como el individuo concreto que somos). Al menos eso es lo que yo creo. Prime ro el ser humano, después el individuo, parafraseando al humanista y profesor danés Grundtvig (para él, «primero el ser humano, después el cristiano»).
Es difícil demostrarlo, pero estoy convencido de que todos nos quitaremos un enorme peso de encima si entendemos que alcanzar el éxito individual no ha de ser nuestra meta en esta vida. La vida consiste, sobre todo, en ser humanos. Por eso el libro invita a profundizar en algunas de las perspectivas básicas sobre qué es un ser humano en las que se basan nuestra cultura y nuestra manera de comprendernos a nosotros mismos. Refirámonos a estas perspectivas como imágenes del ser humano. Conocerlas es indispensable para alcanzar lo más importante en la vida: realizar nuestra humanidad. Y quizás el conocerlas también nos pueda proteger de lo peor: la inhumanidad. Ésta es la idea central del humanismo que este libro intenta desarrollar a su manera.
Históricamente, la filosofía es la disciplina que más ha reflexionado sobre qué es el ser humano. En su famosa Apología, el filósofo de la Antigua Grecia Sócrates, condenado a muerte, dijo a sus amigos:
Y si por otra parte os dijese que el mayor bien del hombre es hablar de la virtud todos los días de su vida, y conversar sobre todas las demás cosas que han sido objeto de mis discursos, ya sea examinándome a mí mismo, ya examinando a los demás, porque una vida sin examen no es vida, aún me creeríais menos.[1]
Por tanto, para Sócrates, una vida que no se somete a examen no vale la pena. Y no pensaba en el tipo de autoexamen que practica la gente moderna cuando hace introspección e intenta comprender su vida y sus posibilidades únicas. Él quería que sus oyentes debatiesen qué es el ser humano en sí y cómo se puede convertir uno en un ser humano virtuoso. En la Antigua Grecia, la filosofía no servía para el «desarrollo personal» ni para que nadie se convirtiera en la mejor versión de sí mismo. Por aquel entonces, perseguía descubrir qué eran la justicia, la belleza y la virtud y, sobre todo, qué hacía falta para convertirse en la mejor persona posible.
Ésta es una manera de entender la filosofía que este libro también defiende: la filosofía vista como una disciplina mental que puede ayudarnos a ser humanos y a evitar ser demasiado inhumanos. No sólo mentalmente, sino también en nuestra vida diaria. El libro continúa desarrollando algunas imágenes básicas del ser humano que recogen parte de la verdad de lo humano y que, todas juntas, crean algo muy parecido a una imagen completa.
El primer capítulo empieza con el Homo sapiens: la imagen darwiniana del ser humano en tanto que animal social, en la línea de otras especies como abejas, cisnes o chimpancés. Es una fuente básica para la consciencia personal que tenemos hoy en día, y es importante expresar claramente esta imagen, lo cual no significa reducir al ser humano a menos de lo que es. Y es que, aunque no hay duda de que somos una especie animal desarrollada naturalmen te, también somos excepcionales en cuanto a habla, empatía, autoconciencia y moral. Ninguno de estos fenómenos se puede entender exclusivamente como una expresión de la lucha por la supervivencia desde el punto de vista evolutivo. Quizás la idea de que somos una especie animal todavía sobresalte a ciertas personas, pero yo creo que puede ser la base de una idea de interdependencia con el mundo que nos rodea y para con el que tenemos una gran responsabilidad: los seres humanos influimos cada vez más en los procesos de nuestro planeta. Como dice El Principito del sugerente libro de Antoine de Saint-Exupéry, somos responsables para siempre de lo que hemos domesticado, y el ser humano ha domesticado gran parte de la naturaleza, de modo que corre el riesgo de olvidar que él mismo también forma parte de esa naturaleza. Recordarlo es una misión educativa básica.
Andrés levantó los ojos del manuscrito y observó por la ventana. Llevaba media hora sin mirar el teléfono. Ni siquiera había tenido la necesidad de apoyarse en la pared del vagón para notar el suave traqueteo. «¿Qué es el ser humano?». ¡Buena pregunta! Nunca se lo había planteado de este modo. A menudo le habían preguntado quién era: «¿Quién eres realmente, Andrés? ¿Qué quieres? ¿Qué sueños tienes? ¿Qué quieres ser de mayor?». Casi nadie aceptaría «un ser humano» como respuesta. A lo mejor el escritor tenía razón al decir que deberían plantearse más preguntas básicas sobre ser humano antes de dedicarse a ser uno mismo.
La tableta que tenía en la mesilla se iluminó con un mensaje de Skype. Era Ana.
—¿Has leído la introducción? —le preguntó.
—Sí. Es muy interesante, pero quizás un poco escueto.
—Bueno, me alegro de que te haya interesado, porque a lo largo del viaje vas a leerte todo el manuscrito, y quizás otros libros de la bolsa.
—¿A qué lugar de Francia voy?
—A la Dordoña. Es una región situada en el suroeste de Francia. Primero tienes que ir a la ciudad de Limoges, y de ahí a otra más pequeña, Souillac. Cuando estés allí, sólo tendrás que hacer un pequeño trayecto en taxi para llegar a la primera parada de tu viaje de aprendizaje, la cueva de Lascaux. Ahí verás las pinturas rupestres; es el arte humano más antiguo que conocemos.
Notas
[1] Obras completas de Platón, tomo 1, Medina y Navarro, Madrid 1871, págs. 41-86.
Fragmento de la novela El viaje de Andrés de Svend Brinkmann publicada por Ned ediciones.
Svend Brinkmann es profesor en el Departamento de Comunicación y Psicología de la Universidad de Ålborg (Dinamarca) y codirector del Centro de Estudios Cualitativos. Ganador del prestigioso Rosenkjær Prize, aborda en sus últimos estudios problemas centrales de la vida contemporánea como el estrés, la adicción al trabajo, el afán de autosuperación, el capitalismo o la lógica de la productividad. Sus obras han sido traducidas a varios idiomas. Ned Ediciones ha publicado «Sé tú mismo» (2020).